La Barcelona de Gabriel García Márquez

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Un programa de actos evoca sus ocho años en la ciudad

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Escritores, amigos e instituciones se han conjurado para organizar una serie de eventos, del 6 al 13 de abril, que ponen en valor la vinculación del colombiano con Barcelona, localidad en la que residió ocho años y a la que volvía continuamente. Mesas redondas con autores latinoamericanos que viven hoy en la ciudad, como Villalobos, Roncagliolo, Restrepo o Fresán, amigos de la época como Luis Goytisolo o Nuria Amat, y una amplia oferta de talleres componen el homenaje.

El premio Nobel de Literatura que más tiempo ha vivido en Catalunya –ocho años, de 1967 a 1975– es Gabriel García Márquez. Fue en Barcelona donde experimentó la mayor mutación que puede sufrir un escritor: se transformó de autor minoritario en uno de los novelistas más famosos del mundo. El regalo que pidió cuando llegó al millón de ejemplares vendidos de Cien años de soledad fue que le tradujeran ese libro al catalán (y que lo hiciera su amigo Tísner). Desde 1975, su editorial principal ha estado en Barcelona. Y, desde mediados de los años sesenta, su carrera fue dirigida en lo económico –y estratégico– por la agencia Carmen Balcells. A pesar de no vivir en la capital catalana desde 1975, acudía regularmente casi todos los años y, tras una etapa en que se alojó en hoteles, se compró un piso que mantuvo hasta el final de sus días. La lista de anécdotas, afectos, proyectos y amistades que ha generado García Márquez en Barcelona daría para varias enciclopedias.

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abriel García Márquez, leyendo un diario en la plaza Catalunya en febrero del año 1970

EFE

Es por ello que sorprende que, hasta ahora, no se hubiera celebrado nada parecido a El rastro de Gabo en Barcelona, una serie de debates, talleres, rutas y publicaciones, que tendrán lugar del 6 al 13 de abril, organizados por el consulado de Colombia, la Obra Social La Caixa y Casa Amèrica Catalunya, con el apoyo de otros medios y entidades, como La Vanguardia, Barcelona Ciutat Literària, Biblioteques de Barcelona, el máster de Periodismo Narrativo de la UAB, la agencia Carmen Balcells o la FNPI, fundación que creó el escritor para promover el periodismo de calidad. Se trata de la primera gran reivindicación del vínculo del personaje con la ciudad. “Queremos hacer visible algo que a la gente le pasa desapercibido, que esta es una de las ciudades importantes en la vida de Gabo”, apunta la cónsul, Pilar Calderón, quien, como periodista, coincidió con García Márquez en la revista colombiana Cambio, de la que él era el propietario.

Si bien se trata, por un lado, de una conmemoración a los cinco años de la muerte del escritor –que se cumplirán el 17 de abril– el programa, más que analizar las obras o episodios del pasado, se enfoca más en proyectar su legado y sus ideas hacia el futuro. Por un lado, está previsto que los escritores latinoamericanos que residen actualmente en la ciudad –Santiago Roncagliolo, Laura Restrepo, Rodrigo Fresán y Juan Pablo Villalobos– debatan (lunes 8) sobre los atractivos e inconvenientes de Barcelona como lugar donde escribir. Por otro, una selección de amigos del Nobel –se espera a Luis Goytisolo, Nuria Amat o Wendy Guerra– evocarán (jueves 11) momentos vividos junto al colombiano. Otras mesas abordarán cuestiones como los cambios tecnológicos del periodismo (martes 9), el reporterismo de viajes (miércoles 10) o la relación entre música y literatura del Caribe (viernes 12). Entre los ponentes, nombres como Miquel Molina, Xavier Aldekoa, Martín Caparrós o Alberto Salcedo Ramos, entre otros (véase recuadro).

