Las muertes más emblemáticas del séptimo arte
Libros
Joan Marimón teoriza sobre la función de la muerte en la narración cinematográfica a través del análisis de más de 200 filmes
El cine, desde que nació hace más de cien años, es un arte y una fuente de entretenimiento para todo tipo de público. Delante de la gran pantalla, la audiencia observa un espectáculo en el que absorbe (o no) el inagotable talento de guionistas, actores y directores, que esperan captar nuestra atención con historias de diversos géneros. Y entre esos momentos que ayudan a atrapar nuestra atención siempre hay una muerte de por medio.
El director, guionista, productor y profesor de montaje de la Escac Joan Marimón ha recopilado las muertes más imaginativas que nos ha brindado el séptimo arte en Muertes creativas en el cine, un libro que analiza al detalle la función de la muerte en la narración cinematográfica poniendo como ejemplos más de doscientos decesos emblemáticos.
El escritor considera que la muerte es, junto con el sexo, el motor dramático fundamental de la ficción cinematográfica por el poder catártico y transformador que tiene, ya que su significado aparentemente negativo, se vincula a la promesa de renacimiento que lleva implícita.
“La muerte es la perfecta aliada de las artes narrativas como el mayor de los castigos”, escribe el autor mientras indaga en esas secuencias que han permanecido en el recuerdo del espectador y nos habla de las diferentes maneras de morir y su significado, entre ellas la muerte a palos, el suicidio, la declaración de amor en la agonía o la ejecución pública.
Por las cerca de 500 páginas que dan forma al volumen, editado por Edicions de la Universitat de Barcelona y la Escac, se repasa las personificaciones de la muerte, la risa y la emoción estética como atenuantes, así como las figuras de renacimiento; la muerte y el espectador en el thriller; la relación entre la muerte y el sexo o su presencia en el cine de terror. Pero, además, Marimón explora también su tratamiento en los cortometrajes de los hermanos Lumière, en las películas del cineasta sueco Ingmar Bergman (El séptimo sello, Fresas salvajes) en las del rey del suspense Alfred Hitchcock (la escena de la ducha de Psicosis) o en las cintas de la factoría Disney, con el flagrante ejemplo de la icónica muerte de la madre de Bambi (1942), que se produce fuera de campo y a la que jamás vemos su cuerpo inerte en pantalla. Tampoco se olvida de la de Blancanieves en Blancanieves y los siete enanitos (Snow White and the seven dwarfs, 1937), primer largometraje animado de la productora, y su posterior resurrección, o la del rey Mufasa en El rey león (The lion king, 1994).
Y en el extenso apartado de muertes creativas a lo largo de la historia del cine, el autor se detiene en una interesante lista estructurada por orden cronológico que empieza por The execution of Mary, queen of Scots (1895) y finaliza con la reciente La forma del agua (2017), de Guillermo del Toro, ganadora de cuatro premios Oscar, entre ellas mejor película y director.
En El nacimiento de una nación (The birth of a nation, 1915), Marimón escribe sobre la notable precisión documental que caracteriza la secuencia del asesinato de Lincoln; otro asesinato, el de Alan, centra el análisis de la expresionista El gabinete del Dr. Caligari (Das Cabinet des Dr. Caligari, 1920), considerada como la primera película de terror; El acorazado Potemkin (Bronenosets Potiomkin, 1925) y la masacre en las escaleras de Odessa no podían pasar por alto, así como la ejecución de Juana de Arco en La pasión de Juana de Arco (La passion de Jeanne d’Arc, 1928), de Carl Theodor Dreyer.
La muerte de los eclesiásticos en una de las secuencias iniciales de La edad de oro (L’age d’or, 1930), de Luis Buñuel, resulta tan impactante como la de la niña en El doctor Frankenstein (Frankenstein, 1931), de James Whale. Y cómo olvidar la de Charles Foster Kane y su última palabra -Rosebud- antes de despedirse de este mundo en el arranque de Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941), la obra maestra de Orson Welles. Respecto a muertes apasionadas, qué mejor ejemplo que la que exhibían Pearl (Jennifer Jones) y Lewton (Gregory Peck) abrazados en el final del western Duelo al sol (Duel in the sun, 1946), de King Vidor.
Stanley Kubrick nos brindaba una emocionante historia de un esclavo que se rebela en Espartaco (Spartacus, 1960), con la muerte de Antonino (Toni Curtis) y la crucifixión del protagonista (Kirk Douglas) como puntos fuertes y dramáticos de la película. La violencia como signo de evolución era evidente en otro título del cineasta estadounidense, 2001: Una odisea del espacio (2001: A space odyssey, 1968) con la primitiva muerte a palos del gorila y la desconexión de la computadora HAL 9000.
La masacre final de Taxi Driver (1976), en la que Travis (Robert De Niro) mata a tres personas y se intenta suicidar también tiene su espacio en esta lista en la que figura el mítico final del monólogo recitado por el replicante Roy Batty (Rutger Hauer) en el filme de culto Blade Runner (1982), de Ridley Scott. Dirigida también por Scott destaca Thelma y Louse (1991) con la huida final de estas dos amigas en coche hacia al abismo, una imagen que termina congelada para dar paso al recuerdo de felicidad de ambas. Sin duda, una de las muertes más vivas del audiovisual.
El trágico final de los ladrones de bancos Bonnie Parker (Faye Dunaway) y Clyde Barrow (Warren Beatty) en el clímax de Bonnie & Clyde (1967), ametrallados brutalmente con planos muy rápidos, es de los que no se olvidan fácilmente. Una muerte violenta que contrasta con la plácida que experimentaba Gustav von Aschenbach (Dirk Bogarde) en la orilla de la playa contemplando al hermoso Tadzio en Muerte en Venecia (Morte a Venezia,1971), de Luchino Visconti.
Por la intensa lectura del libro transitan los incesantes crímenes de la saga El padrino, que acaba con el asesinato de la hija de Michael Corleone (Al Pacino) en las escaleras de la Casa de la Ópera en la tercera y última entrega de la obra maestra de Francis Ford Coppola sobre la mafia.
Otros títulos que desfilan ante la mirada del lector son Delitos y faltas (Crimes and misdemeanors, 1989), de Woody Allen; la muerte de Quick Mike mientras hace sus necesidades en el exterior de una cabaña en Sin perdón (Unforgiven, 1992) o la de la enferma y anciana Anne a manos de su marido en la espléndida Amor (Amour, 2012), de Michael Haneke.
En el panorama del cine español, el escritor recuerda la muerte del ciclista en el inicio de la narración y la de los protagonistas Juan y María José en Muerte de un ciclista (1955), de Juan Antonio Bardem; las muertes por apuñalamiento en La venganza de don Mendo (1962), de Fernando Fernán Gómez o a las que hacía referencia la magistral El verdugo (1963), de Luis García Berlanga. Y si nos referimos a las más actuales, despoja el deseado fin del tetrapléjico Ramón Sampedro en la oscarizada Mar adentro (2004), de Alejandro Amenábar; la ejecución por el método del garrote vil de Salvador Puig Antich (2006), de Manuel Huerga; el suicidio de la poetisa Patricia Heras en Ciutat morta (2014), de Xavier Artigas y Xapo Ortega o el dramático adiós de la madre del joven Conor (Lewis McDougall) en Un monstruo viene a verme(2016) de J.A. Bayona.
Marimón concluye su estudio con un capítulo dedicado a otras formas singulares de muerte, por las que aparecen las protagonizadas en Nosferatu, el vampiro (1922), La bella y la bestia (1946), La dama de Shangai (1947), Perdición (1944) o Lawrence de Arabia (1962).