Al cineasta francés Florian Zeller no le fue fácil convencer al veterano Anthony Hopkins para que interpretara al viejo Anthony, así bautizado por el propio realizador como muestra de admiración y en señal de agradecimiento a su respuesta afirmativa.
Pero tanto a Zeller como a Hopkins les mereció holgadamente la pena el acuerdo de hacer juntos El padre, donde el actor británico se luce en el papel de un anciano culto y algo arrogante que trata en vano de negar y combatir su progresiva demencia ante su desesperada hija Anne, encarnada por una brillante Olivia Colman.
El octogenario intérprete galés (Margam, 1937) ha demostrado ser el más firme candidato al Oscar a mejor actor. Esta noche se ha hecho con su segunda estatuilla dorada después de haberla conquistado en 1992 por su asombrosa composición de un inteligente psicópata asesino en El silencio de los corderos.
Desde aquel logro, ésta es la quinta vez que Hopkins aspiraba a una segunda estatuilla de la Academia de Hollywood; en las ocasiones anteriores debió las nominaciones a sus representaciones en Lo que queda del día (1993), Nixon (1995), Amistad (1998) y Los dos Papas (2020).
Florian Zeller, dramaturgo antes que director de cine y autor del libreto de la obra teatral en que se basa El padre, estaba a su vez personalmente nominado al Oscar a mejor guión adaptado; compite en la categoría de mejor película, y algo tiene que ver con otras tres nominaciones además de la de Hopkins: la de Colman como mejor actriz de reparto y las de mejor montaje y mejor diseño de producción. En total: seis candidaturas.
Desde su triunfo con 'El silencio de los corderos', ésta es la quinta vez que Hopkins aspira a su segunda estatuilla
El trabajo de Hopkins en El padre se antoja complicado. Porque su misión, tal como Zeller la concibió, no se limita a ponerse en la piel de un hombre al que se le escapa la razón y la memoria; se centra asimismo en ponernos a nosotros, espectadores, en el terreno de la confusión mental que él está viviendo.
A ratos, viendo 'El padre', sólo sabemos que tal vez un día nos toque estar precisamente ahí, en el temible territorio del progresivo sinsentido
Y ése es el mayor merito de la película y del actor: que a ratos, mientras vemos y compadecemos a Anthony, dejamos de tener claro dónde nos encontramos en tiempo y sobre todo en espacio. Sólo sabemos que tal vez un día nos toque estar precisamente ahí, en el temible territorio del progresivo sinsentido.