Marion Cotillard es la protagonista de Little Girl Blue (2023), la película que adapta la novela Fille de, escrita por Carole Achache (Ed. Stock, 2011; no me consta que esté traducida ni al castellano ni al catalán). Achache es la hija de Monique Lange, escritora, guionista, musa, compañera y mecenas intermitente y circunstancial de personajes como Jean Genet y Juan Goytisolo. Desde la editorial Gallimard, y con la red protectora de un estatus de buena familia, Lange encarnaba el papel, asimétricamente ninguneado, de motor de un engranaje de creatividad y dependencias ambivalentes. Un engranaje en el que su hija, Carole, creció en un contexto de descontrol e irresponsabilidad, marcado por una libertad esclava del momento, que entendía la autodestrucción como una variante de la moda.
Lo cuentan el libro y la película, pero la película tiene el aliciente de incluir el punto de vista de Mona Achache, hija de Carole y nieta de Monique. Es la heredera de una maldición de abusos y la albacea de un legado de abismos –incluida una violación grupal en la Pamplona de los Sanfermines– que Cotillard revive con una interpretación que para ser verosímil debe ser febril, desesperada e hiperbólica a la fuerza. La mitificación del París de la rive gauche incluye, como secundarios honestos a los que aferrarse en momentos de naufragio, la presencia de Jorge Semprún (no es casual que Carole le dedique su libro) y Fernando Claudín.
Achache es la hija de Monique Lange, musa y mecenas de Jean Genet y Juan Goytisolo
Son miembros de honor de una tribu inestable. Una tribu en la que la fraternidad podía romper vínculos minados por el dogmatismo ideológico y sus eternas disputas antropofágicas. Achache es hija de su tiempo: la efervescencia de Mayo de 68 y la guerra de Argelia, la libertad sexual, la adicción a la heroína, el descrédito de la autoridad y el descubrimiento de una Nueva York en la que, con furor escapista, se ganará la vida como prostituta. ¿Figuras paternas ausentes y presentes? Algunas abusaron de ella, amparadas por la amistad con Lange y las pulsiones pedófilas entendidas como un privilegio casi grupal –e impune– de la intelectualidad masculina. Otros lo toleraron refugiándose en la impotencia, la ignorancia inducida o la complicidad. El espléndido retrato que el libro hace de Genet y Goytisolo asimila esta monstruosa ambivalencia. El privilegio de haber crecido y vivido cerca de los mitos se paga con la servidumbre de, pasados los años, tener el coraje de saberlo contar sin caer ni en un rencor revisionista ni en una indulgencia cómplice. Es como si hubieran necesitado tres generaciones –Monique, Carole y Mona– para llevar el peso de una verdad que debe ser revelada y que obliga a revisar algunos lugares comunes de la idolatría intelectual parisina.