Un artista cuguista

Opinión

Un artista cuguista

Llevo días escuchando versiones instrumentales de la orquesta de Xavier Cugat, buscando fotos de Abbe Lane, mirando pelis como Week-End at the Waldorf (1945) y experimentando una felicidad de baratillo inesperada. La culpa es de Jordi Puntí, que publica su esperadísima novela Confeti (Proa). La palabra clave es novela. Que nadie espere una biografía canónica, a lo Ellmann, capaz de biografiar exhaustivamente a Joyce, Wilde o Yeats. Puntí también es exhaustivo, pero no deja exhausto al lector, porque cubre los noventa años de vida de Cugat, pero va más allá gracias a un narrador de ficción que nos acaba enamorando más que el peluquín de Cugie: un columnista musical que resigue el éxito del músico y nos lo cuenta, con profusión de detalles, desde una edad provecta, centenaria, capaz de atravesar tres siglos como Juan Filloy. La novela, escrita con destreza narrativa por Puntí tras una década documentándose en los escenarios del éxito global cugatiano, no acusa el peso de la información gracias a este personaje de ficción, que en cierta medida transforma a Cugie en un fondo musical omnipresente actuando ante un espectador atento e informado que interpreta la evolución del músico. En este sentido, la realidad no supera a la ficción, sino que opera en la ficción.

Jordi Puntí, autor de 'Confeti'

Jordi Puntí, autor de 'Confeti'

Ana Jiménez

La realidad de Xavier Cugat no supera a la ficción, sino que opera en la ficción de ‘Confeti’

Uno de los grandes puntos de interés de la novela es la aproximación del observador al observado, en un proceso de identificación cada vez más íntimo que alcanza su zenit en un concurso de imitadores de Cugat. El cronista Daniel, que protagoniza un final de novela extraordinario, llega a escribir: “Me dejaba llevar por la inercia del oficio, pero inconscientemente asumía que él... (he estado a punto de escribir que él vivía para mí, y no es eso, claro, más bien es que yo acabé viviendo a través de él)”. Este juego literario es una versión periodística del lugar común del pintor y la modelo, en el que el Daniel de la ficción comparte relato con grandes estrellas reales del periodismo de la época, como Ed Sullivan o Walter Winchell. Lo mejor de todo es que la invención del cronista no es ninguna veleidad del novelista. La clave se halla en las palabras del mismo Xavier Cugat. Un rastreo minucioso durante el año que Jordi Puntí pasó en la Biblioteca de Nueva York investigando documentos le permitió detectar montones de invenciones autobiográficas, por lo que el cronista de ficción llega a acuñar un sintagma feliz destinado a perdurar: la Galería de los Recuerdos Inventados. Todos incluiríamos alguno en una autobiografía. La GRI lleva el aroma de aquel sintagma afortunado del Cementario de los Libros Olvidados que puso en circulación Carlos Ruiz Zafón. Porque “gran parte de lo que vivimos, o creemos que vivimos, es una invención”. Esta novela es un regalo a los lectores.

Lee también
Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...