El Museo Thyssen revisa la última pasión de su fundador: el arte estadounidense
CULTURA
‘Arte americano en la colección Thyssen’ reúne un centenar y medio de cuadros del centro y de la familia del barón
Muere Richard Rogers, autor de la T4 del aeropuerto Madrid y del Centro Pompidou
Fue la última gran pasión del barón Thyssen como coleccionista. Y logró construir la colección de arte estadounidense más importante de Europa. Tanto, que cuando el Louvre montó hace unos años una muestra sobre la pintura americana del XIX junto a dos museos estadounidenses llamó a las conferencias al director del Thyssen-Bornemisza de Madrid, Guillermo Solana.
La muestra da todo un giro a la colección del museo: no se expone de forma cronológica sino temática
Y ahora es el propio Thyssen el que mira de nuevo a sus fondos enriqueciéndolos y dando una sonada vuelta de tuerca a su colección: Arte americano en la colección Thyssen reúne hasta el próximo 26 de junio un centenar y medio de obras –un tercio proceden de las colecciones de Carmen Cervera y de la familia Thyssen y el resto del propio museo– que no se muestran cronológicamente ni siguiendo movimientos pictóricos sino de forma temática y transversal, de acuerdo con las corrientes museísticas actuales. “La colección llevaba 25 años muy estática y a lo mejor ha llegado el momento de revolverla un poco”, señala Paloma Alarcó, jefa del área de Pintura moderna del centro y comisaria de la muestra junto a Alba Campo.
La naturaleza y los vastos horizontes del nuevo mundo americano, su cruce de múltiples culturas, el crecimiento imparable de sus urbes y la importancia de lo material en su cultura son los cuatro grandes apartados de un recorrido que abre con los muy diferentes paisajes de Thomas Cole –el padre de la escuela paisajista americana– y Georgia O’Keeffe, separados por más de un siglo, y que cierra con otra sala en la que se unen bodegones del XIX como los de Paul Lacroix –en el que junto a uvas y manzanas se halla una americanísima mazorca de maíz– con el arte pop de Tom Wesselman, James Rosenquist y Roy Lichtenstein y su feliz consumidora en una bañera de burbujas.
Solana recordó que el barón Thyssen, de cuyo nacimiento se cumple un siglo este 2021, comenzó muy pronto a comprar arte americano, pero fue sobre todo en los años setenta cuando sus intereses como empresario le llevaron a EE.UU. cuando se dedicó masivamente a comprar arte del país, de lo más contemporáneo a lo más antiguo.
Así, en la muestra hay cuadros existencialistas de Edward Hopper y está el expresionismo abstracto de Jackson Pollock o Willem de Kooning, pero también hay grandes paisajes del XIX de las costas de Labrador.
Y pinturas que retratan a todos los tipos humanos que se cruzan en el continente, desde el mundo wasp que controlaba el país –en el fabuloso cuadro de Peale Retrato de Isabella y John Stewart dos rubios niños hijos de un rico colono de Maryland evocan a Adán y Eva– a los grabados de poblaciones indias realizados por Karl Bodmer o los collages de comunidades afroamericanas de Romare Bearden.
Y están las fabulosas arquitecturas de las urbes estadounidenses –incluido un prodigioso cuadro hiperrealista de Richard Estes, Cabinas telefónicas , de 1967, en el que la vorágine de la ciudad se refleja en el pulido metal de cuatro ordenadas cabinas, y también la implacable soledad urbana en los cuadros de Hopper.
Quizá el espacio más impactante es la primera sala, dedicada a la naturaleza, en la que se cruzan siglos de paisajes presididos por numerosas cruces, antiguas y abstractas. La mitificación de la Naturaleza, señalan, fue esencial en la creación de EE.UU. y reafirmó el espíritu nacional. Muchos artistas tomaron conciencia de la grandeza de esa tierra y la simbolizaron a través de lo sublime, en paisajes sometidos a fuerzas que nos abruman. Y esa tradición de la naturaleza sublime continuó, afirman, en la pintura americana del siglo XX a través de la abstracción, incluido su vacío, que logra emociones similares a las que ocasiona la inmensidad de los espacios naturales del país. Como prueba, han creado casi una capilla presidida por un cuadro de Rothko, un cuadrado verde sobre otro morado en el que, también, se pierde la mirada en el horizonte.