La provocación inteligente

Laura Terré, historiadora de la fotografía

La provocación inteligente

En la mesilla de noche de Colita había una antología de su amigo Jaime Gil de Biedma y, en el libro, la marca en un poema que cotidianamente le lanzaba un mensaje enigmático: Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde … En ese ejercicio de comprensión pasó Colita la vida divirtiéndose. Sí. Ese era su verbo preferido. Tuvo la suerte de tener una profesión con la que se divertía de lo lindo, decía. Y los que posaban para ella se contagiaban con la risa. De sus retratos se nos pega la vitalidad y la alegría. Hace pocos días ella misma nos mostraba con orgullo el logotipo del año Antoni Tàpies para el que eligieron un retrato insólito del pintor en el momento de una impulsiva carcajada. ¿Por qué escogieron ese retrato de Colita y no otro? Porque la risa lo mantiene vivo. La carcajada es lo menos parecido al rictus de la muerte: nos aleja del mito, nos hace humanos por encima de cualquier otro gesto. Sabemos cómo lograba Colita esas carcajadas, con sus ocurrencias inteligentes y rápidas, espontáneas, tan inesperadas que te cogían con la guardia baja y no se podía disimular.

FOTO: ROSER VILALLONGA - BARCELONA/ 10.03.2013 - LA FOTOGRAFA BARCELONESA, COLITA EXPOSA LA SEVA OBRA A LA PEDRERA. A LA FOTOGRAFIA COLITA AMB UN RETRAT QUE ELLA VA FER D'OCAÃ#{emoji}145;A.

Dentro y fuera

Roser Vilallonga

Con su experimento de la Gauche qui rit convenció a sus amigos para posar para ella “en serio” y los retratos resultantes son alegorías humorísticas de su personalidad o su profesión: Joan Manuel Serrat seduciendo a una venus de piedra, los hermanos Moix como disciplinados escolares, Jorge Herralde que desparramaba papeles por el suelo de su despacho obligando a recogerlos a sus obedientes secretarias, Oriol Maspons midiendo la luz a un Sagrado Corazón...

Fue una fotógrafa traviesa, incluso gamberra, cuando trabajaba para las revistas ilustradas durante la Transición: King Kong se iba de fin de semana con dos estupendas señoritas, Pavlovsky se convertía en una diva a la que le ocurrían cantidad de aventuras cada cual más loca, Ocaña escenificaba números sado... Provocación siempre inteligente y cargada de sentido para hacernos pensar. Pero también hay que decir que abandonó este tipo de reportajes en Interviú en el momento en el que ese humor, en un contexto amarillista, podía derivar en burla, engaño o insulto. Su respeto humano siempre fue estricto. Se reía “junto a”, nunca “de”. Entre su galería de retratos de intelectuales, artistas y políticos, le gustaba introducir un presumido gallo del Prat y un desternillante cerdo feliz. Llevaba el humor al límite para destruir las ideas preconcebidas, los prejuicios mojigatos, el conformismo. Hoy en día hay que explicar algunas de esas fotografías de Colita porque se ha impuesto lo “políticamente correcto”, una especie de escudo para limitar el pensamiento crítico, la constante reflexión que nos exige la vida que brota del caos y se tarda tanto, tanto, en comprender.

Ella iba tan en serio que renunció a un Premio Nacional de Fotografía con el mismo desprendimiento con el que regalaba fotografías a los tenderos de su calle en el barrio de Sants, con el que ayudó a reconstruir la vecina Can Vias después del intento de demolición, con el que buscaba nuevos amos para peludos desamparados... Gestos de amor, gestos políticos, comprendemos ahora, pasado el tiempo. Una manera de vivir y de pensar por la cual escogió la fotografía como oficio.

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