En Amsterdam no pasa un día sin que unos turistas se hagan fotos, sonrientes, frente al portal que Ana Frank traspasó camino del campo de concentración de Bergen-Belsen, de donde ya no regresaría. Así somos. Aparecer retratado con una fotogénica sonrisa es más importante que dedicar unos minutos a evocar unos hechos que se debería retener siempre en la memoria. Sobre todo, si hay que colgar la foto en alguna red social.
Escenas similares se viven a menudo en los camposantos de Normandía, en el monumento del Holocausto de Berlín o en los búnkers del Carmel en Barcelona, símbolo de la inútil resistencia republicana en una guerra que empezó siendo civil pero que al final supuso la primera victoria de Adolf Hitler en el tablero europeo.
Pese a todo, musealizar la casa de Höss sirve para ver lo poco que nos separa del horror
Los campos de concentración y exterminio no han sido ajenos a esta deriva de la desmemoria. Aunque la mayoría de los visitantes respetan el legado del lugar y son conscientes de que constituye un mirador privilegiado del horror, una minoría sucumbe a la tentación de postearse sonriendo frente a decorado famoso.
De ahí el reto mayúsculo que asume ahora la ONG neoyorquina Counter Extremism Project, dedicada desde 2014 a combatir el extremismo, con su decisión de musealizar la casa del que fuera histórico comandante de Auschwitz, Rudolf Höss, adyacente al campo y con vistas privilegiadas a las chimeneas del crematorio.
Porque el edificio del 88 de la calle Legionow es el que recrea la exitosa película La zona de interés , de Jonathan Glazer, ganadora del Óscar al mejor filme internacional en 2024, entre otros premios (al cierre de esta edición optaba a un galardón más en la gala de los Gaudí).

Fotograma de La zona de interés, que recrea la casa de Höss
El riesgo de banalización de un entorno tan significado es alto. De hecho, la mujer polaca que ha residido hasta ahora en la vivienda ha declarado a The New York Times que uno de los motivos que la han impulsado a venderla es que la película ha disparado la presencia de curiosos en los jardines que rodean la finca, acaso confundiéndola a ella, al entreverla por la ventana, con la lúgubre Hedwig Hensel, la esposa real de Höss.
La residencia, próxima al lugar en el que Höss fue ahorcado por los aliados en abril de 1947, podrá visitarse ya durante la conmemoración del 80º aniversario de la liberación de Auschwitz, que se cumple el lunes 27 de enero. El mensaje de los responsables de la ONG tiene todo el sentido: conviene actualizar el discurso que se ofrece en lugares como este relacionando la barbarie de ayer con el supremacismo de hoy, en una hora en la que proliferan comentarios y actitudes que nos retrotraen a un pasado que creímos superado.

El premier Keir Starmer y su esposa, Victoria Starmer, caminan por Auschwitz, el viernes
Las apelaciones a la anexión de territorios en busca de fronteras seguras, a las deportaciones masivas o a la concentración de seres manos en estructuras panópticas bien valen este esfuerzo divulgativo adicional. La delgada línea que separa lo ordinario de lo monstruoso vuelve a desdibujarse en las sociedades contemporáneas y deben ser bienvenidas todas las iniciativas destinadas a repintarla.
Por lo que respecta a Auschwitz, más que el hecho de que unos turistas desnortados puedan confundir el testimonio de un pasado siniestro con un decorado de cine, debería preocupar la hipocresía de algunos de los mandatarios que dentro de unos días viajarán hasta allí para asistir en los actos conmemorativos.
Es lícito pensar que gobernantes que participarán de buena fe en la conmemoración del fin de la pesadilla nazi están tolerando, al mismo tiempo y tal vez sin ser plenamente conscientes de ello, políticas que propician un retroceso en el camino emprendido desde entonces.
Es fácil y humano confundirse. Por eso son valiosas propuestas como la de Counter Extremism Project. Con ánimo clarificador, en su remozada casa de los horrores debería resonar la célebre frase de Steiner: “Hemos llegado después. Ahora ya sabemos que un hombre puede leer a Goethe o a Rilke al atardecer, puede tocar Bach y Schubert e ir a cumplir con su trabajo diario en Auschwitz por la mañana”.