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Cuentos fabulosos sobre el mundo del sueño

Cultura/s

Desde China a Borges y Nabokov, la legendaria selección realizada por Roger Caillois

‘Flaming June’(1895), obra maestra de Frederic Leighton, que alude a las figuras durmientes que los griegos a menudo pintaban. Se encuentra en el Museo de Arte de Ponce, Puerto Rico

Fine Art / Getty

Los sueños han constituido un material precioso para los escritores. Proust arranca En busca del tiempo perdido con Marcel desvelándose poco a poco y mezclando las imágenes de su dormir con las del despertar. En La montaña mágica de Thomas Mann, Hans Castorp alcanza su punto álgido cuando, perdido en la nieve, se amodorra con apocalípticas visiones de una humanidad bestial. ¿Y qué decir de Joyce, quien construye Finnegans wake enteramente con las pesadillas nocturnas de un tabernero dublinés?

Si Roger Caillois, en la recopilación que ahora reseñamos, se hubiera decantado por fragmentos y no relatos completos, sin duda habría tenido que remitirse a los casos antedichos. Y de hecho en el prólogo se excusa de no haber incluido El proceso y El castillo (por demasiado largos). En el polo contrario, ya puestos, podría haber incorporado el microrrelato de Monterroso Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

La cuarta dimensión en la que se mece el durmiente le permite experimentar las más atrevidas fantasías e inconcebibles éxtasis

No importa. Su selección es lo bastante diacrónica, diversa, original y rompedora como para que, a casi sesenta años de su publicación en el Club Français du Livre, siga fascinando. Y es muy pertinente que haya sido Atalanta el artífice del rescate. Recordar que hace diez años Jacobo Siruela cuajó en El mundo bajo los párpados una estupenda historia cultural del onirismo, y que tres años más tarde, en Antología universal del relato fantástico, antepuso un largo estudio sobre las relaciones entre la gran ficción y el vasto mundo de lo invisible.El volumen Poder del sueño deviene así un eslabón más en esta cadena.

Roger Caillois abre su antología con un puñado de cuentos chinos milenarios, y lo cierra con relatos latinoamericanos (Luisa Mercedes Levinson, Borges y Cortázar), ámbito éste último en el que también fue un experto, a partir de que en 1942, exiliado en Argentina, Victoria Ocampo le introdujese en aquellos predios. Entre unas y otras piezas, Caillois interpola relatos de lo más granado de la tradición occidental –Poe, Ambrose Bierce, Bruno Schulz, Mérimée, Gautier, Maugham, H.G. Wells, Kipling, Nabokov…– y patentiza que su militancia en el surrealismo, entre 1930 y 1934, le dejó honda huella, en el sentido de que siempre creyó que el sueño es uno de los baluartes de la imaginación.

Hermafrodito durmiendo, escultura de un autor desconocido y colchón esculpido por Gian Lorenzo Bernini en 1620 exhibido en la sala de las Cariátides del museo del Louvre

Wikimedia Commons

Si rompió con André Breton fue porque en un momento dado quiso indagar en la cara oculta de lo maravilloso, actitud que Breton juzgó como sacrílega. Sigue aún citándose la respuesta que dio Caillois: “L’irrationel, soit; mais j’y veux d’abord la cohérence”. Este espíritu de coherencia preside la presente selección.

Caillois creyó que el sueño es uno de los baluartes
de la imaginación pero también indagó en la cara oculta de lo maravilloso

Dado que un sueño (como se afirma en el prólogo) “es torrencial, confuso e inextricable”, cabe preguntarnos: ¿contienen revelaciones y augurios de origen sobrenatural, o son solo ­escorias de una mente desordenada? Los cuentos taoístas ya avisan de la problematicidad del asunto. En un texto recopilado por Lie Yukou, se habla de un reino donde sus habitantes tienen por verdadero lo que sueñan y por falso lo que ven en estado de vigilia, y de otro reino donde –al contrario– lo que se hace durante el día se considera real y lo que se ve durante el sueño se considera engañoso.

Este es uno de los conflictos que las tradiciones literarias más antitéticas airearán y dirimirán sin concretar nada. Sin ir más lejos, Somerset Maugham en Lord Mountdrago habla de un ministro inglés reverenciado por todo el mundo que de noche alienta sueños tan grotescos como el de ser recibido en una fiesta de postín y acudir a ella (sin darse cuenta) en calzoncillos de seda y ligas escarlata. Mountdrago de día es, pues, recto, decente y carismático, y de noche, en sus sueños, se convierte en una criatura mezquina y risible.

