Hace tres años, la Junta de Castilla y León llamó al artista Félix Cuadrado Lomas, que tenía ya 88 años, para comunicarle que había ganado el premio de las Artes que concede la comunidad. ¿Cuánto dinero?, preguntó él. Ninguno, le dijeron. Solo la gloria. La remuneración se había eliminado unos años antes por falta de presupuesto. Visto lo visto, Cuadrado Lomas lo rechazó. “El entierro ya lo tengo pagado”, dijo entonces. El pintor, el último de un grupo de pintores (que incluía también a Fernando Santiago, Jorge Vidal, Domingo Criado y Gabino Gaona) que se instalaron en los años sesenta en el pueblo vallisoletano de Simancas, en lo que entonces nadie llamaba aún España vacía ni vaciada , protagoniza un documental titulado Tierras construidas , que puede verse estos días dentro del festival Dart de cine sobre arte. Toda la programación está disponible en Filmin.
DOCUS A LOS OSCARS, Y SI SON ‘FEELGOOD’ MEJOR
El último Oscar a la mejor película extranjera se lo llevó un documental, el largometraje macedonio Honeyland. De manera que, intuyendo una tendencia, este año hay varios países enviando documentales a competir, entre ellos Rumanía, que ha seleccionado Collective, un exposé sobre un incendio en una discoteca de Bucarest, Brasil, Venezuela y Kenia. Aunque todo lo que sea hablar de la próxima temporada de premios tras un año tan atípico suena un tanto ridículo, ya se está haciendo, y uno de los que suenan con más posibilidades es el chileno El agente topo, un documental feelgood sobre un exespía octogenario que se infiltra en un geriátrico para comprobar si se está maltratando a una anciana. Lleva remake Hollywood escrito en la frente.
TRISTE EN LA CABAÑA
En el 2007, Justin Vernon encarnaba todos los clichés del cantautor: acababa de dejarlo con su novia y con su banda, DeYarmond Edison. Así que se encerró con su guitarra en la cabaña que tenía su familia en medio del bosque, en el norte de Wisconsin, y allí mismo grabó For Emma, forever ago, uno de los álbumes más significativos de lo que va de milenio y un hito en el neofolk americano. Más de una década después, Adrianne Lenker ha hecho algo parecido. La compositora, miembro de la banda Big Thief, se fue a pasar el primer confinamiento a una cabaña, esta vez de Massachusetts, tras dejarlo con su novia, la cantante Indigo Sparke, y allí mismo compuso y grabó no un álbum sino dos, Songs e Instrumentals. El chamizo le recordaba a una guitarra acústica, dice. Y en el álbum casi pueden oírse los pajarillos. Los dos discos, bellos y profundamente melancólicos, actúan también como un antídoto a la tendencia cottagecore y a las fantasías pastoriles que han asaltado a muchos en el 2020: se puede estar muy triste en una cabaña.
CARSON, KAREN Y NORMA JEAN
El sello Viena Edicions, que ha editado recientemente El festí de Babette, recordaba hace poco en Twitter el viaje que hizo Karen Blixen a EE.UU. en 1959. La danesa llegaba precedida de rumores: que era un hombre, o dos hermanos, o una monja. Blixen, que tenía más de 80 años y estaba consumida por la sífilis que había contraído en África, fue a Nueva York a dar un discurso en la Academia de las Letras y se encontró, según su biógrafo, “exhibida, escrutinizada, enfocada y pasada de mano en mano como una especie de reliquia preciosa que hubiese sido encontrada en una tumba y prestada a América por primera y última vez”. Conoció a Truman Capote y Cecil Beaton, pero las únicas personas que le interesaban eran cuatro: Hemingway, e.e. Cummings, Marilyn Monroe y Carson McCullers, quien organizó una comida a la que invitó también a Monroe y Arthur Miller. Puso en el menú lo único que ingería por entonces la baronesa, que pesaba 36 kilos: champán, ostras y uvas. Al parecer, las tres mujeres acabaron bailando encima de la mesa, o eso ha quedado para la leyenda.
EN ESTO, NIXON TAMBIÉN SE ADELANTÓ A TRUMP
¿Publicará Donald Trump sus memorias, cuando consigan desalojarle de la Casa Blanca, como han hecho antes todos los presidentes? Si algún sello de los cinco grandes conglomerados, los llamados Big Five, se atreve a hacerle una oferta –que nunca igualaría el anticipo que recibieron los Obama, 65 millones de dólares por varios títulos de ambos–, se prevén protestas internas, como las que hubo en Hachette para evitar la publicación de las memorias de Woody Allen. No es nada nuevo. En 1978, cuando Nixon se puso a escribir sobre su presidencia fallida, dos veinteañeros de Washington ajenos al negocio editorial (el dueño de una tintorería y el de un restaurante) montaron un Comité para el Boicot de las Memorias de Nixon. Consiguieron 39.000 dólares en donaciones y se hicieron con un logo resultón del diseñador Robert Pryor y plasmaron su eslogan, Don’t Buy Books by Crooks (No compres libros de ladrones) en pósters y camisetas, que aparecieron en programas como Good morning America . El Washington Post y el New York Times rechazaron llevar el anuncio entre sus páginas.