Las alturas de Carvalho Montalbán

Viviendas de artistas (3) / Vázquez Montalbán

Manolo Vázquez encontró en Vallvidrera la distancia física y espiritual que le ayudó a escribir

FOTO IGNACIO RODRIGUEZ, 27/07/2023. FOTOGRAFIAS DE CASA MANOLO VAZQUEZ MONTALBAN. CARRER ALBERES 63, BARCELONA, ESPANA.

Manolo Vázquez encontró en Vallvidrera la distancia física y espiritual que le ayudó a escribir 

Ignacio Rodriguez

El pino tapa ahora mucho más la vista de Barcelona, pero la ciudad sigue allí abajo, atrapada en su día a día y viva en los libros que Manuel Vázquez Montalbán escribió desde este despacho en Vallvidrera.

La saga del detective Pepe Carvalho, los ensayos histórico-políticos y gastronómicos, los artículos de prensa y los poemas que constituyen la prolija bibliografía de Vázquez Montalbán no hubieran existido sin la altura física y espiritual de este refugio a los pies del Tibidabo.

Para un niño nacido y criado en el Raval de la postguerra, Vallvidrera era otro mundo. Con diez años, Manolo subió a la montaña en una excusión escolar y el azar lo colocó justo en el jardín de la casa que se compraría treinta años después.

Anna Sellés preserva el despacho de Manolo, hoy un museo de memorabilia montalbiana

Era una vivienda sencilla, de veraneo, situada en el número 63 de la calle Alberes y que pertenecía a la familia del editor Fernando Canoggio.

Manolo se hizo con ella en 1978. Al año siguiente los Lara le dieron el premio Planeta, el mejor dotado de España. El dinero sirvió para construir una casa moderna encima de la antigua, una estructura suspendida que permitió ganar mucho espacio en la primera planta. Allí se instaló el estudio, un lugar de trabajo que hoy es un museo de memorabilia montalbiana.

Manolo Vázquez encontró en Vallvidrera la distancia física y espiritual que le ayudó a escribir

El despacho-biblioteca, donde se guardan diversos premios y homenajes a Vázquez Montalbán  

Ignacio Rodríguez

Nada más entrar, a la izquierda, hay una mujer con los pechos descubiertos. Es un lienzo muy delicado, en blanco y negro. Ella está de frente y cuesta aguantarle la mirada. Pienso en Charo, la amante de Carvalho, exigiendo un compromiso que él nunca aceptará.

Las estanterías de madera barnizada siguen repletas de libros y recuerdos, objetos que equilibran la nostalgia con el sentido de humor. Hay una botella de vino con una foto de Franco en la etiqueta. Cerca sonríen Groucho Marx y Vladímir Lenin. Un poco por encima, una marioneta del propio Manolo y un toro de Osborne.

Es un despacho de muebles buenos, con parquet, alfombra persa, escriba egipcio y el casco del buque La rosa de Alejandría .

Manolo Vázquez encontró en Vallvidrera la distancia física y espiritual que le ayudó a escribir

Terraza de la casa de Manolo Vázquez en Vallvidrera 

Ignacio Rodríguez

También es el estudio de un escritor tenaz, capaz de escribir a todas horas y a toda velocidad, radiografiando España, con su cabeza exigiendo a los dedos un tecleo extenuante.

El ordenador IBM parece un oráculo sin pregunta. A su lado, la hoja del calendario sigue siendo la de octubre del 2003, cuando un infarto fulminó a Manolo en el aeropuerto de Bangkok. Su esposa, la historiadora Anna Sellés, no ha querido que caiga y el tiempo detenido mantiene la muerte a raya.

La memoria de Manolo se conserva también en la Biblioteca de Catalunya. Allí guardan sus documentos y entre ellos se ha encontrado el manuscrito de una novela inédita que escribió hacia 1964 y que Ernest Folch editará en otoño.

La casa de Vallvidrera está repleta de libros. En el pasillo de la primera planta reposan los recetarios y los ensayos sobre gastronomía, una de sus pasiones.

Anna no sabe qué hacer con ellos y con todos los demás. Las nuevas ediciones se apilan sobre las viejas. Forman una prole muy fecunda, el rejuvenecimiento constante de la literatura montalbiana.

Manolo Vázquez encontró en Vallvidrera la distancia física y espiritual que le ayudó a escribir

El premio Planeta de Manolo Vázquez junto a las obras completas de Josep Pla 

Ignacio Rodríguez

Si Carvalho aún encuentra lectores es porque su Barcelona sigue siendo la mejor definida. No es una ciudad de eventos y selfies sino de personas libres y auténticas a pesar de las circunstancias adversas. Se parece mucho a la de Juan Marsé.

La chimenea de hierro está en la sala de la planta baja, en un salón amplio y luminoso, con vistas a una terraza rodeada de pinos. Cuando la misantropía lo consumía, Carvalho quemaba libros en ella.

Manolo Vázquez encontró en Vallvidrera la distancia física y espiritual que le ayudó a escribir

Groucho Marx preside la mesa de trabajo de Manolo Vázquez Montalbán 

Ignacio Rodríguez

Las obras completas de Josep Pla, los tomos rojos que editó Destino, han resistido. El trofeo del Planeta luce a su lado.

La cocina también es muy amplia. Manolo cocinaba a diario. Sobre todo, arroces y guisos. Callos con garbanzos, albóndigas, riñones al jerez y arroz con espardenyes , su favorito.

A Carvalho también le gustaba cocinar. Invitaba a su vecino Fuster, un hombre igual de solitario. Fumaban habanos, bebían mucho y bien. Se quejaban del rumbo que tomaba Barcelona, sobre todo con los Juegos Olímpicos. Pensaban que era una fiesta innecesaria y bastante perversa. Anticipaba lo que luego supuso morir de éxito.

La Barcelona del detective Pepe Carvalho sigue siendo la mejor definida

La calle Alberes ya no es la misma. Manolo ya no podría aparcar su Jaguar delante de casa. Ahora está pacificada , con aceras más anchas y badenes contra la velocidad. Los turistas la recorren embutidos en pequeños autobuses que suben hasta el Tibidabo.

Carvalho y Montalbán estarían de los nervios viendo cómo su refugio se ha masificado y banalizado.

Suerte que aún tendrían la cocina, con la pata de jamón sobre el mármol, la chimenea para quemar la cultura inútil y el despacho para hacer justicia; y suerte, por encima de todo, de que Anna siga allí, hablando con ellos, manteniéndolos al día.

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