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En las entrañas del cine

CULTURA/S

Algunos estrenos recientes –‘Babylon’, ‘Los Fabelman’– y otros por llegar –‘El imperio de la luz’– inciden
en el retrato del séptimo arte por si mismo, una temática casi tan antigua como la misma historia de la disciplina

Fotograma de 'Babylon' 

Scott Garfield / Paramount Pictures

Si existe el término metaliteratura para referirse a aquellas narraciones que tienen como tema la propia literatura, podríamos proponer el neologismo metacine para referirnos a las muchas películas que tienen como asunto principal el propio cine: su historia, su lenguaje, sus mitos. Ahora llegan a nuestras pantallas tres propuestas que, desde ángulos diversos, versan sobre el séptimo arte: las ya estrenadas Babylon de Damien Chazelle y Los Fabelman de Spielberg y El imperio de la luz de Sam Mendes, que se estrenará próximamente.

Cuando el cine todavía era mudo ya generó las primeras obras que miraban hacia sus entrañas. En 1924 Buster Keaton tuvo la genialidad (y pericia técnica, porque los efectos especiales estaban en pañales) de hacer que en El moderno Sherlock Holmes un proyeccionista soñador se metiera en la película que estaba proyectando y fuera saltando de escena en escena (Woody Allen planteó el camino inverso en La rosa púrpura del Cairo cuando un actor decide salir de la pantalla). En 1928 el británico Anthony Asquith ambientó Shooting Star en un rodaje en el que los celos llevan a cambiar una bala de fogueo por una de verdad, produciendo un cruce entre ficción y realidad. Ese mismo año, Emil Jannings interpretaba en La última orden de Josef von Sternberg a un general ruso huido de la revolución soviética que recalaba en Hollywood y acababa interpretando en una película el papel de un general ruso que vivía una situación muy similar a la suya.

Fotograma de 'Los Fabelman' 

Merie Weismiller Wallace / AP

El mito del Hollywood silente, con sus excesos dentro y fuera de la pantalla, y el salto al sonoro es reconstruido en Babylon, en la que personajes ficticios –un divo del cine, una aspirante a actriz y un camarero que acabará de productor– se mezclan con otros reales. Con más de tres horas de desmesurada duración, vuelve a demostrar que Chazelle es mejor director que guionista y sorprende que algún alma caritativa no le haya sugerido aplicar la tijera a varias escenas inacabables, prescindibles o directamente ridículas, como el casi literal descenso a los infiernos de la parte final. Una pena, porque a pesar de una desmesurada querencia por lo escatológico (ya en la primera escena un tipo acaba cubierto de excrementos de elefante) y de la poca consistencia del arco dramático de sus personajes, contiene momentos extraordinarios. Por ejemplo, la caótica filmación de una cinta épica en el desierto, el primer rodaje sonoro que desemboca en macabra sorpresa, las crudas verdades que le explica una periodista de chismes al personaje de Brad Pitt (un trasunto de Douglas Fairbanks) o el final, con un homenaje al séptimo arte que incluye un precioso guiño a Cantando bajo la lluvia. Película que, por cierto, también retrataba, en tono de comedia, ese momento disruptivo del paso del mudo al sonoro, que se llevó por el camino unas cuantas carreras.

Fotograma de 'El imperio de la luz' 

Search Light Pictures

Entre ellas las de la diva Gloria Swanson y el cineasta Erich von Stroheim, que se hundieron juntos en el caótico rodaje de La reina Kelly, una de las últimas producciones desaforadas del periodo mudo. Ambos se reencontraron dos décadas después en uno de los más ácidos retratos de la fábrica de sueños: El crepúsculo de los dioses, del vitriólico Billy Wilder, en la que interpretaban a unos personajes muy parecidos a ellos mismos. Swanson será siempre recordada como Norma Desmond, la enloquecida estrella que proyectaba en su mansión sus viejas películas –en realidad una escena de La reina Kelly – en un fascinante juego de espejos entre ficción y realidad.

Desde Buster Keaton en los años veinte del pasado siglo hasta hoy, el cine ha tratado de retratarse

Bogdanovich, el director cinéfilo, homenajeó a los pioneros en Así empezó Hollywood y Hazanavicius hizo con The Artist la pirueta de rodar una película muda sobre el cine mudo. Los entresijos y sombras del Hollywood posterior han sido plasmados en títulos como Cautivos del mal y Dos semanas en otra ciudad de Vincente Minnelli, En un lugar solitario de Nicholas Ray, Ha nacido una estrella en la gloriosa versión de George Cukor o Como plaga de langosta de Schlesinger. Esta última es una adaptación de la novela del malogrado Nathanael West, escritor y guionista que retrató sin clemencia a la meca del cine, como Fitzgerald en su novela póstuma e incompleta El último magnate, inspirada en el mítico productor Irving Thalberg (que, por cierto, sale como personaje en Babylon). También han homenajeado a Hollywood los Coen, primero en tono de tragedia kafkiana – Barton Fink – y después de comedia repleta de guiños en ¡Ave, César! , y Tarantino, que reflejó un momento convulso en Érase una vez en Hollywood. Paul Thomas Anderson retrató el otro Hollywood , el de la industria del porno del vecino Valle de San Fernando en Boogie Nights. Por su parte, Visconti retrató con crudeza neorrealista la romana Cinecittà en Bellísima, con Ana Magnani como una madre obsesionada con convertir a su hija en actriz infantil.

