Lo más leído del 2023
'La Vanguardia' recupera las noticias que más han interesado a los lectores en el año 2023. Este artículo se publicó el día 30 de agosto.
Son muchas las veces que a María Asunción Mateo le han preguntado si alguna vez escribiría unas memorias en las que plasmara con detalle los años que vivió junto a Rafael Alberti (El Puerto de Santa María, 1902-1999). “¿De quién iba a hablar? Las personas que rodeaban a Rafael en ese momento no eran gente de talla”, contestaba a menudo. La propia editora Carmen Balcells le aconsejó que dijera a todo aquel que preguntara que no escribía “libros de viudas”. Pero todo cambió en junio del 2021, durante una tarde de limpieza, cuando una carpeta repleta de escritos y recuerdos junto al poeta cayó en su cabeza. “En un acto de valentía decidí abrirla, enfrentarme a su contenido”. Y allí encontró un folio en el que su marido le daba “el más amplio y absoluto permiso para revelar todos mis secretos, los más íntimos y oscuros”. Y así lo acaba de hacer en su nuevo libro, Mi vida con Alberti. Para algo llegaste, Altair ( Almuzara), que acaba de llegar a las librerías.
“Desde que leí sus palabras supe que tenía que contarlo todo. Pensé que era una señal y me puse a escribir del tirón. Casi no comí ni me levanté de la mesa hasta octubre, cuando puse el punto final. Tenía mucho que decir sobre la gran historia de amor y de pasión que vivimos”, confiesa a La Vanguardia la propia viuda por llamada telefónica desde su casa de El Puerto de Santa María. “Podría volverme a Valencia con toda mi familia, pero mis recuerdos con él están aquí”. A lo largo de 352 páginas, Mateo narra desde que conoció a su “gran amor”, 44 años mayor, en abril de 1983 en Baeza durante un homenaje a Antonio Machado, hasta sus encuentros clandestinos con el poeta en Madrid o la campaña difamatoria que considera que le hicieron una serie de poetas cuando Alberti falleció.
“Lo que quiero es que se entere el mundo de las barbaridades que me han hecho”, dice María Asunción Mateo
“Cuando lo escribí no puse nombres ni apellidos. Pensé que no haría falta, que la gente sabría a quién me refería. Luego me hicieron ver que solo me entenderían cuatro intelectuales, y yo lo que quiero a estas alturas es que se entere el mundo entero de las barbaridades que me han hecho. Llevo callando veintitrés años el machismo que sufro y ahora se me va a escuchar”.
La exprofesora se refiere al grupo integrado por Luis García Montero, Luis Muñoz, Benjamín Prado y Eduardo Mendicutti, entre otros, a los que bautiza como “viudos eméritos” y quienes, según relata en su libro, se consideran “herederos de su obra” y emprendieron una campaña contra ella. “No solo se han metido conmigo. Han hecho lo mismo con otras mujeres, como Susana Rivera, la mujer de Ángel González, que el día que le dé por hablar y sacar toda su documentación pueden irse corriendo”.
Mateo no contempla que sus palabras puedan no sentar bien. “Todo lo que digo está demostrado, lo bueno y lo malo. Así que nadie puede protestar. Escribieron cosas como que Rafael era un pelele o que yo era una de las muchas que paseaba por su vida. También me han llamado totalitarista y que llegué para anular a los amigos. ¿Van a negarlo? Está escrito con fecha y todo. No es que sea mi verdad, es la verdad y punto”.
Además de la invitación de Alberti a hablar, la esposa reconoce que el movimiento feminista también la animó a contarlo todo. “Que los políticos e intelectuales dejaran pasar lo que he vivido, no lo puedo entender. Pero ahora sí, me veo con fuerza, y más con todo lo que está pasando con el Mundial. Yo también quiero tener mi sitio, señores. Tengo mucho que decir”, asegura.
“Todo lo que digo está demostrado, lo bueno y lo malo. Así que nadie puede protestar”, asegura la viuda
Aclara que “no he discutido jamás con ellos. Lo máximo que he hecho ha sido hacerles la comida y aguantar. En el momento en que vieron que lo nuestro iba en serio y que nos casábamos fue cuando nos distanciamos, ya que no invitamos a la mayoría. Pasamos por el altar a las 8 de la mañana y, si hubiéramos podido, habría sido a las 7. Queríamos algo íntimo y, sobre todo, evitar la prensa. Eso sí, mientras Rafael vivió no se atrevieron a escribir nada. Todo empezó cuando ya sabían que él no podía levantar la mano”.
Mateo concluye que, “aunque no imaginó nunca los desaires que he vivido después, mi marido trataba de dar poca importancia a cosas cotidianas por las que otros se matan. Al fin y al cabo siempre me decía que nuestra vida no podía ser fácil, pero fue algo que siempre aceptamos”.