En casa de Conrad Roset, la cultura siempre ha sido importante. Su madre, profesora de literatura, le transmitió el valor de la lectura. Dice que, por una cuestión generacional, “hemos encontrado narrativas en otros espacios, como los videojuegos, el manga, el cómic; más allá del formato, leer es supersaludable”. Él lo hace como rutina, cada noche un manga. Mientras, al lado, la también ilustradora y diseñadora gráfica Maria Diamantes lee capítulos de Harry Potter a su hijo Guim; van por El prisionero de Azkaban . Guim tiene seis años y una biblioteca casi más grande que la suya, llena de cuentos infantiles.
Ya apenas miran series. De hecho, Roset ni consulta las redes sociales (tiene 275.000 seguidores en Instagram, más de 50.000 en X). Se quedaba pillado con los reels y perdía dos o tres horas diarias que prefiere dedicar a otras cosas. Llegó a comprarse un teléfono “tonto” con el que solo puede llamar, utilizar el mail, consultar Google Maps y escribir SMS. “Fue para desintoxicarme de tener siempre encima algo que te roba el tiempo de forma extrema”. No funcionó, pero en su iPhone solo conserva ocho apps. Así puede leer cuando va o vuelve en tren a Terrassa, donde vive hace unos meses en una casa diseñada como querían, con mucho almacenamiento. Lo primero que hizo fue un croquis para ordenar su biblioteca, dividida en dos estancias.
Una es la “sala definitiva” que siempre había soñado, con un sofá frente a la pantalla de la consola, sonido envolvente como en el cine y una estantería blanca dedicada a sus “vicios”: manga y videojuegos. Aquí están los cuarenta DVDs que su amigo Geoffrey Cowper –director, entre otras cosas, de algunos capítulos de Berlín – le regaló por su cuadragésimo cumpleaños. Le gustan los videojuegos de autor, independientes. En físico, porque aprecia el objeto. Le pasa igual con los libros. Los hay sobre el proceso de creación, con esbozos, “supongo que en literatura equivaldrían a las libretas de anotaciones para escribir una novela”. Sus propios cuadernos están en una habitación aparte; en ellos tomó apuntes y trazó stories para Gris , el primer videojuego que creó desde Nomada Studio, fundada con Adrián Cuevas y Roger Mendoza. También guarda los de Neva , que saldrá este año. Quería aportar su granito de arena a esta industria con juegos atípicos, muy artísticos, no agresivos, en los que no puedes morir, dibujados como acuarelas.
La mirada fisgona
Tipo de estantería
Blancas de diseño, una dedicada al arte y otra a sus “vicios”
El primero
‘La historia interminable’, de Michael Ende (Alfaguara)
Empezó a dibujar por
‘Bola de drac’, de Akira Toriyama
Le fascinan
Egon Schiele; ‘Sunny’ y ‘Tokio día a día’, de Taiyô Matsumoto (ECC); ‘La cantina de medianoche’, de Yaro Abe (Astiberri)
Un libro propio
‘Nua’, con texto de Luna Miguel (Lunwerg)
Dos videojuegos propios
‘Gris’ y ‘Neva’ (Nomada Studio)
Un clásico
‘Adolf’, de Osamu Tezuka (Planeta Cómic)
El último
‘La espada del inmortal’, de Hiroaki Samura (Planeta Cómic)
De la generación Supertrés, Roset empezó a dibujar gracias a Bola de drac ; reproducía imágenes de Son Goku y compañía. Ha trabajado en publicidad, para el mundo editorial, ha ilustrado libros infantiles, ha hecho exposiciones. Frecuenta La Central, la Laie, la Finestres y Norma. En Terrassa suele ir a la Nikochan y habla con el librero de sus pasiones. La otra parte de la biblioteca está cruzando el pasillo, en el estudio, más enfocado a la ilustración, el arte –Rothko, Kandinsky, Miró, Banksy; algunos los ha devorado, como los de Egon Schiele, que le flipa–, el cómic europeo y la novela gráfica: Maus , de Art Spiegelman; Grito nocturno , de Borja González, “un crack”. Apoyado en la pared, un gran cuadro que Roset hizo a cuatro manos con su amigo Guim Tió; se conocen desde el primer día en Bellas Artes.
En el pasillo que une ambos espacios colocarán la novela en una estantería aún por montar. El primer libro que le marcó fue La historia interminable; tendría unos once años. Luego llegaría Tolkien. Más adelante, la literatura distópica, Fahrenheit 451 y mucho Orwell. Pasó por una época en la que solo leía algo de ciencia ficción. Y de adulto ha vuelto al “mundo friki”. Le gusta el costumbrismo de Taiyô Matsumoto, Sunn y o Tokio día a día , “el dibujo es increíble, el nivel artístico es extraordinario”. También tiene clásicos como Adolf o Astroboy , de Osamu Tezuka. Le encanta La cantina de medianoche , de Yaro Abe. Ahora está con La espada del inmortal , de Hiroaki Samura. “Al final se trata de leer, da igual en qué formato”.