Toda nuestra vida depende del Sol. Sin embargo, no podemos mirarlo directamente ni tampoco acercarnos demasiado sin correr la suerte de Ícaro, el joven griego que se precipitó en el mar junto a su sueño de volar, cuando al aproximarse al astro rey el calor derritió sus alas. Venerado y temido, la humanidad ha mantenido relaciones cambiantes a lo largo de los años con la estrella, pero es solo ahora cuando gracias a las recientes imágenes de la NASA, podemos contemplar a un palmo de nuestros ojos su superficie, mucho más tumultuosa e inquietante de lo que pudiera parecer a primera vista. Sus muchas caras y estados de ánimo, a veces placenteros y otros violentos. Tan pronto aparece como una burbujeante esfera naranja, como pasa al amarillo, al verde, al malva, o al rojo intenso... como si en cualquier momento pudiera desatarse una nueva tormenta solar. Lo vemos –y lo escuchamos– en la gran pantalla de la instalación inmersiva situada al final de El Sol. Viviendo con nuestra estrella (hasta el 16 octubre), fascinante exposición en CosmoCaixa que pone sobre la mesa una gran paradoja: pese a la gran influencia que ejerce en nuestras vidas, continúa siendo un enigma, un gran desconocido.
El Sol. Viviendo con nuestra estrella ha sido producida en colaboración con el Sciencie Museum of London, donde se presentó por primera vez en 2018, y cuya subdirectora, Julia Knights, subrayaba ayer vía streaming la oportunidad de la muestra “en un momento en el que la mayor amenaza a la que nos enfrentamos como civilización es el cambio climático y el sol jugará un papel importantísimo”. Entre el centenar de objetos reunidos, hay uno no especialmente hermoso ni llamativo, pero que contiene una historia iluminadora. Se trata de uno de los paneles solares que el presidente Jimmy Carter hizo instalar en el tejado de la Casa Blanca. En 1979, durante la segunda crisis del petróleo, Carter declaró su fe en el poder del Sol: “La energía solar no contaminará nuestro aire ni nuestra agua. No nos quedaremos sin. Nadie puede embargar el Sol ni interrumpir el suministro que de él nos llega”. Dos años después Ronald Reagan mandó que los retiraran. “En su discurso, Carter dijo que confiaba en que los nuevos paneles solares de la Casa Blanca no se convirtieran en piezas de museo, pero aquí están”, constata Harry Cliff, comisario de la exposición y físico de la Universidad de Cambridge.
Entre el centenar de piezas figura un panel solar que Jimmy Carter instaló en la Casa Blanca. Reagan lo quitó
“El Sol siempre ha sido un elemento crucial en nuestras vidas desde los primeros tiempos de la civilización, pero conforme ha avanzado la historia, nos hemos ido distanciando”, señala Cliff, que sitúa el momento de la desconexión “justo cuando ya no lo necesitamos para saber la hora y lo fiamos todo a las máquinas”. La exposición muestra cómo nuestros antepasados estaban obsesionados con los movimientos del Sol, haciéndolo protagonista de máscaras mortuorias o representándolo como en la mitología nórdica como un objeto que atravesaba el cielo en un carro. La humanidad trató de suplantar el sol creando relojes de sol e infinidad de instrumentos que les ayudaban a calcular la hora, como un astrolabio islámico de 1650 que se usaba para saber el horario de la oración y localizar la dirección de La Meca. Una de las piezas más llamativas, realizadas expresamente para la exposición de Barcelona, es una maqueta interactiva de Stonegenge en la que se puede apreciar que los megalitos más singulares se alinean indicando los puntos de salida y puesta del sol en el horizonte durante los solsticios y los equinoccios.
“El papel que ha jugado y la manera cómo percibimos el Sol ha ido cambiando drásticamente. En el siglo XIX estaba mal visto estar bronceado porque eso delataba tu condición social, eras pobre y trabajabas en el campo, sin embargo en el siglo XVIII muchos médicos intentaron usar la luz solar para combatir enfermedades”, continúa Cliff. Los niños que padecían tuberculosis quirúrgica eran trasladados al sol en tétricos carros y el magnate de los cereales John Harvey Kellogg creó un baño de luz de bombillas incandescentes que supuestamente curaba enfermedades como la escarlatina, la diabetes, la gastritis crónica e incluso el estreñimiento. La muestra también incorpora una cama para tratar insolaciones durante la peregrinación a la Meca. Porque tras el descubrimiento de los placeres del sol, la moda del bronceado y las vacaciones de playa, vendrá todo lo contrario: los peligros de una excesiva exposición, el riesgo de melanomas, las gafas protectoras, las cremas solares, las campañas de concienciación...
“Entender el Sol no es solo una curiosidad científica. Dependemos de él”, señala el comisario Harry Cliff
Pero más allá de las discusiones sobre su influencia en la salud, numerosos ingenieros han explorado su capacidad para generar energía, utilizándolo como sustituto del carbón, accionar máquinas (la primera planta de energía solar fue diseñada en Egipto en 1913 por el ingeniero Frank Shuman), generar electricidad o incluso lanzar un satélite... “Pero entender el Sol no es solo una curiosidad científica”, concluye Cliff. “Dependemos de él. Y es importante comprender cómo se comportan por ejemplo las tormentas electromagnéticas para poder mitigarlas”. En una tablilla babilónica presente en la muestra puede leerse: “Si sale el Sol y hay una mancha blanca, pasaremos hambruna”.