En el Museo Reale de Milán se presenta, a lo largo de este verano inclemente, una esperada muestra del arte del pintor Valerio Adami, que abrirá modelo en la recuperación contemporánea, abiertamente opinable, de las vanguardias históricas del pasado siglo: la mitificada década de los sesenta en el relato punzante de un icono de la figuración narrativa. Adami es un pintor dinámico nacido en Bolonia y formado rigurosamente en la academia de Brera, deslumbrado como toda su generación por la pintura inquietante de Francis Bacon, una metáfora plástica que rebasa su tiempo.
Alejado desde sus inicios de la llamada figuración crítica, la pintura exigente de Adami destacó inicialmente como una versión gestual de la tendencia, cegado pronto por la invasión galopante del pop art norteamericano: colores en plano bordeados por un eficaz ribete negro. Le gilet de Lenine (1972) es el testimonio ajustado, en cercana complicidad con Eduardo Arroyo, con quien convive en París, seducido por la vertiginosa nueva figuración, pero de entonación y temática ajustadas al rigor de los contundentes argumentos de la cultura de masas en alza, arrebatadamente pop y con el concurso siempre persuasivo de Aillaud y Recalcati. Un frente respondón de adiestrados admiradores de los tortuosos enigmas imaginativos de Duchamp. Vivir y dejar vivir o el fin trágico de Marcel Duchamp , del aquilino Arroyo, adquiere la mítica beligerancia de un manifiesto armado a lo largo del periodo de transición poscapitalista europeo.
Es correcto, como ha señalado la crítica vigilante, que el lenguaje e incluso la expresividad figurativa de Adami no renuncian en ningún momento al dibujo, al recio cañamazo imprescindible para su realismo compositivo. “Sin la trama sensible creativa del dibujo, las figuras perderían su entereza formal al diluir su verdad artística en meras manchas efectistas”, asegura el artista boloñés. El dibujo preparatorio es algo más que el esqueleto de una figura directa, y constituye la clave para entender las ideas que vertebran la figuración. En la muestra milanesa, la apelación cuidadosa al dibujo denota su importancia para la obra acabada. Al igual que la coloratura en ocasiones atrevida que caracteriza algunos de sus retratos, y pienso en el violáceo Benjamin que se alinea en la muestra, al igual que el brazalete ilustrado por una cruz que distingue la figura profesional del Dr. Sigm. Freud en Leipzig hacia 1900.
Intolerancia (1974) , de Valerio Adami, es un contrapunto icónico con la connivencia ultramarina y amiga de Wilfredo Lam y el imprevisible Roberto Matta, que entretejen una propuesta realista y contagiosa que titubea curiosamente, sin embargo, entre el surrealismo y el pop yanqui y adquiere pronto una arrogante dimensión continental: París se convierte por sorpresa en la alternativa cultural puntera de una unánime modernidad guerrera. La revisión, en mayor medida que el retorno imprevisible de los mitos formativos de la résistance y de una fogosa joie de vivre que alucina en París y justifica en parte el despliegue de Adami en la exposición milanesa: Pintura de ideas , por subtítulo, y viene a subrayar un compromiso libérrimo entre conceptos forzados, pintura fundamentada ahora en las seguridades del diseño industrial moderno. Uovo rotto (1963) había visualizado agresivamente la voz de alarma de Adami en plena conversión al rampante imperio del pop, cegador desafío de colores potentes en figuras y escenas sobrepuestas que actúan con descaro casi posmoderno y asaltan la cultura popular del kiosko.
Octavio Paz, Italo Calvino, Tabucchi, Berio y lo que había de resultar decisivo, la intervención contundente de Derrida y Lyotard como maestros de un pensamiento que exige la distancia y la convicción narrativa. El diseño intemperante y audaz, atento al sutil eco literario de la pintura de Adami, entendido ahora como un arriesgado universo a descifrar. La presencia, borrosa quizás, de la intrusión de la escuela de Frankfurt en una contrapropuesta bifronte: Benjamin, Marcuse y la mediación de la dinámica del eterno clasicismo moderno nativo. Alfieri y Leopardi como idealizaciones confesadas y ostensibles.
Enea fugge da Troia con il padre Anchisse sulle espalle o la figura astral de Freud son indicios de una propuesta estética original que activa las imágenes erosivas de Adami. Una elaborada mitología actual asequible y provocadora que debe tanto a la adaptación viva del estructuralismo como a la palpable cultura popular, siempre alerta. La llamada de un modelo pertinaz, inédito y sobrepotente.
Penthesilea (1994), acerado acrílico sobre tela del momento feliz, urge un modelo pictórico inesperado saturado de colores inverosímiles, motivos transparentes del cómic, cierto, que convierten el legendario retrato de Walter Benjamin acaso en una ocurrencia gráfica y una imagen más de la desbordada imaginación de Valerio Adami, siempre incombustible e incisivo. La muestra milanesa rinde un homenaje público admirativo al viejo amigo en el umbral de la que será, sin duda, una fecunda novena década. Enhorabuena.