Richard Serra y la ambición barcelonesa

ANÁLISIS

Richard Serra y la ambición barcelonesa

El artista Xavier Corberó (1935-2017) fue uno de los artífices del plan barcelonés de esculturas de finales de los 80 y principios de los 90. Él participó junto al alcalde Narcís Serra y el galerista Joseph Helman en las reuniones decisivas en Nueva York, cuando se acordó el aterrizaje en la capital catalana –a precio de ciudad amiga– de algunas de aquellas obras. 

Gracias a esta y otras gestiones, el espacio público barcelonés cuenta con esculturas de Richard Serra, Claes Oldenburg, Roy Lichtenstein, Rebecca Horn, Ellsworth Kelly, Bryant Hunt, Beverly Pepper o Jannis Kounellis, a los que se sumaron artistas locales como Eduardo Chillida, Jaume Plensa, Juan Muñoz o Josep Maria Riera i Aragó.

La de Serra se ubicó en un emplazamiento arriesgado, la plaza de la Palmera de la Verneda. Arriesgado porque, en aquel momento en el que las asociaciones vecinales estaban volcadas en la recuperación de espacios públicos, muchos vecinos no entendieron que su plaza fuera cercenada por un muro, pues en eso consiste la pieza, en dos segmentos de pared curva, en la línea de otros trabajos del artista californiano. Faltó pedagogía y sigue faltando ahora, por mucho que el vecindario se haya acostumbrado ya a la muralla, por otra parte discreta. 

Richard Serra, durante una exposición en Gijón en 2010

Richard Serra, durante una exposición en Gijón en 2010 

Miguel Riopa | AFP

En el invierno de 2015, sentado en el salón de su casa-museo de Esplugues de Llobregat, Corberó evocaba el momento en que se fraguó la llegada de aquellas esculturas tan emblemáticas. Le pregunté si aquellos creadores se merecían un homenaje en forma de gran exposición en Barcelona, con ellos presentes. El artista, sorbiendo una copa de un champán que una bodega francesa embotellaba a su nombre, Corberó , respondió lacónico:

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La escultura de Serra en el barrio de la Verneda de Barcelona 

Colaboradores

–Es una buena idea pero hay que darse prisa, porque algunos son ya muy mayores.

En efecto, muchos de aquellos artistas han muerto. Unos se fueron muy pronto, como Muñoz, y otros, tras una larga vida, como Serra, fallecido el martes. Ya no es posible traerlos a la inauguración de una exposición. 

Pero quizás el mejor homenaje que podría hacerse a aquella extraordinaria generación de escultores sería poner en valor sus obras (algunas están desatendidas) y, por qué no, volver a diseminar esculturas relevantes por las calles de la ciudad. Con el mismo nivel de ambición que tuvieron aquellos visionarios de hace casi 40 años.

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