El miedo es una emoción que todo ser humano manifiesta a lo largo de su vida y aparece ante una amenaza, física o emocional, real o imaginaria. Y no hay nada más emocionante que experimentar ese temor viendo una película o una serie, leyendo un libro o sintiéndolo en vivo y en directo en una obra de teatro. El terror vive un boom tanto en el apartado audiovisual como en la literatura y en las tablas. E incluso es objeto de interés en los centros de arte con exposiciones dedicadas a vampiros (CaixaForum) y zombis (Quai Branly de París).
Históricamente, en tiempos de crisis como en el que estamos inmersos, este género suele revitalizarse. Sobre todo tras los atentados del 11-S y, especialmente durante la pandemia, en su vertiente más realista. Historias protagonizadas por virus letales fueron consumidas por millones de lectores y espectadores en su casa gracias a las plataformas. Ese ansia por devorar relatos escalofriantes continúa vigente, con una notable producción en el ámbito cultural.
CINE
Temas reconocibles que llegan a nuevos públicos
“El 2024 ha sido un gran año para el cine de terror, tanto a nivel comercial como crítico y de éxito en festivales, y no solo los especializados”, considera Ángel Sala, director del festival de Sitges. “Hemos tenido una gran variedad como los éxitos de esperadas películas de estudio Un lugar tranquilo. Día 1, Alien Romulus o Smile 2, o la definitiva llegada del cine de terror más indie al éxito masivo y más gore, como es el caso del fenómeno Terrifier 3, e incluso de autor como Longless, Nosferatu o La sustancia”.
Sobre esta última, dirigida por la francesa Coralie Fargeat y protagonizada por una renacida Demi Moore, opina que “ilustra el buen funcionamiento del terror en festivales, ya que ganó el premio al mejor guion en Cannes y lidera un gran año para el cine de género dirigido por mujeres”. Entre ellas cita La primera profecía (Arkasha Stevenson), Descanse en paz (Thea Hvistendhal), El baño del diablo (Veronika Franz –codirigida con Severin Fiala–) o Esperando la noche (Celine Rouzet).
Respecto a la tendencia a consumir terror en épocas de crisis, Sala responde: “Creo que era algo cierto en el pasado, sobre todo en la época de la gran depresión del 29, que favoreció el cine de terror clásico de Universal o a finales de los sesenta y comienzos de los años setenta, con la crisis social, política y de identidad de los Estados Unidos (Vietnam, racismo, Watergate) que trajo una ola de terror que, en el fondo, hablaban de todos esos problemas en clave de pesadilla como La noche de los muertos vivientes, La semilla del diablo, La matanza de Texas o El exorcista”.
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Demi Moore en 'La sustancia'
Y añade que “tras los inductores del pánico reales que fueron los sucesos del 11-S del 2001 –que provocó títulos como 28 Días después, Amanecer de los muertos o la serie The walking dead– en la actualidad ya no se puede hablar de crisis orgánicas sino casi crónicas, una especie de convulsión perpetua en la sociedad donde todo resulta inestable y algo líquido, lo que lleva a consumir un cine no ya de evasión sino quizá estéticamente alejado de lo real pero que, a la postre, habla de temas reconocibles”. Como ejemplo cita la mencionada La sustancia, uno de los fenómenos del 2024, que aborda “la dictadura de la moda sobre el cuerpo de la mujer” o el revival del terror religioso con títulos como La primera profecía, Inmaculate, incluso El baño del diablo o Longless, "que alerta de la vuelta del conservadurismo moral, inquisitorial y oscurantista”.
El cine de terror ha logrado superar un nicho, sabiendo llegar a nuevos públicos, esquivando una cierta estigmatización del género y por ello se ha normalizado siendo de consumo masivo”
Para el director del certamen de Sitges, el cine de terror “ha conseguido superar un nicho, sabiendo llegar a nuevos públicos y esquivando una cierta estigmatización del género y por ello se ha normalizado, siendo de consumo masivo en muchos casos en salas de cine, plataformas y televisiones y haciéndose imprescindible en los festivales de cine y no solo en los especializados como Sitges, sino en San Sebastian, Berlín e incluso Venecia o Cannes”.
Este año también será prolífico con títulos como El hombre lobo (17 de enero); el doblete de Scott Derrickson con El abismo secreto (14 de febrero) y The Black Phone 2 (24 de octubre) y las esperadísimas The Bride!, de Maggie Gyllenhaal con Christian Bale en la piel del monstruo de Frankenstein y el Frankenstein de Guillermo del Toro, la versión soñada del director mexicano sobre la criatura creada por Mary Shelley.
A lo largo del 2025 también se podrán ver 28 años después, “la esperada continuación del díptico de Danny Boyle, que será, a su vez, el inicio de una nueva trilogía”; The ritual, “con un Al Pacino como sacerdote enfrentado a un brutal exorcismo” o The Monkey, lo nuevo de Ozgood Perkins tras Longless. El catalán Jaume Collet-Serra regresa al género de la mano de Blumhouse con La mujer de las sombras. Y en cuanto al cine de terror de autor destaca Alpha, el retorno de Julia Ducournau al body horror tras ganar la Palma de Oro de Cannes con Titane; Steven Soderbergh pondrá la piel de gallina al respetable con la casa encantada de Presence, que inauguró Sitges, y el griego Yorghos Lanthimos propone en Bugonia un remake del cruel filme surcoreano Saving the Green Planet!.
