Albert Sánchez Piñol lleva sus monstruos hasta la isla de Santa Helena de Napoleón
Literatura
Su nueva novela, ‘El monstre de Santa Helena’ (La Campana/Alfaguara) mezcla historia y fantasía
“¿Qué pasaría si reuniéramos en la misma habitación el Amor, la Cultura y el Poder?”. Esta primera frase de El monstre de Santa Helena (La Campana; en castellano en Alfaguara con traducción de Ivette Antoni Fernández, El monstruo de Santa Helena), la nueva novela de Albert Sánchez Piñol, plantea el esquema de entrada: Delphine Sabran, marquesa de Custine, convence al escritor François-René de Chateaubriand para que la acompañe a conocer a Napoleón Bonaparte, encarcelado en la isla de Santa Helena. Ellos son el amor, la cultura y el poder, sin embargo, ¿y el monstruo? Pues es Bigcripi, y cuando llega lo trastoca todo.
Porque “lo que importa no es lo que hace con nuestros cuerpos, sino con nuestra sociedad. El monstruo altera las relaciones existentes hasta entonces”, explica Sánchez Piñol. Y aclara que para él el tema de la novela es la contrarrevolución: “Un hecho disruptivo sirve de combustible para que las fuerzas más reactivas de la sociedad tomen el poder”. Y claro, la guerra puede ser un monstruo, o la pandemia, cuando sirven para recortar derechos. “Muchas irrupciones nos obligan a decidir, por ejemplo, si sacrificamos la libertad por la seguridad”, dice, e incluso se pregunta: “Ante el peligro, ¿le entregarías el poder a un genio del mal?”.
Un hecho disruptivo sirve de combustible para que las fuerzas más reactivas de la sociedad tomen el poder”
No es, en todo caso, una novela histórica: “No he cogido el personaje histórico, sino el arquetípico, el poder en su eclosión máxima, incontrolable, como una fuerza que tenemos que reducir, porque si la dejas suelta hará daño, y la tienes que cerrar en una mansión victoriana”. También insiste en que sus personajes no son un alter ego del autor, sino al revés, ellos se expresan a través de él: “Procuro anularme y dejar que ellos hablen”. Esto es así hasta el punto que “todos tienen razón, todos están locos”. No es autoficción, desde luego.
Y asegura que rehúye ofrecer soluciones: “No sé qué tiene que hacer la cultura, sé qué hace Chateaubriand en la novela”. “Es un largo debate y hemos atribuido a la cultura un papel que quizá no tendría que tener. La sociedad humana con la moral más elevada que he conocido nunca eran los pigmeos de Congo, y no habían leído nunca ningún libro”, concluye.