La escena quizás se produce en el famoso despacho de la torre de la calle Ganduxer donde Luis de Caralt, de la vieja guardia de Falange, solía recibir las visitas, una sala inmensa dividida por una red metálica que configura una gran jaula llena de pájaros cantores. Corre el año 1947 y el editor le encarga al joven Castellet la coordinación de Panorama literario, el nuevo boletín de la editorial que lleva su nombre, y que adapte al castellano de España las traducciones sudamericanas de un montón de novelas norteamericanas de las que acaba de comprar los derechos. No mucho después, en febrero de 1949, Caralt es designado teniente de alcalde de Cultura del Ayuntamiento barcelonés e instituye los premios Ciudad de Barcelona. Se entregarán cada año el día en que se conmemora la entrada de las tropas franquistas por la Diagonal. Y él mismo nombra a los primeros jurados. Castellet formará parte como secretario del de novela de 1952, presidido por el propio Caralt, del de poesía catalana de 1953, presidido por Eugenio de Ors, y de nuevo, también con Caralt de presidente, del de novela castellana de 1954, el mismo año en que Simone de Beauvoir gana el Goncourt con Los mandarines, el libro que consagra el término que mejor describe la figura de intelectual que Castellet empieza a encarnar a partir de este momento.
El editor Luis de Caralt, de la vieja guardia de Falange, acoge y promociona a Castellet
La relación entre Caralt y Castellet debió surgir a raíz de las colaboraciones del último en las revistas falangistas Estilo o Qvadrante, que tenían a Caralt entre sus padrinos y estaban a cargo de Francesc Farreras, entonces un personaje de relieve en la jerarquía catalana de Falange, que pronto impulsaría la mucho más conocida Laye (1950-1954), que descendió de las anteriores. Cuando en 1953 es nombrado director de la sección literaria del Instituto de Estudios Norteamericanos, Castellet lleva seis años bajo la sombra protectora del editor. Durante este periodo, la editorial de la calle Ganduxer realiza un giro estratégico, abandona su imagen de marca fascistizante y se beneficia de las nuevas ayudas para la promoción del libro norteamericano asignados por la USIS, la misma agencia gubernamental que quería convertir el IEN en la punta de lanza del poder blando de los EE. UU. en España. Faulkner, Hemingway y Steinbeck, el trío de ases del nuevo realismo norteamericano, los autores que sirven de base empírica al discurso de Castellet sobre las virtudes y la modernidad de la “técnica objetiva”, se convierten en una de sus principales jugadas y se especializa en la publicación de literatura anticomunista. Entre los libros de esta última línea del catálogo, está la primera traducción alimentaria conocida de un buen amigo de Castellet que también formaba parte de Laye, el futuro poeta Gabriel Ferrater: La resistencia de Dios. Aventuras del padre Jorge bajo el dominio soviético de Gretta Palmer. Pero Castellet y Ferrater no estaban solos dentro de la zona de intersección de los círculos de Laye y Caralt.