El talento de vivir en pareja

El talento de vivir en pareja

Para ilustrar los títulos de crédito de la película Los encantados , dirigida por Elena Trapé, suena La soledad . Es la versión en catalán de la canción que Barbara escribió en 1965. La interpretación es de Guillermina Motta y el impacto de la calidad de la interpretación y la adaptación al catalán mantiene, pese a los años que han pasado, la melancolía reconfortante de cuando se grabó. No es una canción alegre y conecta con otras canciones francesas sobre el mismo tema: Ma solitude , de Serge Reggiani (o en versión de Georges Moustaki), La solitude , de Johnny Hallyday o La solitude , de Léo Ferré, que incluye uno de los versos más perturbadores de la historia de la chanson : “La desesperación es una forma superior de la crítica”.

Los encantados retrata los problemas (de primer mundo) de una mujer (Irene, interpretada por Laia Costa) que tiene que aprender a convivir con las servidumbres de una separación demasiado reciente y con el distanciamiento doloroso (dosificado por un régimen de custodia aparentemente civilizado) de una hija de cuatro años. Las dependencias que hoy comporta la maternidad y la presión de un entorno que, a golpe de mensajes de móvil, relativiza la realidad para domar sus excesos, obligan a Irene a sentirse avergonzada, insatisfecha, herida, desesperada y, al mismo tiempo, a no conformarse con el papel que, con diabólicas buenas intenciones, le exigen los demás.

Los sentimientos no han evolucionado tan deprisa como las voluntades y los nuevos protocolos

Hay una escena que, desde la máxima simplicidad, explica bien el momento actual: tras pasar unos días con un candidato a una nueva relación, el hombre le pregunta a Irene –con una delicadeza generacionalmente autocrítica–: “¿He hecho algo mal? Yo creo que no, pero me gustaría saberlo”. El comentario sitúa las relaciones y los consentimientos entre adultos a años luz de los códigos equivalentes de nuestros antepasados. La soledad y la tristeza, sin embargo, no han cambiado. Los sentimientos y las reacciones no han evolucionado tan deprisa como las voluntades y los nuevos protocolos de conducta. Puede parecer que en Los encantados no pasa casi nada y que, para darle mayor consistencia, necesita recrearse en la contemplación de los escenarios de la Vall Fosca. Pero la suma de pequeñas referencias sobre las incongruencias y exigencias sentimentales, sociales y familiares de nuestra época son como las tonalidades del paisaje: infinitas y mutantes.

Y el final, con esa Guillermina Motta felizmente rescatada, acaba de insinuar posibles interpretaciones sin la voluntad de intimidarnos con sermones o proclamas prefabricadas. A Barbara solían preguntarle por qué escribía tantas canciones sobre el desamor o los
abismos más vulnerables de la existencia. Y con una ironía y una elegancia ácidas, Barbara respondía: “No tengo el talento para vivir en pareja”.

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