Relecturas: Roland Barthes

Relecturas: Roland Barthes

A Roland Barthes, que detestaba el puritanismo de la crítica académica, le gustaba escribir sobre los deseos y los placeres que provocan los textos. En el prefacio de Sade, Fourier, Loyola (1971), se refiere, por ejemplo, al placer que podemos obtener cuando, gracias a la lectura, un texto de otro logra escribir fragmentos de nuestra propia cotidianidad. El gusto de Barthes se inclinaba hacia este singular tipo de filia, que describe como si fuesa la entrada a una relación de convivencia con el autor que lo ha causado. “La medida del placer del texto —afirma— es que podamos vivir con Fourier, vivir con Sade” o, incluso, con Ignacio de Loyola. Con esto, como aclara luego, no quería decir que uno tenga que hacerse sádico con Sade, falansterista con Fourier o que deba librarse a la meditación siguiendo los ejercicios espirituales del fundador de los jesuitas. La relación del lector con el autor a través del texto que dibuja es mucho menos implicada. Bastaría con hablar, en ciertos momentos, con el discurso de Sade o de Fourier o con planificar voluptuosamente un retiro temporal de la vida activa con San Ignacio. Se trataría, en definitiva, de convertir nuestra vida en un teatro donde, cuando nos place, decimos, como si no actuásemos, textos ajenos.

La conexión que Barthes establece entre este placer de la lectura y la teatralidad hace pensar en lo que él mismo recuerda a propósito del marqués de Sade: que su pasión principal no fue la erótica, sino el teatro. A Barthes le pasa algo parecido como lector. Pero también como escritor. El placer que busca en la escritura es, de hecho, el mismo que encuentra en la lectura y, por eso, sus obras también se convierten en un escenario donde se enuncia el discurso de otros, el de los autores con quienes ha convivido como lector. Como Fragmentos de un discurso amoroso (1977), donde, salvo en la justificación y el prólogo, el discurso del amante que habla disemina los fragmentos de las lecturas habituales del autor, como el Werther de Goethe o lo El banquete de Platón.

Cuatro décadas después, ‘Fragmentos de un discurso amoroso’ sigue siendo un libro deliciosamente patético

Cuatro décadas después, Fragmentos de un discurso amoroso sigue siendo, en parte por su método dramático , un libro deliciosamente patético. Pero la justificación que lo encabeza ha envejecido mal. Barthes describe el discurso amoroso como un discurso que quizás hablan muchísimas personas, pero que se halla en una soledad extrema porque vive alejado tanto de los lenguajes que lo rodean como del poder y sus mecanismos. Ahora, gracias al gusto por el uso teatralizado de las emociones fomentado por las redes sociales y la nueva política, esta afirmación resultaría insostenible. Para comprobarlo solo hay que leer los capítulos “¡Esto no puede seguir así!” o “Hacer una escena”, que explican mucho mejor que El príncipe de Maquiavelo las vicisitudes de la paciencia de los ciudadanos con los líderes que los sedujeron y las reglas del juego de las disputas entre socios de gobierno o de coalición.

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