Todo empezó con el Romancero gitano. Su abuela se lo regaló cuando el libro estaba prohibido, Joan-Pere Viladecans tendría unos siete años. Seguramente a ella se lo envió Margarida Xirgu, gran amiga y vecina de la infancia en la calle Jaume Giralt. Aseguraba que se escribieron toda la vida; la familia creía que exageraba. Guardadas como un tesoro, Viladecans encontró aquellas cartas que recogen el periplo de la actriz en el exilio. Xirgu, eufórica, dice algo como: “Estamos haciendo las maletas, pronto volveremos a pasear cogidas del brazo por nuestra rambla querida”. Y en la siguiente: “Hemos anulado los planes, de momento para siempre”.
El artista pasaría de Lorca a Espriu cuando, de adolescentes, un amigo le prestó su antología poética. No entendió casi nada, pero se le quedó algo dentro y pintó inspirado por su obra: “Luego tuve la poca vergüenza de presentarme en su casa para enseñarle lo que había hecho”. El poeta lo interrogó: ¿esto qué significa?, ¿y esto? Al final le dijo: “ Ni s’envaneixi ni s’acolloneixi, jo aposto per vostè” . Expondría por primera vez con apenas veinte años. Y ahora, en la mesa de centro entre los sofás de la sala, en Canet de Mar, está Sinera , una edición de bibliófilo con poemas de Espriu que ilustró, también Salveu-me la mirada , donde sus grabados acompañan a Martí i Pol; y su Patrimoni i memòria , y Deu entrevistes de Julià Guillamon. Sobre el cristal, a medio leer, Suttree , de Cormac McCarthy, “absolutamente incomprensible, pero precioso”. En una estantería de la pared, Històries i llegendes de Barcelona , de Amades, la Geografia general de Catalunya y El médico en casa , “fundamental para un hipocondríaco”, dice, “es como un ángel de la guarda, siempre a mano, mejor que la Wikipedia, que parte de la base de que todo es un tumor”.
Viladecans escribe como pinta –a partir de una frase o imagen, convertida en idea– en el escritorio de arriba
Durante mucho tiempo, Viladecans solo leyó poesía, pero pensó que le convendría algo más discursivo, y se decantó por los norteamericanos: ha leído Philip Roth de arriba abajo – Patrimonio le parece extraordinario, no entiende por qué no está en catalán–, Pynchon, Faulkner, Steinbeck; Las uvas de la ira inspiró The ghost of Tom Joad , de su venerado Bruce Springsteen. Ha ido a todos sus conciertos en Barcelona y ya tiene la entrada para el próximo; acabará, como las demás, expuesta en un soporte de metacrilato, en la estantería de su estudio. Aquí la luz cambia a toda velocidad, y cada temporada del año es distinta. Él pinta en el inmenso espacio diáfano que hay abajo, y escribe como pinta –a partir de una frase o imagen, convertida en idea– en el escritorio de arriba, el techo muy por encima de nuestras cabezas.
Lo hace a mano y, hasta que la calefacción hace efecto, se sacrifica. Sobre la mesa hay bolígrafos y tubos de pegamento junto a La estatua de sal de Lugones y Desgracia impeorable , de Handke. Detrás, entre un Goya auténtico y una dedicatoria de Miró (año 79, le temblaban las piernas al recibirla), los libros sin orden se colocan en una vieja estantería seguramente de Vinçon, repleta de siurells. Le impactó Mortal y rosa , de Umbral, también hay un Romancero gitano de 1937 que no es el de su abuela, y muchos diccionarios, los consulta a menudo. “Un problema para los libros son los dragones, que se los comen”. Hay una enciclopedia de toros, y una foto del Che Guevara en la plaza de Las Ventas.
La mirada fisgona
Lugar
Sala de estar, distribuidor en la escalera, estudio
Tipo de estantería
De Vinçon y Kallax de Ikea (con doble fondo)
El primero
‘Romancero gitano’, Federico García Lorca
Los preferidos
Jaume Cabré, Philip Roth, António Lobo Antunes, Salvador Espriu, César Vallejo, T.S. Elliot, W.B. Yeats
El ángel de la guarda
‘El médico en casa: Gran enciclopedia práctica ilustrada de medicina e higiene’ (Quillet)
Los últimos
‘Suttree’, Cormac McCarthy (Literatura Random House), ‘No te veré morir’, Antonio Muñoz Molina (Seix Barral)
Su próxima cubierta
‘Poesia completa 1’, de Valerià Pujol (Quaderns de la Font del Cargol)
Sobre una mesa auxiliar, más fotos enmarcadas. En una sale con Jaume Cabré, le gusta muchísimo (y hace un cameo en Jo confesso ). Viladecans hablaba mucho de literatura con Robert Saladrigas; no siempre coincidían. Es incapaz de salir de una librería sin haber comprado cuatro libros como mínimo. Entonces se angustia porque tiene que leerlos todos. Nunca simultáneamente, siempre en papel; los e-books le parecen un sacrilegio y “creía que el kindle era un huevo de chocolate”, bromea. Solo ha dejado un libro a medias. Lee al caer la tarde. Toma notas, subraya, incluso los corrige (hace poco detectó un “José Luis Borges”). Antes, marcarlos le parecía irrespetuoso, pero ha perdido la vergüenza porque no los leerá nadie más. Como le da pena que se acaben, a veces prolonga la lectura a propósito, y deja las últimas páginas para el día siguiente.