El día en que murió el papa emérito, Santiago Abascal publicó un tuit donde decía que “Benedicto XVI nos invitó a ser minorías creativas que fermentan la sociedad con bien, verdad y belleza”. Benedicto XVI hizo por primera vez esta invitación el 12 de mayo del 2004, cuando aún era el cardenal Joseph Ratzinger, en un discurso ante el Senado de Italia. Aquel mismo día, el filósofo Marcello Pera, entonces presidente del Senado, que lo había invitado, devolvió la visita hablando en la Universidad Lateranense, también conocida como la Universidad del Papa. Tanto el uno como el otro predicaron sobre cómo debía afrontarse la
crisis que supuestamente sufría Occidente a
inicios del siglo XXI. Y, meses después, cuando Benedicto XVI ya se sentaba en el solio pontificio, desarrollaron sus reflexiones en un libro que se convirtió en un best-seller: Sin raíces. Europa, relativismo, cristianismo, islam.
El título de la obra aludía a la agria polémica en torno a la no presencia de la mención de las “raíces cristianas” de Europa en el preámbulo del proyecto de Constitución Europea que acabó naufragando. Benedicto XVI planteó la propuesta sobre las minorías creativas haciendo referencia al historiador británico Arnold Toynbee. Oswald Spengler, el autor de La decadencia de Occidente, había sostenido que las civilizaciones, como los seres vivos, siguen un ciclo vital en el que la decadencia es indefectiblemente la antesala de la muerte. Toynbee, menos fatalista, defendía que las civilizaciones decadentes podían reavivar si disponían de minorías creativas capaces de responder a los desafíos que se planteaban. Lo que proponía Benedicto XVI era que los cristianos “debían verse a sí mismos como una minoría creativa y ayudar a Europa a recuperar su mejor herencia”. El mismo día en que Abascal lo recordaba en su tuit, Marcello Pera, que antes militaba en el partido de Berlusconi y ahora es senador de los Hermanos de Italia de Meloni, formulaba el deseo de que la muerte del papa emérito fuera la ocasión para el renacimiento de la civilización cristiana y la salida de la miserable situación en que se hallaba.
El debate sobre la raíz cristiana de Europa entronca con las batallas culturales de la extrema derecha
Se recuerda poco que la querella en torno a la no mención de las raíces cristianas no fue un entretenimiento banal para historiadores, sino una disputa sobre el papel que tenía que interpretar la religión en la política europea y sobre si su reconocimiento como parte esencial de la identidad histórica de Europa podía dar alas
a ciertas pretensiones eclesiásticas de tutelar la concordancia entre la interpretación de los derechos de los ciudadanos europeos y unos “valores de la UE” predefinidos como cristianos. Seguramente este es uno de los motivos por los que tiende a pasar desapercibida la articulación de esa querella con las presentes batallas culturales de la extrema derecha ultraconservadora, que busca poner la cuestión de la identidad en el centro del debate político y convertir la religión en el núcleo de esta identidad.