El postbailaor Israel Galván, en el Festival Grec de Barcelona, desplegó hace dos semanas el personalísimo vocabulario corporal que ha acuñado durante los últimos veinticinco años mientras, a su lado, cantaban los niños de la Escolania de Montserrat. El mes anterior, en el Sònar, Maria Arnal y Marcel Bagés regresaron al núcleo duro de su disco Clamor con el espectáculo Hiperutopía , en el que el espíritu de una rave convivía con la voz artificial de Holly+, un archivo bioacústico y el Cor de Noies de l’Orfeó Català. Mientras tanto, en Sevilla, Dior presentaba su nueva colección con una coreografía diseñada por Blanca Li que incluía a los bailaores Belén López y El Yiyo, la música de Alberto Iglesias para las películas de Pedro Almodóvar interpretada por la Orquesta Bética de Cámara, los modelos imaginados por Maria Grazia Chiuri y centenares de flores rojas.
Ese patrón de alianza entre lo clásico y lo viral cuenta con muchos otros ejemplos de los últimos años. En junio del 2020, el Gran Teatre del Liceu acogió el Concierto para el bioceno , de Eugenio Ampudia, comisariado por Blanca de la Torre: 2.929 plantas de viveros locales asistieron a la interpretación de Crisantemi , de Puccini, por parte del cuarteto de cuerda UceLi Quartet. Entre las películas más comentadas del sello Netflix, varias han sido filmadas en blanco y negro: Roma , de Alfonso Cuarón, Malcolm & Marie , de Sam Levinson, o Mank , de David Fincher. Lo más contemporáneo dialoga con lo absolutamente tradicional y las resonancias de ese encuentro no sólo erizan la piel de quien lo presencia, sino que se vuelve trending topic y, a través de las pantallas, logra repetir periódica y exponencialmente el hechizo.
El zapping y el ‘scrolling’ inyectan fluidez en el flujo del tiempo
Tal vez sea el gran reto estético y conceptual de las artes y las narrativas de nuestra época: cómo generar matrimonios duraderos entre la tradición, los cuerpos coreografiados, los textos con muchas capas y las redes sociales, los dispositivos varios, la inteligencia artificial. Cómo el peso, la consistencia, la historia pueden convivir armónicamente con la levedad, lo fugaz, el nervio digital. El objetivo de la cultura es dilatar el presente. La vida sucede, fluye, a baja intensidad; sólo algunas experiencias son capaces de crear la ilusión de que se detiene, tensa y densa. El amor, el sexo, el arte, pocas más. El zapping y el scrolling inyectan fluidez en el flujo del tiempo. Las lecturas fuertes, en cambio, lo vuelven espeso. Para seguir existiendo, para continuar siendo relevantes, no solo deben pactar con su época, también deben exprimirla. Tienen en contra las nuevas reglas del juego. Pero tienen a favor lo que más importa: lo realmente clásico, desde Homero hasta Frida Kahlo o Quentin Tarantino, ha tendido siempre a volverse tarde o temprano viral.