Noche de debut en Mérida. El de la cantante Christina Rosenvinge en el teatro. Con una fiesta sáfica. Con una elegía festiva y con toques surrealistas a Safo, la gran poeta de la isla de Lesbos, que vivió hace 27 siglos, mucho antes de la culpa cristiana, y cantó al deseo y la pasión con total libertad. Para algunos, inventó la manera moderna de entender el amor, de hablar del yo amoroso, influyendo de manera decisiva en la poesía posterior aunque el canon la haya orillado.
Y por eso el miércoles en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida Rosenvinge la resucitó convirtiendo sus versos en efectivas canciones y encarnándola frente a una poderosa escenografía que reproducía, a escala mucho más pequeña, el impresionante escenario del Teatro Romano de la capital extremeña, con sus dos niveles de columnas, frisos y esculturas. Una maqueta aún así de cuatro metros de altura y envuelta, embalada completamente, con telas y cuerdas rosas como si fuera una instalación de la pareja Christo y Jeanne-Claude, los que envolvieron con telas el Reichstag berlinés o el Puente Nuevo de París.
¿El resultado del debut? Público en pie -aunque el Teatro Romano emeritense no se llenó- y grandes aplausos para una función en la que Rosenvinge brilló como compositora y cantante -de hecho algunos temas prendieron con fuerza entre el público- aunque como actriz estuvo algo rígida, especialmente al principio, antes de que la fiesta en honor a Safo despegara contagiosa tras los titubeos iniciales. Y lograra envolver al público en el ambiente de un elegante poema escénico en el que si el sonido fue de la cantante, la poderosa materialización visual fue obra de Marta Pazos, estrella ascendente del teatro español -ha podido participar en el Festival de Mérida porque al final no pudo realizar un montaje en Aviñón le quedó hueco en verano-, que volcó su lenguaje en las piedras romanas del teatro.
Un mundo de cromatismo poderoso -en este caso el omnipresente rosa que envolvía la maqueta y que también se convirtió en un inesperado mar, más toques de elegante rojo, negro y oro en un vestuario que a veces sirve para verdaderos desfiles en medio de un funeral-, lenguaje surrealista -la escena de la media sandía convertida en sexo femenino es sencillamente impagable-, algún personaje andrógino casi lorquiano, y gran celebración del eros, de los cuerpos, muchas veces desnudos y bailando potentes coreografías en las que las bailarinas -son ocho mujeres en escena que cantan, bailan, hablan y tocan guitarras, bajos, teclados y percusiones varias- luchan y tienen sexo poética pero visceralmente.
Si la escenografía de Pazos con la reproducción del teatro romano envuelta, oculta, aludía según la autora a cómo la propia Safo ha estado oculta para el canon literario occidental como un extraño meteorito de hace 2.600 años, la dramaturgia de María Folguera ha querido arrojar luz más sobre lo que se ha dicho de Safo que de su propia vida, de la que apenas se sabe gracias a sus versos -nos han llegado 192 de 10.000-, que cantaba en bodas, que llegaron muy lejos, convertidos en himnos, y que no ocultaban su amor por otras mujeres. Desmontar mitos como que se suicidó por el amor de un hombre, algo que escribió Ovidio, recordar que inventó el amor en sus canciones, cómo fue considerada prostituta, sacerdotisa, maestra, la leyenda de que su poesía fue ordenada destruir por un papa en la Biblioteca de Alejandría...
Una vida de la que Rosenvinge toma los versos, y les pone ritmos, rock progresivo, sonidos latinos, canto coral... y nunca falla con sus evocaciones del amor, la pérdida, el deseo. Brilla cuando canta con leve melancolía que "es medianoche y hoy duermo sola", recuerda que "deseo y después busco", una de sus amantes, que se va a casar con un hombre, evoca que "se acerca la hora, tendremos que partir, tendrás que enseñarme cómo vivir sin ti", canta a Afrodita, señora del deseo -que aparece exuberante y desnuda en una bañera rosa-, reconoce que Eros es una "dulce y amarga serpiente contra la que es inútil luchar" y que "mi piel esconde un río que abrasa mi interior".
El público la sigue con las palmas cuando anuncia con un tema le cadencia latina que "del cielo caerán pétalos de rosa, del cielo caerán pétalos de arroz", las rosas que Safo amaba y que brillarán en Mérida hasta el domingo y en el teatro Romea de Barcelona del día 14 al 24.