Varados en el tiempo, el parque de la Ciutadella y su entorno han resistido con admirable tozudez los embates de la modernidad. Persisten, contra pronóstico, equipamientos en desuso que nunca fueron puestos al día. El mercado del Born, que estaba llamado a ser un faro cultural del siglo XXI, dio incluso un salto atrás en el tiempo, cuando se decidió consagrarlo a la memoria del 1714.
Pero, por fortuna, en los últimos meses se han podido constatar indicios relevantes de reactivación, en el marco de ese proyecto fundamental de inspiración holística que es la Ciutadella del Coneixement.
El motor científico del proyecto ya está en marcha sobre el papel. Se trata del complejo de investigación e innovación que impulsan en el antiguo Mercat del Peix el CSIC, el Barcelona Institute of Science and Technology (BIST) y la Universitat Pompeu Fabra. El hub está destinado a avanzar en la biomedicina, la biodiversidad y el bienestar planetario.
Urge empezar a diseñar un futuro de la gran biblioteca abierto a las artes y la tecnología
Otro movimiento significativo fue el acuerdo para situar al biólogo Carles Lalueza al frente del Museu de Cièncias Naturals, con la vista puesta en la reforma de los viejos museos del paseo de Picasso para integrarlos en el proyecto de ciencia, tecnología y arte que inspira esa Ciutadella del Coneixement. En este contexto, no es menor el valor que tiene el inicio de los trabajos de rehabilitación del Hivernacle, un edificio cuyo abandono solo se entiende a la luz de una tendencia natural barcelonesa a dejar que se pudran sus historias de éxito. Como si a la ciudad le sobraran espacios tan mágicos como este.
Pero a la Ciutadella del Coneixement le faltaría ambición si la futura gran biblioteca que el Estado va a construir junto a la Estació de França no se contemplara como una parte esencial del complejo. Los trabajos preliminares fueron presentados el viernes por el ministro Miquel Iceta. La fecha de culminación apunta a 2027, aunque ya se sabe que este tipo de previsiones suelen saltar por los aires.
Integrar la biblioteca en la Ciutadella del Coneixement no consiste solo en incorporarla al discurso sobre este eje de futuro en el mismo paquete que el Mercat del Peix, un zoo puesto al día, los museos del parque o los centros científicos del litoral, al otro lado de las vías. También depende de cuál sea su plan de usos, de su razón de ser dentro de cinco años y más allá.
En lo urbanístico, la biblioteca debería dar continuidad al bulevar de museos que arranca en el Castell dels Tres Dragons , de la misma manera que tendría que servir para invitar a insuflar nueva vida a la Estació de França, quizás en el ámbito de la ciencia, la investigación y la cultura.
Pero en lo que respecta al contenido, más allá de dar impulso a la Barcelona del libro, el centro debería ser capaz de insertarse en la nueva apuesta de la ciudad por posicionarse como polo de un conocimiento transversal y sin etiquetas, en la línea de esa nueva Bauhaus que impulsa la Comisión Europea. El hecho de que el estudio de Josep Maria Miró concibiera el edificio como grandes cajas conectadas facilita el encaje de usos aún no previstos.
El problema es que estos tienen que decidirse de acuerdo con las necesidades hipotéticas de la ciudad de fin de década. La lógica, salvando las distancias, debería ser la misma que guía a los responsables del Barcelona Supercomputing Center (BSC), conscientes de que cuando se instala la última actualización del supercomputador éste empieza un inexorable camino hacia la obsolescencia, por lo que antes de que llegue están trabajando ya en el siguiente update .
Lo saben bien los responsables de las bibliotecas singulares abiertas en Europa en los últimos años, como la De Krook de Gante, la Dook1 de Aarhus o la Oodi de Helsinki. Hay que monitorizar constantemente el entorno para adaptarse a unas utilidades cambiantes.
El nombre
Lo de menos es cómo se llame
El Gobierno llama ahora Biblioteca Pública del Estado lo que antes fue la Biblioteca Provincial, un término que incomodaba a algunos sectores. El ministro Miquel Iceta sugiere que se busque un nombre propio consensuado, pero será difícil dar con una personalidad aún disponible que genere unanimidad. Puede pasar lo mismo que con el aeropuerto, al que nadie se refiere con el nombre que decretó el Gobierno de Pedro Sánchez, Josep Tarradellas. El artista barcelonés más universal, Joan Miró, da ya nombre a la excelente biblioteca de la calle Vilamarí.
Diseñar esa catedral de la cultura de la era digital es una labor que supera a las administraciones. Urge convocar ya foros donde se debata ese futuro. Por supuesto, con la participación de los gobiernos implicados, del sector del libro y del excelente colectivo de bibliotecarias de la ciudad, pero también con la incorporación de pensadores, vecinos, escuelas, universidades y representantes de la ciencia, la tecnología y la cultura en todos sus ámbitos, desde los museos de arte o los teatros y auditorios hasta los festivales de música.
En cualquier caso, nada será posible sin el necesario consenso, una rareza política que esta vez sí ha comparecido para facilitar que se desencallara el proyecto.
Primero fue la foto del acuerdo para construir un segundo Liceu en el puerto; luego vino la panorámica de familia tras conseguir la sede de la Copa del América de 2024 y, ahora, el acuerdo escenificado para comenzar las obras de una biblioteca que financia el Estado en terrenos del Ayuntamiento y que gestionará la Generalitat. Son estampas de necesario consenso político. La de la biblioteca, impulsada por tres administraciones gobernadas por cuatro partidos, entierra –por ahora– años de tensiones estériles.
Foto Colectania
Un ejemplo de resistencia cultural
El paseo Picasso lo tiene todo para ser un bulevar de cultura. Pero el abandono del eje que conforman el Castell dels Tres Dragons, el Hivernacle, el museo Martorell y el Umbracle, separados además por la valla que delimita el parque, ha impedido que despegara tal como se pretendía tras la rehabilitación emprendida por el primer Ayuntamiento democrático. Por ello es digno de resaltarse el papel de resistencia cultural que desde 2017 ejerce la Fundació Foto Colectania en el número 14 del paseo.