El juguete diabólico

Turbulencias en la empresa que creó el ChatGTP, rutilante juguete de la industria de la inteligencia artificial. Microsoft ha fichado el exjefe de OpenAI para reforzar la investigación y seguir expandiendo el universo inescrutable de un invento a medio camino entre la posesión diabólica y la promesa revolucionaria. La reacción mediática que acompaña este fenómeno aplica un protocolo previsible. De entrada, se informa con asepsia ­preventiva y, a continuación, se hace una interpretación que, a partir de la información, prevé los daños colaterales y las consecuencias explícitas de su aplicación. Hace meses que convivimos con noticias que confirman que el avance de la inteligencia artificial acabará con la existencia de multitud de profesiones. Contra la tentación del pánico preapocalíptico, hay quien se refugia en una actitud de escéptica curiosidad. En el caso de los columnistas de prensa, los escritores o los compositores de canciones, conviene recordar que la reacción fue inmediata: probarlo para poder criticarlo con conocimiento de causa. Quim Monzó publicó una columna visionaria en la que, aplicando el papanatismo robótico de la obviedad artificial, hacía una apología del alcalde Jaume Collboni. En El País , Berta Prieto escribía que había ganado una beca de 6.000 euros redactada siguiendo los criterios del ChatGTP y que no sabía si, por vergüenza torera, debía devolver el importe.

No se cansan de repetirnos –de hecho, nos amenazan– que el invento está en fase de exploración

Con motivo de la promoción de la novela La armadura de la luz , Ken Follett contaba que cuando apareció ChatGTP, se entretuvo en diseñar un texto propio generado por inteligencia artificial y que le pareció una porquería absoluta. Por su reacción, quedaba claro que eso le tranquilizaba, igual que ha tranquilizado a algunos compositores de canciones constatar que lo que compone la inteligencia artificial siempre es (o les parece) una porquería. Pero es una reacción demasiado complaciente. Porque no se cansan de repetirnos –de hecho, nos amenazan– que el invento está en una fase de exploración prototípica y que, rápidamente –más de lo que podemos imaginar–, se perfeccionará. De manera que podría suceder que, a medio plazo, ya no fuera necesario convocar ninguna beca creativa porque la inteligencia artificial cubrirá todas las necesidades de la creatividad. Y que incluso el mismísimo Ken Follett descubra, con una mezcla de terror y perplejidad, que una novela suya escrita siguiendo las pautas del ChatGTP es, pese a parecer una porquería, mucho más comercial que las que había escrito hasta ahora. Con respecto a los columnistas, la única duda es saber cómo se las apañarán los periódicos para ilustrar las columnas con la fotografía del robot que las ha escrito. Siempre conviene poner una cara determinada para, al servicio del lector, facilitar la personalización del insulto o del elogio.

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