Por qué duran tanto los Rolling Stones
No ha pasado ni un mes desde que la muerte del genial guitarrista Robbie Robertson conmocionó al mundo del rock. Tenía 80 años. En 1978, Robertson había sido el encargado de anunciar que The Band, su grupo, daba por acabada su historia de 16 años de giras porque su creatividad había declinado y porque “nos hemos dado cuenta de los peligros que tiene llevar esta vida indefinidamente”.
Han transcurrido 45 años y solo queda vivo uno de los miembros originales de The Band. Cuatro se han quedado por el camino. Garth Hudson, a sus 86 años recién cumplidos, habrá podido ver por el televisor de la residencia de South Stone Ridge en la que está internado la aparición pública de los Rolling Stones en Hackney.
¿Qué le debió pasar ayer por la cabeza al multiinstrumentista de The Band, sumido en el recuerdo de un pasado glorioso pero lejano, al ver a unos contemporáneos suyos, también octogenarios, promocionando su último y pegadizo hit, Angry, con la ilusión de unos veinteañeros y con las mismas estrategias de marketing en redes sociales que usan Rosalía o Justin Bieber?
La genética, el azar y cierta corrección de los malos hábitos en la edad madura son probablemente las claves de la longevidad de Mick Jagger, Keith Richards y Ronnie Wood como individuos. El cantante, además, preserva su figura juvenil y, a diferencia de algunos coetáneos, una voz más que fiable.
La mayoría de los grupos mueren por un conflicto de egos, ¿por qué los Stones no?
Las razones por las que una banda tan tempestuosa como esta ha sobrevivido 61 años –y sumando– están más que documentadas. Por supuesto, su extraordinario repertorio y sus prodigiosos directos son la clave del asunto. Pero no es menor la importancia de la gestión interna del negocio.
La biografía de Jagger escrita por Philip Norman, o la crónica Viajando con los Rolling Stones, de Robert Greenfield (ambas en Anagrama) nos muestran al cantante como un elegante dictador que se aprovecha de sus estudios de economía y de las debilidades autodestructivas de otros miembros de la banda para erigirse en el líder indiscutible.
Por este motivo, los Rolling Stones no han sucumbido nunca por culpa de un conflicto de egos como los que han destruido la mayoría de los grupos de su generación, empezando por los Beatles. Y eso que entre ellos ha habido hasta puñetazos.
Particularmente reveladora es esa escena descrita por Greenfield, en plena gira americana de 1972, cuando Jagger, minutos antes de salir al escenario a darlo todo frente a una multitud enloquecida (mientras Richards hacía de las suyas en el backstage), negociaba con frialdad los números del concierto con el promotor y el representante de la compañía de seguros en una mesa de oficina.
El propio Richards cuenta en su autobiográfica Vida (Timun Mas) que cuando, en sus años de formación, visitaban a grandes estrellas, como James Brown, Jagger no solo aprendía de ellas conceptos musicales o de baile, sino los fundamentos para ejercer con éxito el papel de jefe.
Sin duda, otro elemento de cohesión que durante todas estas décadas ha atenuado la tensión entre los dos líderes de la banda ha sido el papel conciliador del desaparecido Charlie Watts y, a partir de 1975, el del simpático Ronnie Wood.
Por cierto, Ron Wood, tan lozano ayer en Hockney, participó hace 45 años en el concierto de homenaje a The Band, ese que Martin Scorsese inmortalizó en su película The Last Waltz.