"¿Cuántas artistas importantes nos han robado?", señala contundente el director del Museo Thyssen, Guillermo Solana. "¿Cómo es posible que no conociéramos a estas artistas, que sus obras estuvieran en los almacenes hasta hace poco?", inquiere emocionada Rocío de la Villa, comisaria de la gran muestra de la temporada del museo madrileño: Maestras. Un centenar de obras que ha costado conseguir, porque ahora sí que están muy solicitadas en todo el mundo, y que hasta el 4 de febrero permitirá contemplar las creaciones de muchas mujeres que fueron célebres en su tiempo, que pintaron a aristócratas y reinas y que figuraron en los manuales de arte de su época. Mujeres cuyos nombres en muchos casos, especialmente en el siglo XX, fueron borrados de los libros y sus obras guardadas en los calabozos de los museos. Y que no son solo un añadido al canon de la historia del arte, afirma Solana, sino que sus aportaciones lo transforman, género a género.
La visita a la muestra no le desmiente. No sólo brillan, y cómo, Artemisia Gentileschi y Maruja Mallo, Ángeles Santos y Louise-Élisabeth Vigée-Le Brun, Frida Kahlo y Natalia Goncharova. Deslumbran los bodegones de Giovanna Garzoni y sobre todo de Clara Peeters, con una fuente de frutos secos aún viva. Las flores -y los insectos, a veces un edén imposible- de las hermanas Anna y Rachel Ruysch. Los retratos de Angelica Kauffmann y de Henriette Browne, capaz de captar a la vez la decisión y la melancolía de las retratadas. Las escenas orientalistas de Alejandrina Gessler, en la que las fantasías masculinas del serrallo se trocan en mujeres que comparten vida animadamente con sus niños.
Y sorprenden las silenciosas maternidades de Anna Archer. Y el cubismo juguetón de la suiza Alice Bailly en El té (1913-14), captando la aceleración moderna a través de multitud de de brazos y tazas en diferentes posiciones. Y el esplendor, un descubrimiento en toda regla, de Las lavanderas (1882) de Marie-Louise Petiet, en la que cobran vida desde la textura de los tejidos hasta las intenciones de las mujeres que planchan, congeladas en un instante radiante.
Y todo abierto por el magnífico Judit y su criada (1618-19) de Artemisia Gentilleschi, una composición atrevida, con las dos protagonistas mirando hacia atrás, por si alguien viene, y con la recién cortada cabeza de Holofernes -el patriarcado- en un cesto. Un recorrido que cierra la felicidad de La verbena (1928) de Maruja Mallo, una explosión colorista de personajes y atracciones en una composición deslumbrante.
Solana cuenta que la muestra "culmina un gran proceso de transformación, de toma de conciencia feminista, en el que este museo ha ido comprometiéndose desde hace más de una década", y reconoce que le ha sorprendido "descubrir tantas artistas fantásticas que yo ignoraba por completo y cuyos nombres ni siquiera me sonaban". Y explica que la comisaria ha articulado su relato haciendo corresponder cada siglo a un género artístico. "En la primera sala tenemos la pintura heroica, en la segunda, las naturalezas muertas, los bodegones de flores y frutos. En la tercera entramos en el retrato del siglo XVIII y en cada uno de esos momentos nuestra visión de un género artístico se ve modificada, alterada, por estas artistas a las que en muchos casos ignorábamos".
Para Rocio de la Villa la muestra "pone en positivo la otra mitad de la historia del arte", mostrando artistas que dominan los géneros principales en su momento adecuado y, a la vez, articulando sala a sala "hitos de una historia de las ideas de las mujeres". Así, abre con el debate que hubo en toda Europa desde finales del siglo XIV, la llamada querelle des femmes, sobre la capacidad de las mujeres y su derecho a acceder al conocimiento y la política.
"Aparece entonces la primera generación de mujeres que escriben quejándose de la dominación patriarcal y en el mundo visual las artistas se suman a las escritoras", dice la comisaria, que ha incluido cuadros bíblicos pintados por mujeres en los que Judit mata a Holofernes sin ningún remordimiento, mujeres empoderadas pese al silencio que les imponen. A partir de ahí la exposición recorre, pese a las dificultades que tuvieron las mujeres para formarse, "ciertos momentos, ciertos lugares en donde las condiciones fueron algo más favorables para las artistas, una serie de ventanas en donde además podemos constatar la complicidad, el compañerismo entre ellas".
Artistas que fueron célebres, que pintaron en las cortes europeas, pero de las que el sistema artístico, dominado por los hombres, intentó defenderse. "Cuando las artistas son pioneras y destacan de manera muy sobresaliente en el nuevo género del bodegón -recuerda De la Villa-, se empieza a decir, ¿quiénes mejor que las mujeres van a pintar las flores?", minusvalorándolas, recuerda.
Y dice que otra estrategia por parte de los historiadores fue irlas olvidando en las menciones de la literatura artística, "cada vez más cortas, los nombres iban desapareciendo. A finales del XIX José Pardo incluso escribe una historia del arte de las artistas viendo que su recuerdo, su memoria y sus obras están desapareciendo. Fue sobre todo en las primeras décadas del siglo XX, cuando aparecen los museos de arte moderno, las editoriales empiezan a publicar muchos libros de arte y crecen los estudios de arte en las universidades, cuando ya las obras de las artistas mujeres son completamente sepultadas. No es coincidencia que fuera el momento en el que las mujeres se estaban emancipando y accediendo a las universidades".
"De esa manera, durante el siglo XX generaciones y generaciones de hombres y mujeres han desconocido a esas artistas de primera línea que ofrecieron nuevas miradas. ¿Cómo repercute esto a las artistas del siglo XX e incluso en las artistas vivas? Cuando no se cuenta con una tradición de antecesoras de primera línea, parece que, como acabas de llegar, tienes que conformarte con el 20% y el 30% de presencia en las instituciones, en las exposiciones y en el mercado. Cuando a un género, un sexo, como somos las mujeres, se les roba su pasado, se les roba su identidad. Y es más fácil que el otro sexo crea que puede ejercer el dominio o incluso que puede agredirlas, ya sea psicológica o incluso físicamente hasta la muerte", concluye la comisaria.