“Cuando pasó penurias, prometió a sus hijos: ‘Un día vendré con maletas llenas de dólares’... y luego exigió cobrar así”

Tras haber publicado Cien años de soledad en Buenos Aires, Gabriel García Márquez se mudó a Barcelona, por consejo de Carmen Balcells y seducido por el aura mítica que le había conferido a la ciudad Ramon Vinyes, el “sabio catalán” de su tertulia juvenil de letraheridos de Barranquilla. Aterrizó en el aeropuerto de Barajas el 4 de noviembre de 1967 y, tras pasar unos días en la capital de España, se dirigió a Barcelona, con su mujer, Mercedes Barcha, y sus hijos Rodrigo y Gonzalo, en un coche de alquiler. Su primer asentamiento fue en un aparthotel de la calle Lucà. Al poco, se mudaron a un piso en el número 168 de la avenida República Argentina, desde el que, el 6 de febrero de 1969, se cambiaron a los bajos de la calle Caponata número 6, 165 metros cuadrados en el barrio de Sarrià. En la misma esquina vivió su gran amigo, el peruano Mario Vargas Llosa.

La novela que escribió en Barcelona fue El otoño del patriarca, publicada justo tras su marcha en 1975, y en la que el dictador protagonista adquiere “algunos detalles de la agonía de Franco, que iba tomando de la prensa”, según él mismo ha contado. Pero no fue ese su único “libro barcelonés”. Su amiga Beatriz de Moura había fundado en 1969, junto a su entonces marido, el arquitecto Oscar Tusquets, la editorial Tusquets y le pidió un texto para apoyar el nuevo sello. “‘Os voy a dar uno que salvará la editorial’, bromeó –recuerda Tusquets–, era un material que había publicado en la prensa colombiana sobre un polémico naufragio... Vaya si nos salvó, ¡hicimos 80 ediciones! Y Relato de un náufrago se convirtió en el libro más vendido de la historia de la editorial”.

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Gabriel García Márquez, junto a Jorge Edwards, Mario Vargas Llosa, Carmen Balcells, José Donoso y Ricardo Muñoz Suay en la despedida al escritor peruano de Barcelona en el año 1974

Agencia Balcells

“Le gustaba hablar de lo que estaba escribiendo –rememora Tusquets–, un día en Bocaccio me dijo: ‘He tenido una idea maravillosa para un cuento gracias a un problema que he sufrido con la electricidad’. Y me lo narró allí mismo: unos padres se van a cenar a casa de unos amigos, pero se dejan una bombilla desenroscada, por la que empieza a escaparse la luz y, cuando vuelven, se encuentran la casa entera inundada de luz y a sus niños ahogados en el techo”. El relato es La luz es como el agua, incluido en el libro Doce cuentos peregrinos.

“En los momentos de penurias económicas –prosigue Tusquets–, Gabo les decía a sus hijos: ‘No os preocupéis, porque un día vendré con una maleta llena de dólares’. Y, ya consagrado, para hacerles reír, exigía a Carmen Balcells cobrar así algunos libros... ¡y, dicho y hecho, ella se presentaba a verle con una maleta repleta de billetes!”.

Dormía la siesta en el suelo de las casas de sus amigos, compraba membrillo de guayaba, era supersticioso...

Su rutina laboral era escribir vestido con un mono de mecánico hasta media tarde, hora en que recibía a amigos o se iba a pasear, y “a leer el diario vespertino, ya fuera El Noticiero o el Tele/eXprés, cuyas noticias luego comentaba con mi padre o con los vecinos”, explica Luis Miguel Palomares, hijo de Carmen Balcells y director de la agencia desde el 2015.

En Barcelona, García Márquez no se implicó mucho en el antifranquismo, pero sí “jugaba” a las conspiraciones políticas, sobre todo en América Latina, y a menudo intentaba poner de acuerdo a bandos enfrentados. Por su piso desfilaron guerrilleros, políticos... personajes como Régis Debray, Gregorio López Raimundo o Pablo Neruda. A raíz del caso Padilla en 1971 –el encarcelamiento y posterior autoinculpación pública del escritor cubano Heberto Padilla– saltaron chispas en algunas conversaciones. “Me discutí con Gabo antes, en 1968 –recuerda Juan Marsé–, porque yo volvía de La Habana de ser jurado del premio Casa de las Américas. Fidel Castro quiso que retiráramos los premios a Padilla y a Arrufat y nos negamos. ‘Si quieren lo fusilan, pero su libro es el mejor’, les dije. De vuelta, al comentárselo a Gabo, diciéndole que no éramos comisarios, estalló: ‘¿Eres tonto o qué? ¡La revolución es muy importante! ¡No tenéis ni puta idea!’”. Ya en la transición, mostró su simpatía en reuniones y mítines con dirigentes socialistas y tuvo gran contacto con Felipe González, Pasqual Maragall o Narcís Serra.

