El nazismo fue un régimen de muerte. Bajo la sanguinaria batuta de Adolf Hitler se asesinó a seis millones de judíos. Se calcula que 60 millones de personas murieron en la Segunda Guerra Mundial. A pesar de dejar un rastro de sangre allá por donde pasaban, los nazis quisieron ser también una fábrica de vida. De vida aria.

Heinrich Himmler (1940). El 23 de octubre de 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, el dirigente nazi Heinrich Himmler, el primero a la izquierda, viajó a Barcelona. La fotografía, corresponde a su visita, acompañado del general Orgaz, capitán general de Cataluña, a las celdas de la “cheka” de la calle Vallmajor, de Barcelona. Himmler, jefe de la Gestapo, se suicidó en 1945, dos días después de ser capturado por tropas británicas.
Heinrich Himmler, el líder de las SS, puso en marcha en 1936 el programa Lebensborn. Un proyectodestinado a “depurar la raza” consistente en que mujeres rubias, lozanas y de ojos claros dieran a luz a niños tan rubios como ellas, retoños de oficiales de las SS o de nazis igualmente áureos para que entre las nuevas generaciones de alemanes brillara la raza superior.
“No tenían piedad. Si algún niño nacía enfermo o con alguna anomalía, lo descartaban”
“Las maternidades ( heims ) de Himmler eran algo así como campos de vida, la otra cara de la moneda de los campos de exterminio. Allí había que producir mucho. Crear niños alemanes de pura raza. Tantos como fuera posible”, relata la escritora francesa Caroline de Mulder, que acaba de publica Los niños de Himmler (Tusquets), una novela que se adentra en el sinistro proyecto del jefe de las SS.
De Mulder, que ha estudiado en profundidad el programa Lebensborn , sitúa su relato en las postrimerías de la guerra y lo articula a través de tres personajes. Renée es una chica francesa que ha quedado embarazada de un oficial de las SS. En su país ha sufrido un gran rechazo por su relación con el enemigo. Así que huye de Francia y se instala en una de las maternidades de Himmler en Alemania donde es bien recibida porque los nazis querían “apropiarse de toda la sangre buena que pudieran conseguir viniese de donde viniese”.
“El nazismo prefería que los padres y los hijos fueran alemanes, pero no descartaba a niños de otras nacionalidades, como polacos o franceses, al considerar que había elementos valiosos en el campo enemigo. Querían quedarse con la buena sangre estuviera donde estuviera y eso provocó el secuestro de muchos niños que eran arrancados de los brazos de sus madres extranjeras para integrarlos en el Lebensborn”.
La escritora señala que las maternidades de Himmler se produjeron unos 20.000 nacimientos y que al proyecto se incorporaron también “200.000 bebés secuestrados, que fueron seleccionados, considerados racialmente válidos y germanizados a la fuerza”, porque el programa lebensborn tenía “un objetivo eugenésico, estaba destinado a rearmar demográficamente a Alemania y quería devolver al pueblo alemán a su pureza original”.
Secuestrados o nacidos en los heims , los niños de Himmler eran sometidos a estudios médicos para comprobar la pureza de su sangre. “Se les examinaba desde todos los ángulos, altura, color del cabello y de los ojos, pero también se comprobaba la distancia entre la nariz y los ojos, entre los ojos, la forma de la cara, la textura del cabello o el tono de la piel. Había una decena de criterios y puntos que se sumaban en cada apartado. Muchos padres era SS, que ya habían sido seleccionados racialmente, pero si el padre no pertenecía a esta organización, también se le examinaba muy de cerca”, explica la autora de Los niños de Himmler .
Helga, el segundo de los personajes, es la enfermera más cualificada y trabajadora de la maternidad donde se aloja Renée. A los 20 años, Helga solo ha conocido el nazismo. Ha crecido a la sombra de las consignas de Hitler y los suyos y cree que su trabajo contribuye a mejorar el mundo de acuerdo con la moralidad que le han inculcado. “Helga está adoctrinada”. Aunque a veces tiene dudas. Como cuando se llevan a un bebé que ha nacido con una deformidad.
“No tenían piedad. Si algún niño nacía enfermo o con alguna anomalía, lo descartaban inmediatamente, lo retiraban y se lo llevaban a una institución donde se practicaba la eutanasia, lo estudiaban y después lo mataban. Su cerebro era entregado a los investigadores nazis. No se devolvía el cuerpo a las madres. No había tumba”, relata De Mulder.
Por contra, las mujeres embarazadas y los bebés nacidos en los heims y aceptados por el régimen contaban con todas las comodidades incluso en los últimos meses de la guerra cuando los alimentos escaseaba en Alemania. “El propio Himmler, que visitaba con regularidad estas maternidades, se ocupó en primera persona del bienestar de las mujeres y los niños, de los menús que se ofrecían, de que tuvieran leche y de que no les faltara el pan, el café o el azúcar”.
La abundancia del lugar contrasta con la situación de Marek, el tercer personaje de la novela. Un polaco que fue capturado por los nazis y enviado a un campo de exterminio del que logró escapar. Marek vive en las inmediaciones de la casa de maternidad y se alimenta primero de raíces y después solo de tierra. Marek es la realidad de un régimen terrible que quiso crear una raza pura, pero que siempre será recordado por su ansia homicida y exterminadora.