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Hermann Broch y la asombrosa resiliencia del ‘kitsch’

Baúl de bulos

Ni él mismo supo definir con precisión en qué consiste, aunque si tenía claro que era un problema, un fenómeno reprobable al que huir como de la peste

Hermann Broch y la asombrosa resiliencia del ‘kitsch’

Martin Tognola

El desmembramiento del Imperio austrohúngaro que se produjo en 1919 tras emerger vencido de la I Guerra Mundial, dejó a Mitteleuropa convertida en un caleidoscopio de pequeñas naciones empobrecidas, entre ellas la Primera República de Austria. Mas pese a la derrota sufrida y compartida en todo el ámbito pangermano, aún hoy asombra el esplendor de su cosmopolita cultura, que es precisamente lo que Hitler quiso destruir.

Además de artistas, compositores y músicos de primerísimo nivel, abundaban por aquellos años de entre guerras brillantes literatos y pensadores germanohablantes cuyas obras siguen contando hoy con lectores, como es el caso de Joseph Roth, Ludwig Wittgenstein, Hanna Arendt, Robert Musil o Elías Canetti. Menos suerte ha tenido Hermann Broch (Viena, 1886- New Haven, Estados Unidos, 1951), aunque últimamente su obra parece experimentar un merecido aunque aún tenue resurgimiento.

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Broch no es autor fácil, como puede testificar cualquiera que se haya atrevido con su La muerte de Virgilio, una densa novela en forma de largo y bello poema en prosa, que diría Baudelaire. Pero además de novela, escribió una importante obra ensayística revindicada en su día por Hanna Arendt, siendo el kitsch uno de sus temas predilectos. Aun así, ni el propio Broch supo definir con precisión en que consiste el kitsch, al menos no de manera concisa, aunque si tenía claro que era un problema, un fenómeno reprobable al que huir como de la peste.

En una conferencia titulada “Algunas consideraciones acerca del problema del kitsch”, pronunciada en Yale, en 1951, poco antes de su muerte, advertía a los estudiantes de que no les iba a ofrecer definiciones tajantes, que eso requeriría de una obra voluminosa que él no pensaba escribir. Aunque lo cierto es que ya había ofrecido muchas pero dispersas, en páginas de sus ensayos en las que intentaba captar la dimensión verdadera del kitsch.

Otra de las consideraciones que decía que hay que tener en cuenta versaba sobre una determinada actitud en la vida, “pues el kitsch no podría existir ni persistir si no hubiera el individuo kitsch, que ama el kitsch, está dispuesto a crearlo como productor artístico y a comprarlo, e incluso a pagarlo bien, como consumidor de arte […]; y si el kitsch es un fraude, el reproche recae sobre la persona que necesita de semejante espejo para reconocerse a sí mismo en él y confesar sus mentiras con una fruición hasta cierto punto sincera.”

Afirma Broch que el 'kitsch' resurge cada vez que se produce en la sociedad un vacío de valores

Bien, ¿pero qué demonios es el kitsch? Afirma Broch que el kitsch moderno tuvo su origen en el romanticismo y que resurge cada vez que se produce en la sociedad un vacío de valores, tal como pasó en Alemania durante el reinado de Guillermo II (1888-1918), la República de Weimar y la ascensión al poder de Hitler; y tal como estamos viendo ahora. Broch asegura que no fue fruto del azar el que la palabra kitsch naciera en Munich, la capital bávara tan poseída por su regionalismo, el folklore y cuna del nazismo.

Sostiene Broch que el kitsch no es arte malo, pues constituye un sistema propio incrustado en el sistema general del arte como un cuerpo extraño, y que todo sistema de valores puede resultar lesionado si se ataca su autonomía desde fuera. Ahora bien, el enemigo interior es el que más hay que temer. “Todo sistema es capaz de elaborar, dentro de la dialéctica, su antisistema y el peligro es tanto mayor cuanto que, a primera vista, sistema y antisistema resultan idénticos y no se aprecia que éste es abierto y aquél cerrado.”

También señala que un detalle característico y esencial del kitsch es confundir la categoría ética con la estética, porque “el kitsch persigue un trabajo ‘bello’, no ‘bueno’, y, por consiguiente, fija su interés en el efecto estético”. Y concluye que “toda época de ruina de valores fue, al mismo tiempo, una época de kitsch.”

Basta un somero repaso al mundo que nos rodea para darnos cuenta de que nos hallamos inmersos hasta las cejas en una nueva época kitsch. Pero por mucho que el Diccionario panhispánico de dudas defina esta voz alemana como ‘estética caracterizada por la mezcla de objetos heterogéneos pasados de moda y que se consideran de mal gusto’, el que mejor acierta es, finalmente, el propio Broch, pues parafraseando a san Agustín de Hipona, decía, a su prolija manera, que si nadie le preguntaba qué es el kitsch, lo sabía, pero si le preguntaban y quería explicarlo, ya no lo sabía. Como nos pasa a nosotros.