Ventanillasy pantallas

Ventanillasy pantallas

De niño, cuando viajaba en avión, me gustaba elegir asiento de ventanilla. A veces me tocaba ver una parte del ala y del motor e imaginaba que podía incendiarse en cualquier momento. Como debía hacer todo el mundo, también me gustaba mirar las nubes e intentar reconocer formas de objetos, animales o, mejor aún, caras de personajes conocidos. Una vez, sobrevolando Rumanía, vi un cumulonimbus espectacular que reproducía la cara de Stalin, con el bigote y las cejas severas. No hice ningún comentario, por si acaso, y con los años lo interpreté como la huella de un trauma psicológico relacionado con los mitos, fantasmas y monstruos familiares. Ahora, si puedo elegir, prefiero los asientos de pasillo. Los que somos gordos –me resisto a utilizar la expresión “los que tenemos sobrepeso”– y arrastramos una anatomía expansiva necesitamos algo más de espacio del que nos conceden las compañías aéreas y el pasillo deja cierto margen para ganar unos centímetros que se agradecen. En los trenes, en cambio, sigo prefiriendo los asientos de ventanilla.

Todo eso viene a cuento de la relectura –más que una relectura se ha convertido en un vicio– de un libro de Josep Pla (Volumen 4 de la Obra Completa, Sobre París y Francia ). Pla cuenta un viaje en tren de hace poco más de cien años. Afirma que no se interesa demasiado por los otros viajeros ni por los libros que pueden estar leyendo y escribe: “He sido un viajero de ventanilla –aunque en aquellos años las ventanillas eran pequeñas. Me ha gustado mirar las cosas o las personas o los pueblos o los paisajes que iban pasando ante la vista –a veces apasionadamente”. Como viajero de ventanilla, me encanta seguir la línea de los cables eléctricos que, cuando el tren adquiere una velocidad determinada, desfilan dibujando olas ascendentes, descendentes y sinuosas que invitan a pensar en pentagramas que, conjeturo, solo saben interpretar los pájaros. Y me entusiasma cuando, parados en una estación, coinciden dos trenes. Fugazmente, los viajeros de ventanilla de cada uno de los trenes se miran y se reconocen sabiendo que, al ir en direcciones contrarias, nunca volverán a verse.

Los viajeros de cada tren se miran sabiendo que, al ir en dirección contraria, nunca volverán a verse

Ahora, sin embargo, la sensación es más improbable porque, en general, los viajeros de ventanilla nos hemos convertido en una especie en extinción. En los aviones, los trenes, el metro o los autobuses, la mayoría de viajeros son “viajeros de pantalla”. Abducidos por las pantallas, viven el viaje al margen del paisaje y se alimentan de las imágenes que les proveen sus teléfonos o tabletas. Incluso debe haberlos que, conectados a las imágenes que les proporciona una aplicación, se entretienen con vídeos de trenes con destino a París o de cielos amenazadores vigilados por cumulonimbus estalinistas.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...