Conforme envejecemos, muchos de los hábitos y modas de las generaciones más jóvenes empiezan a parecernos extraños e incluso incomprensibles. Me temo que esto ha sido así desde que el mundo es mundo, con lo que no deja de ser un tópico lugar común quejarse de que la juventud está más loca y descarriada ahora que cuando nos tocó a nosotros (hélas!) ser jóvenes. Es, vuelvo sobre ello, una especie de constante universal. Y probablemente tiene hasta su lógica que nos parezca que la civilización está próxima a desaparecer cuando los que pronto dejarán de estar seremos nosotros y nuestros coetáneos. Ley de vida, tal vez, como juzgar que ahora se baila más o se trabaja menos que lo hicimos nosotros, aquellos que en su día también despertamos el lamento y la incomprensión de nuestros mayores.
Hay un magnífico y desencantado poema de Philip Larkin que resume y dice mejor que nadie la esencia de ese supuesto conflicto generacional: This be the verse. Su archiconocido primer verso es ya impactante, They fuck you up, your mum and dad. Si no lo conocen, no se pierdan su lectura, aunque les advierto que deja un poso de nihilismo y sinsentido de la existencia humana que no se borra ya nunca.
La brecha generacional, en cualquier caso, se ha hecho muy evidente tras la irrupción de internet y todo el universo digital. Las nuevas tecnologías nos han convertido a los boomers -por lo del baby boom- en algo así como una especie distinta y claramente inferior. En no sé si justa, pero sí recíproca venganza, la idea de que los nativos digitales tienen menor capacidad de atención y desprecian la ética del esfuerzo, se ha instalado por todo Occidente.

La distancia entre los analógicos y los digitales es enorme
Esto no sólo es una disputa de viejos contra jóvenes y viceversa, sino que responde a una revolución -ahora se prefiere el término disrupción- de las formas de aprender, educar y probablemente pensar y sentir. El cambio, la brecha, la distancia entre los analógicos y los digitales es enorme, aunque resulte también -nunca nada complejo se puede dibujar sin matices- que buena parte de la gente madura se ha incorporado a lo digital con incluso más entusiasmo que muchos jóvenes, pues algunos ya preconizan una abstinencia de pantallas que va sumando adeptos en favor de una vida más real, es decir, más física.
Evidentemente, no pretendo agotar en un artículo de diario una materia que da para llenar estadios de opiniones y versiones y abarrotar bibliotecas, pero sí quisiera alertar de un par de cosas. Una, que las palabras nunca son inocentes. Y cuando llamamos inteligencia artificial a este nuevo desarrollo de la tecnología ya le estamos atribuyendo una cualidad humana, precisamente la que nos distingue, unida indefectiblemente al lenguaje, como especie creadora de cultura simbólica y no sólo matérica. Si hablásemos de bases de datos asociativas, tal vez no nos parecería el futuro tan distópico…
La segunda cosa es que estamos abandonando la enseñanza de las humanidades y descuidando gravemente la cultura clásica. Y en eso España es un ejemplo notorio de lo que, a mi juicio, no hay que hacer. Porque no se trata sólo de haber arrinconado hasta el exterminio el latín y el griego en los planes de estudio, es que se lee poco y mal en la escuela y la facultad y la comprensión lectora se está desplomando en las jóvenes generaciones en todo Occidente. Y sin embargo, y de nuevo es una aparente paradoja, en el último estudio sobre hábitos de lectura, los jóvenes entre 14 y 24 años han dado la campanada como el grupo de españoles más lectores, poniéndose por delante incluso del arquetipo de lector de libros en España, que es una mujer de más de 35 años con estudios superiores. La realidad nunca es en blanco y negro, pero resulta innegable que en lo que siempre hemos considerado los estudios humanísticos, el nivel de conocimiento de los alumnos de hoy es muy pero que muy pobre. Y eso lleva a una incomprensión del mundo y de, está claro, la propia humanidad.
Sin humanos formados y con capacidad de comprensión, el futuro pinta inhumano"
El viejo modelo británico de primero saber de literatura, historia, filosofía y arte es ahora una versión elitista y casi aristocrática al alcance de muy pocos. Aunque, volvamos sobre las contradicciones que evitan que simplifique, las mejores escuelas de negocios del mundo están regresando justamente en estos últimos años a ese modelo de primero amueblar la cabeza y luego ya formaremos capitanes de empresa.
Los studia humanitatis se definían por oposición a los estudios sobre la divinidad -otro enorme agujero de la formación actual: ya no hay historia de la religión ni siquiera como mitología- y configuraron, otra vez simplifico en exceso, el renacer del mundo clásico que llamamos Renacimiento y que es, en su cruce con el cristianismo, el origen y hasta la invención de Occidente.
Leer y estudiar los clásicos, más conocer de arte, de historia, de filosofía, de literatura, permite llegar a la vida adulta con un mapa (los mapas políticos también explican el mundo, no sólo los físicos) y una brújula mentales, eso que ayuda a formar ciudadanos más capaces y, sí, claro, más conscientes.
La educación medieval se sustentó, con raíces grecorromanas, en el estudio del Trivium, formado por gramática, retórica y lógica y el Quadrivium, en donde se hallaban la geometría, la aritmética, la astronomía y la música. Las humanidades modificaron, a partir del siglo XV y con la aparición de la imprenta de tipos móviles (probablemente el mayor y más revolucionario salto tecnológico del conocimiento humano) esos estudios un tanto áridos, aunque imprescindibles para incorporar arte, literatura, historia y pensamiento. Eso que ahora estamos perdiendo y que hace que nos falte humanidad cuando más la necesitamos. Porque sin humanos formados y con capacidad de comprensión, el futuro pinta inhumano.
¿O serán cosas de la edad?