Un momento del rodaje de 'Babylon' 

Scott Garfield / Paramount Pictures

Conforme avanzaba el siglo XX el cine se fue convirtiendo en parte relevante de la educación sentimental de las sucesivas generaciones y ahora Steven Spielberg ha decidido contar en Los Fabelman su propia historia de fascinación por las imágenes en movimiento y los motivos que lo llevaron a convertirse en director. Pese a que el personaje se llame Sam Fabelman, es un retrato diáfano de él (pueden comprobarlo en el excelente documental Spielberg de Susan Lacy en HBO). La historia que cuenta es doble y muy bien cosida en el guion coescrito con Tony Kushner, el dramaturgo de Ángeles en América y colaborador asiduo de Spielberg desde la magistral Munich. Con el hechizo del cine se entrelaza el episodio que el cineasta siempre ha dicho que marcó su infancia: el divorcio de sus padres, a lo que se añade el bullying antisemita que padeció en el instituto cuando la familia se mudó a California.

En España, incluso el cine más arriesgado y experimental se ha autorretratado, con títulos de Portabella, Guerin, Zulueta...

Arranca con el impacto que le crea al niño la escena del choque de trenes de El mayor espectáculo del mundo de De Mille, la primera película que le llevan a ver. A partir de aquí empieza a rodar con la cámara de super 8 de su padre y el cine se convierte en un modo de intentar entender y controlar el mundo. Filma cintas de terror y aventuras con sus hermanas y amigos, y al revisar las tomas que ha hecho en una acampada familiar descubre un secreto sobre su madre; el cine muestra la realidad y a veces la verdad duele. En el siguiente paso, la película que hace sobre el fin de curso en el instituto le sirve para desarmar a sus abusadores; el cine se transforma en un arma poderosa, transformadora, a través de las ficciones que construye. Y como estación final de esta propuesta doblemente iniciática (en el dolor del mundo adulto y en el cine como modo de tratar de dominarlo) llega la apoteosis: cuando está dando sus primeros pasos en la industria, el chaval que había quedado fascinado por El hombre que mató a Liberty Valance conoce a su ídolo John Ford, interpretado por otro director mítico, David Lynch. La escena, por inverosímil que parezca, sucedió tal cual en la realidad.

Fotograma de 'Los Fabelman' 

Merie Weismiller Wallace / AP

Los Fabelman es la obra más personal e íntima de Spielberg y su homenaje al oficio al que ha dedicado su vida. Otros cineastas han retratado esa pasión en películas sobre rodajes: Fellini en 8 ½ y Entrevista , Truffaut en La noche americana, Godard en El desprecio (con Fritz Lang en el papel del director), Wenders en El estado de las cosas, Mamet en State and Main, Kiarostami en A través de los olivos. Dennis Hopper planteó la influencia del cine en la realidad en La última película (cuyo rodaje se hizo legendario por el caos y los excesos que casi acabaron con su carrera). Otras obras han reflejado rodajes reales: el de Intolerancia en Good Morning, Babilonia, el de Nosferatu en La sombra del vampiro, el de La reina de África en Cazador blanco, corazón negro o el de El príncipe y la corista en Mi semana con Marilyn, mientras que las entrañas del mundo del cine aparecen muy bien retratadas en títulos como Ed Wood, Trumbo o Mank.

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Tras el rodaje, las películas llegan a las salas de cine, que en sus años de esplendor eran auténticos templos. Uno de ellos, en la costa inglesa, es uno de los escenarios más importantes de El imperio de la luz de Sam Mendes, que, como Los Fabelman, tiene un notable contenido autobiográfico. El personaje central, interpretado por Olivia Colman, está basado en la madre del director y a través de ella se vehiculan temas como el amor imposible, la enfermedad mental y el racismo de la Inglaterra del thatcherismo, mientras que el ensueño y la seducción del celuloide está omnipresente en la fastuosa sala que vivió tiempos de esplendor y se enfrenta a un futuro incierto. También La última película de Bogdanovich, El largo día acaba de Terence Davies y Cinema Paradiso de Tornatore rindieron tributo a las salas cargadas de historia y a la magia del cine.

Cartel de 'Vida en sombras' (1949) 

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