Noucentista de izquierdas

Noucentista de izquierdas

En su despacho, Xavier Folch tenía enmarcada una fotografía en blanco y negro. Él no salía, pero aparecen los rostros del mundo derrotado al que se ahijó: el del exilio interior de una cultura liberal y catalanista que debería haber madurado en torno a la Universitat Autònoma de la República. Alumno predilecto de Pere Ribera, el director del Liceo Francés lo enroló en aquella honorable tradición silenciada y así desde mediados de los cincuenta pudo escuchar a Joan Vinyoli o Salvador Espriu cuando aún estudiaba bachillerato. Amaría la lengua y la poesía, respetaría a los maestros y cuidaría a los amigos, tendría siempre pasión por la política, adoraba a sus hijos. Era como el heredero de un le­gado interrumpido que quiso actualizar: el noucentisme de izquierdas.

A la par que empezó a estudiar Económicas, iniciaba la militancia antifranquista. Salía caminando de la facultad con el profesor Manuel Sacristán y un día se cruzaron con Josep Maria Castellet. “Te presento a mi mejor amigo”, le dijo Sacristán. Como Semprún y Pradera, Castellet era de las personas que Folch más ha añorado. Militante del PSUC –primero del comité de estudiantes, después del de intelectuales– él y su esposa, Dolors, fueron detenidos en 1963. No olvidó el puñetazo que le dio el comisario Creix cuando le dijo que defendía la reconciliación nacional. Aún sería detenido otras dos veces.

Una sanción política acabó con una carrera académica incipiente y empezó a trabajar en otro reducto del exilio interior: la editorial Ariel. Allí, como coordinador de la colección Ariel Quincenal, recibía los informes de lectura del depurado Sacristán o de Josep Fontana, conoció a Gonzalo Pontón y con Pontón pondrían en marcha una de las empresas fundamentales de las ciencias sociales de la democracia: Crítica.

A la vez que asumía responsabilidades de partido o en la Assemblea de Catalunya (el teléfono siempre hervía), entendía la edición como otra forma de combate y el combate cultural tenía que ser también el de la exigencia. Lo evidencian títulos clave de su catálogo, como las memorias de Tàpies o la poesía completa de Vinyoli o Brossa.

Después de haber sido diputado durante la primera legislatura, fundó Empúries. Es allí donde moderniza su tradición, conecta con generaciones sucesivas de escritores catalanes y apostará sobre todo por la calidad dentro del proyecto nacional de la normalización. Publicar desde la biografía de Comorera o la gramática de Solà hasta las homilías de Modest Prats. Esa es la galaxia Folch. Un mundo de lealtades y relaciones personales. Un día en el despacho lo fue a ver uno de los autores difíciles por los que más apostó: Miquel Bauçà. Folch le dijo que había muerto Joan Sales. Bauçà, conmovido, no contuvo el llanto. Cuando Xavier lo recordaba se le humedecían los ojos. Ayer las lágrimas eran nuestras.

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