El documental sobre Josep Lluís Núñez aparecido hace unos meses recuperaba la conversación telefónica en la que el entonces presidente del Barça atendía la llamada de un periodista haciéndose pasar por el portero. Los profesionales del humor sintieron envidia de no haber pergeñado tan sensacional gag, pero, como dice el tópico, la realidad superó la ficción.
Ya quedan pocos porteros, solo los vemos en edificios oficiales, en bloques de la parte alta, dicho en genérico, y en la divertidísima serie argentina El encargado. Los conserjes han sido sustituidos por porteros automáticos, que tuvieron un célebre promotor en el empresario Jaume Canivell, personaje de ficción interpretado magistralmente por Sazatornil en La escopeta nacional, de Luis García Berlanga. La película de 1978 retrataba una etapa de incertidumbres, que coincidió con una época de gran cambio en la prensa. Desaparecían unos periódicos y salían otros, nuevas cabeceras que se abrían paso en la incipiente democracia.
Los pocos que no cierran reducen el espacio para periódicos e incorporan todo tipo de productos
Si uno quería ser el primero en informarse, en Barcelona había que ir a la Rambla de madrugada, donde los quioscos recibían los primeros ejemplares recién salidos de las rotativas. Los diarios en papel mantuvieron la hegemonía durante años y años, pero los nuevos tiempos han cambiado considerablemente el panorama de la Rambla.
Las primeras que desaparecieron fueron las pajarerías, y ahora los que van disminuyendo son los quioscos de diarios y revistas. En los barrios también han cambiado su fisonomía, de modo que los pocos que no han cerrado han reducido el espacio para periódicos y han incorporado todo tipo de productos: bebidas frías y calientes, bollería, pequeños juguetes... La cuestión es sobrevivir.
Sin embargo, parece que ahora hay un factor que les puede dar cierta estabilidad económica: el comercio por internet. Todo cambia: el modo de acceder a los edificios, el modo de informarnos y la compra de productos a través de plataformas digitales. Pero los productos comprados tienen que llegar a los domicilios y, si no estamos en casa, el quiosco de la esquina se convierte en la solución para que los nuevos recaderos dejen los paquetes.
La palabra quiosco ha hecho un largo recorrido. Nació en la antigua Persia en la lengua pelvi, denominada también persa medio, que constituyó el idioma oficial, religioso y literario del imperio entre los siglos III y VII. Entonces la palabra quiosco tenía el sentido de palacio o castillo. De aquí pasó al persa y al turco, lengua en la que significa ‘pabellón lujoso de jardín’. Y finalmente llegó al francés, de donde la tomamos en castellano con el sentido actual. Si ha dado tantos rodeos, a buen seguro que sobrevivirá unos cuantos siglos más.