En marzo de 1999, el entonces secretario de Estado de Cultura Miguel Ángel Cortés propuso la creación de una galería de retratos de los premios Cervantes que venían otorgándose desde 1976, siguiendo el espíritu humanístico, pues fue el gran historiador Paolo Giovio quien impulsó en el siglo XVI la más famosa de todas estas galerías para su palacio de Como. En italiano retrato se dice ritratto, es decir el arte de llevar el tratto, el trazo, hasta la dimensión del cuadro donde se reúnen por la pericia de unos artistas plásticos el rostro, la pose y la circunstancia de unos artistas del lenguaje.
Los artistas
En el año 2000, los responsables de la Galería decidieron que fueran los propios galardonados quienes eligieran el artista
En esta línea era de vital importancia la elección del lugar donde deberían ubicarse los retratos, y pocos dudaron que la mejor opción era la Biblioteca Nacional de España. La buena acogida por su director, el poeta Luis Alberto de Cuenca, contribuyó a poner en marcha rápidamente el proyecto. En diversas reuniones se acordaron el formato, el soporte, las medidas y la aceptación del principio figurativo; todo lo demás quedó sujeto al modo de entender el retrato el artista. Nunca se impuso la unidad de estilo, ni la estructura latente para el fondo del lienzo o de la fotografía.
Estamos delante, pues, de unos trazos que se ordenan según diferentes principios estéticos, del expresionismo al neorrealismo pasando por el surrealismo y la tendencia naif, que se definen desde el ojo abierto de quien se responsabiliza de entender lo que hay tras la creación literaria; una especie de juego de intenciones donde lo palmario compite con lo simbólico creando así un artificio visual para que pueda deslizarse hasta la retina del espectador el enigma del sujeto representado.
Los cuadros, situados en diferentes estancias, fueron reagrupados en el 2014 en la exposición Retrato y literatura, ideada por el periodista Jesús Marchamalo, que contó con la colaboración de la profesora Estrella de Diego, donde se evocó la tradición española gracias a la cual el Greco explica a Niño de Guevara, Velázquez a Inocencio X o Goya a Carlos IV y su familia; o Azorín desvela rasgos poco vistos de Cervantes a través del retrato que le presentaba con ojos tristes, cuando el escritor había declarado que los tenía alegres. Es la distancia entre la confidencia personal y la percepción desde fuera, pues al fin y al cabo un retrato asume el desafío de mostrar un personaje y su circunstancia.
Libertad
Se acordaron el formato, el soporte, las medidas y la aceptación del principio figurativo; el resto quedó libre a la mirada del artista
Y así, entre los galardonados, vemos a Jorge Luis Borges ensimismado en su laberinto a la hora de buscar la Rosa, como ocurría en la célebre novela medieval; a Octavio Paz atrapado en sus numerosas ensoñaciones como un Hamlet que desvela el valor de la calavera; a Rafael Alberti inmerso en el mar que le da sentido a su vida aunque el barco es aquí una carabela con la estrella roja en el velamen; María Zambrano que se abraza a su toquilla, donde reposa su vital pregunta “¿por qué se escribe?”.
También Antonio Buero Vallejo, que mira por la ventana la escalera que en España debe subirse para salir de la enojosa repetición de la historia; Adolfo Bioy Casares que mira de soslayo un paisaje surreal; Miguel Delibes que se quita el guante para asir la pluma tras un paseo por los campos de Castilla; Ernesto Sábato sentado al inicio del túnel donde anida su fantasía; Camilo José Cela captado en su misma proyección pública al modo de Niño de Guevara; Guillermo Cabrera Infante rodeado de objetos mágicos que le hacen sentirse libre ante la imposibilidad de retornar a su patria.
En el año 2000, los responsables de la Galería tomaron la decisión de que fueran los propios galardonados quienes eligieran el artista, es decir, el que llevara a cabo ese acto de trazar que conduce a la representación de quienes tienen delante. Podían ser pintores o también fotógrafos. Ana María Matute, según dice la pintora Alicia Marsans, aceptó ser emplazada ante un fondo extraído de la tradición de los Beatos, al que se le añade una inscripción en latín que realizó el medievalista Daniel Rico, inscrito en el cono de visión, multiplicando el valor de la literatura; un rasgo parecido adopta Flores Vargas cuando fotografía a la poeta mexicana Elena Poniatowska vestida para la ocasión con el mismo traje con el que recibió el premio, evocando a la tan y tan bien retratada Sor Juana Inés de la Cruz, con un retablo barroco como fondo, consciente de que fue el barroco el que sirvió de puente entre las culturas en lengua española separadas por el Atlántico.
Una teoría de la ubicación que se adentra en la cotidianidad cuando Gonzalo Goytisolo retiene a su tío Juan Goytisolo en medio de una plaza de Toulouse cuya inmovilidad mineral sirve de contrapunto a la vida errante del escritor. Y en esa línea dos últimos hallazgos, el de Nicolás Parra que se hace un autorretrato fotográfico para pensar el mundo, y el de Leticia Feduchi que ubica a Eduardo Mendoza en una pausa de su trabajo diario, el trabajo de escribir, para mostrar el gesto y la mirada de quien es capaz de descifrar la Ciudad de los prodigios. Queda por ver el retrato de Joan Margarit, penúltimo premio Cervantes, a cargo del fotógrafo Carlos Pérez Siquier, que se desvelará el próximo 20 de mayo.
Trazo por trazo se consigue perfilar una figura literaria de primer orden, no en vano son los galardonados del premio más importante de la literatura en lengua española, de modo que esos retratos a los que hoy se rinde homenaje expresan cada uno a su manera y con la misma soltura de qué modo un artista plástico sabe entender esa carne contingente que es el ser humano como si se tratase de la perdurable sensación que ofrece la piedra cuando se transforma en escultura.