¿Cómo cabe interpretar esta escisión, y cómo se puede vivir con esta dualidad? En La muerte enamorada de Gautier se recrea otro caso de identidad atomizada: un sacerdote que en la vigilia cumple sus obligaciones con ascetismo, tan pronto duerme, sueña con una cortesana y cede a una vida de molicie, de manera que acaba sin saber quién es su yo auténtico, y cuándo empieza la realidad y acaba la ilusión. Y es que cuando la ensoñación adquiere un grado extremo (véase Un incidente en el puente de Owl Creek de Ambrose Bierce) resulta peliagudo determinar qué clase de vivencia se tiene: aquí un condenado a muerte sobrepuja su inesquivable final con una alucinación que le hace saborear una felicidad indecible

Esta es otra variante que el antólogo tiene especial interés en subrayar: los sueños son a veces portadores de nuestras más acariciadas quimeras y de nuestras más secretas querencias. Y hay por lo menos tres narraciones –de Onions, H.G. Wells y Kipling– que alegorizan diáfanamente el asunto: frente a las sordideces de la realidad, la cuarta dimensión en la que se mece el durmiente le permite experimentar las más atrevidas fantasías y los más inconcebibles éxtasis.

Ahora bien, con tan evanescentes devaneos, ¿puede por ejemplo un escritor levantar un relato de aceptable dignidad literaria? En el cuento El camisón azul cielo Louis Goulding demuestra que sí, y que la febrilidad del soñar puede retroalimentar como ningún otro combustible la ebriedad de la creación. En suma, esta joya bibliográfica nos embarca en una poliédrica navegación por historias de todas las épocas que reflejan las ambivalencias del psiquismo nocturno, la inmensa seducción de los sueños y también su poder trastornador.

Rodoreda, una impenitente soñadora

El intrigante universo rodorediano tiene sin duda en los sueños una de sus fuerzas motrices. Eva Comas se ha adentrado en esas simas y, centrándose en sus cinco novelas canónicas, ha desentrañado claves y enigmas que se incardinan en el tejido prosístico de sus páginas. Comas parte de una percepción fundamental: los sueños de los personajes de Rodoreda tienen un valor simbólico y proporcionan información sobre la vida interior de cada uno de ellos.

La ensayista, con buen tino, nos entera de entrada que desde joven la escritora de Sant Gervasi mostró un interés muy vivo por el onirismo. Cuando Carner tradujo Alicia en 1927, quedó fascinada con los despropósitos de aquel mundo patas arriba, y cuando se radicó en París ya exiliada, amén de frecuentar los cineclubs que proyectaban películas surrealistas, se interesó por las teorías de Gaston Bachelard y de Carl Jung, que valoran los sueños porque permiten un estado libre de la mente.

La autora Mercè Rodoreda

Guillermina Puig

Comas en El somni blau va mucho más allá de desmenuzar las visiones de los personajes rodoredianos: sostiene que es cuando la autora ahonda en el mundo onírico de sus criaturas cuando se encuentra a sí misma y da con una poética propia. En efecto, la Colometa de La plaça del Diamant, la Cecília Ce de El carrer de les Camèlies o la Teresa Valldaura de Mirall trencat son impensables sin esa facultad que tienen para salirse de sí mismas a través de sus sueños, alucinaciones e incluso desvaríos.

Comas muestra con minuciosidad cómo Rodoreda a lo largo de su carrera fue elaborando una serie de leitmotiv (los espejos, las palomas, los ángeles…). Y explica al detalle cómo la autora supo integrar esos temas en sueños reveladores o turbadores, que dieron a sus novelas una creciente densidad simbólica. Entre los muchos sueños y visiones que la ensayista descodifica, destaca por cierto la alucinación que tiene Colometa en La plaça… cuando, determinada a suicidarse, entra por azar en una iglesia y ve en el altar un sinfín de bolitas enrojeciéndose y que poco a poco va identificando con las almas de los soldados muertos en la guerra.

Eva Comas patentiza aquí cómo Rodoreda consigue que el drama personal de una protagonista al límite de sus fuerzas, gracias a la intensidad con que se condensa en una visión espeluznante, exprese por añadidura el alcance de una tragedia colectiva. El estudio, en fin, tiene una amplitud de compás muy de agradecer, y encima la autora defiende sus tesis a cuerpo descubierto y en una primera persona que crea confianza.

Y se echa de ver que se ha empapado del personaje, sumergiéndose en las biografías, los epistolarios, los documentales y las entrevistas. Rodoreda (nos dice Comas a modo de conclusión) fue una creadora de atmósferas y en el lenguaje de los sueños encontró un procedimiento para nimbar sus tramas de un aura de irrealidad. Y para dotar a sus personajes de flujos de conciencia que los emparentan con los de Joyce, Kafka o Virginia Woolf.

'Poder del sueño'”

ATALANTA. EDICIÓN: ROGER CAILLOIS. 475 PÁGINAS. 25 EUROS

'El somni blau. Estudi dels somnis en la narrativa de Mercè Rodoreda'”

FUNDACIÓ MERCÈ RODOREDA. 300 PÁGINAS. 23,75 EUROS
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