Solo la literatura ha sabido hallar la manera de denominar a los padres que pasamos por el doloroso trance de perder un hijo. Topé con el neologismo en la última novela de Pablo Martín Sánchez, Diario de un viejo cabezota (Reus, 2066) (El Acantilado, 2019). En esta extraordinaria ucronía el autor reusense especula que el DRAE del 2066 ya recoge el término huérfilo-a. Huérfilos son los protagonistas principales de Apeirógono , una novela singular de Colum McCann que Seix Barral publica en traducción castellana de Rubén Martín Giráldez. Dos de los protagonistas son dos vecinos huérfilos de dos mundos tan cercanos como antagónicos. Rami Elhanan y Bassam Aramin son dos personajes reales que siempre han vivido relativamente cerca, pero como uno es israelita y el otro palestino fueron programados para ser enemigos. Una sola cosa les une. Ambos quedaron huérfilos. Rami perdió a su hija de catorce años, Smadar. Bassam, la suya de diez, Abir. En ambos casos, de muerte violenta provocada por el enemigo, asociada a una culpa tan maloliente que se la podrían haber tirado por la cabeza el uno al otro, como dos bombas fétidas rellenas con la mierda más letal de cada bando. En cambio, los dos huérfilos semitas se hicieron amigos y el irlandés (alerta) McCann, enterado de su existencia, decidió ponerse en contacte con ellos y, a partir de su historia, escribió un verdadero monumento literario que inyecta esperanza en mil y un textículos de longitud variable.
Rami Elhanan y Bassam Aramin solo tienen una cosa en común: ambos son huérfilos
Apeirógono es el cultismo griego que, según la geometría euclidiana, designa a un polígono de lados infinitos. McCann elige esta secuencia de segmentos y ángulos para aproximarse a un conflicto tan complejo como el que enfrenta a israelitas y palestinos. Lo hace con armas de narrador, desplegando 1001 textos numerados que hibridan las historias personales de los dos huérfilos y sus respectivas huérfilas con informaciones muy bien combinadas, como una miscelánea que conforma una novela de no ficción que nos hace subir a la cumbre del dolor para pasearnos por ahí como si fuera un altiplano y, acto seguido, descender en una cuenta atrás que nos deja en paz con la especie humana. McCann es capaz de combinar los episodios más terribles del conflicto con datos históricos sobre las sepulturas de textos denominadas genizah o recoger el ruido digital de los anagramas que se formaban con los siete paraguas rotulados C, F, K, O, U, U, Y de siete jóvenes activistas canadienses en Ramalah mientras protestaban por el envenenamiento de los pozos ante los cañones de agua fétida del ejército israelita. En Apeirógono todo es posible: una bomba estalla en la calle de Ben Hilel y la onda expansiva nos lleva a Hilel el viejo, creador, un siglo antes de Cristo, de la ética de la reciprocidad, que se puede resumir en una frase que todos deberíamos tatuarnos en el cerebro: “Lo que no quieras para ti, no lo quieras para nadie”.