Manifesta 15, el arte y la ciudad

Tribuna

Manifesta 15, el arte y la ciudad

El pasado sábado se inauguró Manifesta 15, la bienal europea de arte nómada, en las Tres Xemeneies de Sant Adrià de Besòs. Es la primera vez que se celebra no en una ciudad, sino en toda un área metropolitana, la Barcelona real, de 5,3 millones de habitantes, que va desde Santa Coloma de Gramenet al Prat, de Mataró a Granollers, de Barcelona a Sabadell. En este artículo, el secretario de Estado de Cultura, Jordi Martí, lanza tres propuestas para aprovechar la bienal para dar un salto de escala. La más sonada es ampliar el Macba en esa “catedral de las clases trabajadoras y subalternas” que son las Tres Xemeneies, cuestionando así el proyecto de ampliación en la plaza dels Àngels, cuya inauguración está prevista para inicios del 2027. 

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Manifesta, la bienal de arte nómada, ha aterrizado en Barcelona. Su programa ofrece una buena selección de artistas internacionales con obras que interrogan sobre género, memoria histórica, cambio climático o la cuestión postcolonial (esa que tanto excita a la derecha española). Hasta aquí no sería muy distinta al resto de bienales internacionales, y la conversación se reduciría a un debate académico entre expertos sobre la calidad de la selección de artistas y comisarios.

Manifesta, sin embargo, desplaza los límites del debate a los límites de la ciudad. Para empezar, la bienal no ocurre ni en el Macba, ni en Santa Mònica, ni en el CCCB, ni en las fundaciones Miró o Tàpies; para verla hay que ir a Sant Adrià (no se pierdan la térmica, la catedral civil de Barcelona), a la fábrica Roca Umbert de Granollers, al Monasterio de Sant Cugat, a la antigua cárcel de Mataró, la Calderería de Cornellá, o al ladito de las pistas del aeropuerto del Prat en la maravillosa Casa Gomis de la Ricarda. No es un capricho. Si ustedes pasean por las diferentes sedes de Manifesta, descubrirán que su ciudad ha mutado. Los límites municipales ya no sirven para delimitar una región metropolitana que hoy cuenta con cinco millones de habitantes, en lo que supone un salto de escala parecido al de mediados del XIX, cuando Ildefons Cerdà imaginó la Barcelona industrial y multiplicó por ocho su territorio. El interés reside, precisamente, en que pone el foco en los manantiales de centralidad cultural que campan por nuestra vasta región metropolitana y, entre ellos, hay tres que redibujan la geografía cultural barcelonesa.

La Casa Gomis, en la Ricarda, debería ser un espacio que conectara arte y naturaleza

La Casa Gomis, una joya de la arquitectura racionalista del gran arquitecto Antonio Bonet (el mismo del Canódromo de la Meridiana). Situada en medio del área natural de la Ricarda, y a pocos metros del aeropuerto de El Prat, la familia ha mantenido y protegido el patrimonio de manera elogiable. Hoy debería convertirse en un centro de interpretación del parque natural del delta del Llobregat, y sería un lugar ideal para conectar arte y naturaleza, para explorar nuevas posibilidades de relacionarnos con el planeta en plena emergencia climática. Hay muchos artistas preocupados por la destrucción de los ecosistemas, como Elmo Vermijs, que trabaja en la interfaz entre arte, arquitectura y paisajismo. La instalación Parlamento de los árboles, situada casi en el eje por donde pasaría la ampliación de la pista de El Prat, pretende dar la misma oportunidad de hacerse oír en la sociedad a los árboles, los bosques y sus ecosistemas, para pedir cuentas a quienes representan una amenaza para ellos.

Si la Casa Gomis es aún el símbolo de unas clases acomodadas con la sensibilidad suficiente para construir un auténtico símbolo cultural de mediados del siglo XX por el que desfilaron Calder, Miró, John Cage o Robert Gerhard (hoy a esa burguesía culta y comprometida se la echa en falta), la térmica del Besòs, una arquitectura brutalista de los setenta, parece el alter ego de la lujosa casa del Llobregat: es la catedral de las clases trabajadoras y subalternas. Espectacular la sencilla transformación liderada por el equipo de Manifesta para convertirla en sede de la bienal. Una transformación que demuestra que la térmica del Besòs podría convertirse en la verdadera ampliación del Macba del siglo XXI. No es necesario consumir más espacio público del denso Raval; bastaría con empezar a programar en el edificio más icónico de nuestro siglo. Asad Raza, por ejemplo, ha dejado entrar el aire a la sala de turbinas para crear una coreografía con largas cortinas colgadas del techo. Es casi una metáfora de lo que hoy deberían ser las instituciones museísticas: en lugar de templos enfrascados en sus propios debates, lugares abiertos y conectados con la realidad que les rodea.

Inauguración del festival Manifesta 15 celebrada en las ''Tres Xemeneies de Sant Adrià'', que abre sus puertas al público por primera vez desde su clausura , Sant Adrià de Besòs, 7 de Septiembre de 2024.

La térmica del Besòs es una “catedral de las clases trabajadoras y subalternas”

Joan Mateu Parra / Shooting

Y a mitad de camino entre el Besòs y el Llobregat, la sede de la antigua editorial Gustavo Gili, epicentro de Manifesta. Si tenemos un edificio Bauhaus en Barcelona es éste. Ya saben, el movimiento cultural europeo encabezado por Walter Gropius, que pretendía reducir la estética a la funcionalidad y utilizó la educación para extender una actitud crítica frente a los retos de la industrialización. La New Bauhaus, hoy promovida por la UE, pretende repetir la respuesta, pero esta vez ante los retos de la digitalización y la globalización mundial. Por eso parecería lógico que este edificio se convirtiese, en 2026, en la sede y símbolo de la Capitalidad Mundial de la Arquitectura, a la vez que profundizara en las relaciones entre cultura y educación. Un espacio que ponga a trabajar educadores y artistas, gestores culturales y maestros, intelectuales y pedagogos, sería la mejor manera de dar continuidad a esa tradición tan barcelonesa de renovación pedagógica que Manifesta ha resumido con una excelente exposición.

Hace una década, Javier Pérez Andújar se lamentaba en un artículo en El País de que habían matado la térmica del Besòs de un tiro por la espalda. “La han desmantelado de tapadillo. Mientras el personal en la playa miraba los ostentosos puertos deportivos (igual que se contempla en las tiendas pijas unos zapatos que nunca se van a comprar), los señores de la luz les han arrancado a las chimeneas las calderas, las turbinas, las oficinas, las mesas de los comedores de los obreros, todo lo que apesta a trabajo, para dejarlas en puro esqueleto como tres ridículas raspas de hormigón”.

Manifesta ha vuelto a llenar ese esqueleto sin olvidar su historia, ni la memoria de los que la sufrieron: la colección de fotografías de los años ochenta, realizadas por niños y niñas de la escuela Jara de la Mina, con unas frases que cortan el aire de estremecimiento. Esa es la única vía de “fer ciutat”, de mirar al futuro sin condenar nuestra historia al olvido, de abrirse al mundo sin dejar de ser herederos de las luchas que nos han precedido. En un mundo donde, se dice, el futuro ha sido cancelado, el arte nos mueve a pensar lo impensable, a imaginar un mundo mejor más allá de las trompetas del apocalipsis, a negociar un porvenir ecosocial más allá de un modelo de ciudad ligado a la cultura fósil . Esa es la lección de Manifesta, y ¡hay que aprovecharla!

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