Ya instalado el primer gobierno de izquierdas de la historia de Colombia, una visita a La Cueva en la ciudad colombiana de Barranquilla tiene otro sabor. Bar-restaurante en el centro de esta ciudad de la costa caribeña, La Cueva es donde el joven Gabriel García Márquez –que se formó políticamente al calor de la revolución cubana de 1959 y jamás ocultó sus simpatías por la izquierda latinoamericana– se juntaba a mediados del siglo pasado con un puñado de escritores , periodistas y artistas conocido como el Grupo de Barranquilla. García Márquez escribió La hojarasca durante aquellos años y sacó ideas también para su novela mas conocida, Cien años de soledad, escenificada en Macondo, una ciudad ficticia inspirada en Barranquilla.
Destino de inmigrantes de Europa y Medio Oriente, muchos de ellos judíos, Barranquilla siempre se ha vinculado con las ideas liberales frente al conservadurismo católico y español de Bogotá.
Una vez afincado en Barcelona en los años setenta, García Márquez regresó a Barranquilla para escribir en ella una parte de El otoño del patriarca, según cuenta Xavi Ayén en Aquellos años de boom.
En La Cueva, Gabo se reunía en largas sesiones etílicas antes de la visita obligatoria al burdel –ver su última novela, Memoria de mis putas tristes– con figuras del emergente movimiento literario y periodístico de Barranquilla. El crítico y periodista Germán Vargas, cuya librería fue reconvertida en La Cueva en 1954, el novelista Álvaro Cepeda Samudio, autor de Todos estábamos a la espera , y el columnista Alfonso Fuenmayor, que todos los días trabajaba largas horas junto a García Márquez en la redacción de El Heraldo , antes de dirigirse los dos a La Cueva.
Esos eran los llamados “cuatro jinetes”, representados como los cuatro tertulianos en el último capítulo de Cien años de soledad. El otro incondicional de La Cueva –aunque solo bebía Coca Cola– era el erudito librero Ramón Vinyes, el “sabio catalán” en la misma novela, exiliado nacido en Berga en 1882. Otro catalán que jamás faltaba en La Cueva era el pintor barcelonés Alejandro Obregón cuyo mural La mujer de mis sueños aún adorna una de las paredes.
La victoria de Petro ha reavivado la actividad cultural en torno al local que frecuentaron Gabo y sus amigos
La Cueva fue reabierta en 2004 por iniciativa del periodista colombiano Heriberto Fierillo como restaurante y local de debates, tertulias, y actuaciones de música. Escenifica la entrega del Premio Nacional de Cuentos y organiza el Carnaval Internacional de las Artes. El local ha logrado salir vivo de la pandemia y en un momento de relativo optimismo en Barranquilla, que votó masivamente a Petro, contempla el futuro con ilusión. “Gabo y los demás estarían contentos; hay por fin una propuesta distinta a lo que gobierna desde hace 200 años”, dice a este diario Carolina Martínez, directora de la Fundación La Cueva, que volvió a Barranquilla hace dos años tras una estancia en instituciones culturales en Madrid.
La gestación del realismo mágico colombiano en las tertulias de La Cueva se produjo ante un fondo de extrema desigualdad social y violencia endémica –una guerra cruel entre liberales y conservadores en un periodo conocido como La Violencia–, que aún no se ha superado. Esta violencia, y sus orígenes coloniales y neocoloniales, se repiten en la obra del grupo de Barranquilla. Cepeda Samudio lo denuncia en La casa grande, su gran obra sobre la masacre policial de cientos de trabajadores de las plantaciones bananeras en 1928 en la Ciénaga, al otro lado de la laguna. En La hojarasca y Cien años de soledad García Márquez describe la misma atrocidad, obra intelectual de la multinacional bananera estadounidense United Fruit cuyo papel en el golpe de estado en 1954 en Guatemala –dicho sea de paso– es tema de la última novela del amigo-enemigo de Gabo, Mario Vargas Llosa.
“Las ideas que se intercambiaban en La Cueva en los años 50 siguen siendo las mismas; una de las obras emblemáticas de Alejandro Obregón que ganó el premio nacional de arte en 1962 se llama La Violencia”, dice Martínez en una mesa del emblemático local. De ahí la ilusión que se siente por el compromiso del nuevo gobierno por implementar el acuerdo de paz tras años de parálisis.
Aunque fuera solo por vanidad, García Márquez habría sentido satisfacción con el resultado electoral. Petro es un forofo de su obra. Insiste en que sin haber leído Cien años de soledad a los 14 años jamás se habría lanzado a la lucha de la guerrilla M19, cinco años después. Nacido en 1960 en Ciénaga de Oro a 80 kilómetros del Caribe, cuenta en su autobiografía que “la lectura de Cien años de soledad me pareció mágica porque me recordaba a la costa caribeña (…), empecé a conocer las raíces de mi familia”.
Su nombre de guerra en la guerrilla era Aureliano Buendía, uno de los personajes de la novela (otro nombre usado por los guerrilleros era Melquiades). Alumno del mismo colegio que Gabo ( la católica San Juan Bautista de la Salle en Bogotá), Petro y sus colegas crearon un grupo de homenaje a García Márquez, contra la voluntad de los curas que ocultaban que el escritor estudió en su colegio, debido a sus ideas políticas.
El compromiso izquierdista, el alcohol y los burdeles unieron al ‘grupo de Barranquilla’
Al final del discurso de toma de posesión presidencial, Petro citó la última frase de la gran novela del premio nobel: “...porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”. “Hoy empieza nuestra segunda oportunidad”, añadió Petro.