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Gabriel García Márquez, en Barcelona, tras ajustarse un pantalón de tirantes en el año 1990

Agencia Balcells

Pero las tres familias que trabaron mayor amistad con los García Barcha en Barcelona fueron los Feduchi (Luis y Leticia), los Muñoz (el productor de cine Ricardo Muñoz Suay y su esposa Nieves Arrazola, que tiene hoy 102 años) y, por supuesto, los Palomares Balcells. Berta Muñoz, hija de Ricardo y Nieves, explica: “Íbamos a Calafell, los fines de semana y en verano, los Gabos alquilaron allí un apartamento para estar con nosotros. Pero él era supersticioso, y había una vecina de arriba que decía él que era pavosa, vamos, que le daba yuyu, y al final no se quería quedar a dormir en aquel apartamento. En el bar La Espineta, de la familia Barral, nos reuníamos todos, también con Marsé, Ana María Moix, Gil de Biedma...” Otros conocidos fueron la fotógrafa Colita, Rosa Regàs, Joaquín Marco, Félix de Azúa, Carme Riera...

Convertido ya en autor famoso, García Márquez viajaba mucho, junto a su esposa. “Entonces –revela Berta Muñoz– yo me instalaba en su casa, para estar con Rodrigo y Gonzalo, más pequeños. Les hacía de canguro y secretaria, dormía en la cama de los Gabos”. A veces “me enviaban a comprar membrillo de guayaba, que le encantaba, a un colmadillo que había en la actual plaza Francesc Macià”.

Los amigos recuerdan las legendarias siestas de García Márquez. “Se quedaba medio dormido en cualquier sitio –dice Muñoz–, parecía que no escuchaba, pero, de golpe, te soltaba alguna frase genial”. Palomares explica que “su especialidad era la siesta en la alfombra: en casa de mi madre se había llegado a estirar directamente en el suelo”. “Era una persona entrañable, muy fácil, nada conflictivo –añade Muñoz–. Nunca gritaba, no reñía a los niños. Le gustaba hacer reír y observaba mucho”.

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García Márquez, en 1993, en un mitin del PSC junto a Oriol Bohigas, Pasqual Maragall, Felipe González y Raimon Obiols

LUIS GENE / EFE

“Un día, nos invitó a Julio Cortázar y a mí a comer al Reno –rememora la uruguaya Cristina Peri Rossi–, y se quedó muy sorprendido al ver que pedíamos unos huevos fritos con patatas”. Gracias a un consejo de Gabo, Cortázar encontraba en Barcelona jerséis y camisas de su (alta) talla: “Ve al Corte Inglés, yo me compro los trajes allí”. Son varios los restaurantes que frecuentó, a lo largo de varias etapas, algunos han desaparecido y otros siguen funcionando: el 7 Portes, Casa Leopoldo, el Amaya (que aún exhibe enmarcado un dibujito que les hizo de una lubina), La Puñalada, Semon, Giardinetto, Flash Flash...

Nélida Piñón y Rosa Regàs recuerdan lo que todos llamaban “la Gabo sound machine”, el espectacular equipo de música de su domicilio, cuyo interiorismo diseñaron Alfonso Milà, Federico Correa y Leopoldo Pomés (le gustó tanto, por cierto, que lo reproducía en todos los pisos que iba adquiriendo en varias ciudades del mundo).

Para los fetichistas, es bueno saber que el rastro de Gabo en Barcelona se podría seguir literalmente a través de algunos objetos que dejó aquí, como la mesa de madera en que escribió El otoño del patriarca y que le cedió a Carmen Balcells. O, explica Luis Miguel Palomares –fotógrafo de profesión– “mi primera cámara, esta que tengo en la mano, una Minolta SRT 101, me la cedió al irse, igual que mi primer coche, un Seat 1430 motor Fiat. Hay que decir que el fotómetro de la cámara estaba estropeado, sobreexponía, salían las fotos quemadas, lo que a veces conseguía algún efecto interesante”.

Pero, si le forzaran a elegir algo de lo que le dejó Gabo, Palomares señala: “Un consejo que me dio: ‘Noi, la naturalidad te abrirá todas las puertas, recuérdalo siempre’. Y en eso estoy”.

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