LITERATURA
El terror como vía para plasmar la lucha cotidiana
Stephen King, H.P. Lovecraft, Edgar Allan Poe o Bram Stoker. Hasta hace una década, muchos de los nombres que protagonizaban las portadas de novelas de terror eran masculinos y eran pocas las autoras que trascendían, salvo contadas excepciones, como Mary Shelley, Shirley Jackson o María Luisa Bombal.
Que se mencionara a pocas no quiere decir que no hubiera autoras, sino que la visibilización era menor. “Hace una década que esto empezó a cambiar y es cierto que en los últimos años todavía se ha evidenciado más este cambio de tornas”, apunta el editor Juan Casamayor, que no oculta el gran protagonismo que ha cobrado este género gracias a muchas autoras latinoamericanas contemporáneas, como Mónica Ojeda, Laura Baeza o María Fernanda Ampuero. También Mariana Enríquez, cuyo rostro lució el pasado mes de marzo en las marquesinas de Barcelona con motivo de Un lugar soleado para gente sombría (Anagrama). La promoción de la autora por este libro de cuentos en el que se cuela el terror que provoca la cotidianidad fue comparada con la de una estrella de rock, algo impensable décadas atrás.
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La escritora Mónica Ojeda explora el terror en su obra
“Ellas no surgen de la nada. Son hijas y nietas de aquellas escritoras que ya trabajaron en esa misma dirección”. Utilizan el terror como “una vía para narrar ciertos intereses sociales, culturales, políticos y personales. Y esto acerca el género a un público mucho más amplio que el terror clásico, pues es más fácil sentirse identificado. Hace tiempo que dejó de ser una literatura de nicho”, reflexiona el editor Adrià Rosell. El sello que fundó, Lava, cuenta con muchos ejemplos de novelas de terror. La reina de su catálogo es Elaine Vilar Madruga con El cielo de la selva, una novela donde las madres son obligadas a parir y entregar a sus hijos como alimento a una oscura selva.
“Cuando escribo literatura de terror siempre pienso que es una forma de mapear la realidad y de hablar de los temas urgentes en la sociedad, como los desplazamientos, las guerras, las migraciones, los feminicidios o la familia como un espacio que ya no es sagrado”. La novela de Vilar le mereció el premio a la mejor obra en castellano del Festival 42, el mismo galardón que ganó, en catalán, otro libro del género, Sota el fang de Joan Roca (La Magrana), que saca a pasear a un nuevo monstruo por las Terres de l’Ebre. Y, si hablamos de monstruos, hay que recordar los de Albert Sánchez Piñol, ya desde La pell freda pero que ha insistido en ellos con múltiples variantes, a menudo cruzados con temas históricos, como en Pregària a Prosèrpina (La Campana).
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Uno de los cuentos de Elisenda Solsona de su libro 'Satèl·lits' figuró en una antología de terror en EE.UU.
En catalán no se puede olvidar tampoco a Mercè Rodoreda, que en su novela inacabada La mort i la primavera estableció un equilibrio entre terror y belleza, y también hay que contar con autoras recientes como Elisenda Solsona (uno de los cuentos de su libro Satèl·lits, publicado por Males Herbes, figuró en una antología del terror en EE.UU.), o Inés Macpherson, que en Els fils del mar (Spècula) reflexiona sobre el deseo y cómo una historia puede marcarnos la piel. Los límites son inexplorables, tal y como demuestra Virginia Feito, que en su último trabajo, Victorian Psycho (Lumen/La Campana), crea a una psicópata victoriana, irónica y gore.
Todos estos autores, más allá de en librerías, tienen cada vez más presencia gracias al circuito de festivales, como BCNegra, que regresa el 10 de febrero; o Tiana Negra, cuya próxima edición, del 24 al 26 de enero, estará dedicada precisamente, al terror.
TEATRO
No es fácil asustar desde un escenario
"El miedo no es una materia fácil de trabajar en una pieza teatral”, declara Sergi Belbel, dramaturgo y director. Por ello sorprende que la cartelera barcelonesa haya acogido en los últimos meses algunas obras teatrales que exploraban el miedo o, incluso, el terror. Uno de estos casos es Turisme rural, la última obra de Jordi Galceran, que ha dirigido Belbel en el teatro Borràs. Su autor se muestra satisfecho de haber conseguido que algunos de los sustos que se llevan los clientes de la casa rural, hospedados por una familia singular durante un fin de semana, se hayan extendido hasta la platea.
También Jordi Casanovas ha experimentado con el terror en Allà lluny hi ha una caseta, que se estrenó en Temporada Alta y se vio en la Beckett. Una joven encinta llega a una cabaña aislada, guiada por dos comadronas que ha conocido a través de las redes sociales, para vivir un parto natural rodeado de magia... En este caso, el autor y director opta por una sala pequeña con poco público, prueba de la dificultad de provocar el miedo en el directo del teatro.
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La obra 'Turisme rural'
También La presència, en La Villarroel, juega con el misterio, pero es evidente que es tarea ardua conseguir los efectos de terror que sí consiguen otras disciplinas. Por ello el teatro echa mano del terror psicológico o, directamente, convierte el terror en humor, como ha sucedido con el clásico The Rocky horror show, de Richard O’Brien, un musical que ha devenido él solo todo un fenómeno.