"El que no tiene dudas, el que está seguro de todo, es lo más parecido que hay a un imbécil". En esa reivindicación de la incertidumbre se asentó la poética de José Manuel Caballero Bonald, que ha fallecido a los 94 años dejando huérfana a la generación del 50 de las letras españolas.
Caballero fue sobre todo poeta, pero también uno de los novelistas más reconocidos de la posguerra española, profesor y puente entre la literatura española y la latinoamericana. Fue galardonado con el premio Cervantes del año 2012 gracias a obras como la novela Ágata ojo de gato, Oficio de lector o Examen de ingenios.
Sus primeras obras se inscribieron en el realismo propio de la etapa de posguerra, pero poco a poco fue abandonando ese realismo tan crudo para terminar cultivando un barroquismo que buscaba retratar con las técnicas narrativas de su tiempo una realidad ancestral. Con esa literatura se inscribió en la Generación de los 50 junto a Francisco Brines, Carlos Barral, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, Ángel González, José Agustín Goytisolo y Jaime Gil de Biedma.
Poeta, novelista, ensayista y flamencólogo, Caballero Bonald nació en Jerez de la Frontera (Cádiz) el 11 de noviembre de 1926. De padre cubano y madre de ascendencia aristocrática francesa, estudió Filosofía y Letras en Sevilla entre 1949 y 1952 y náutica y astronomía en Cádiz.
Publicó su primer poemario, Las adivinaciones, en 1952, tras haber obtenido con él un accésit del Premio Adonáis. Dos años antes había ganado el Platero de poesía.
Fue profesor de Literatura Española en la Universidad Nacional de Colombia y en el Centro de Estudios Hispánicos del Bryn Mawr College y también, director literario de la Editorial Júcar, subdirector de Papeles de Son Armadans y trabajó en el Seminario de Lexicografía de la Real Academia Española. Dirigió un sello discográfico y editó en 1966 un Archivo del cante flamenco, compuesto de una monografía y una serie de grabaciones in situ.
Su trayectoria como novelista comenzó con Dos días de setiembre (1962; premio Biblioteca Breve), a la que siguieron Ágata ojo de gato (1974; premio Barral, al que renuncia, y de la Crítica), Toda la noche oyeron pasar pájaros (1981), En la casa del padre (1988) y Campo de Agramante (1992), que han sido reeditadas repetidas veces y traducidas a diferentes idiomas.
Es también autor de los libros de memorias Tiempo de guerras perdidas (1995) y La costumbre de vivir (2001) que se subdivide en una tercera parte, Olvidos aplazados en una edición conjunta titulada La novela de la memoria (2010).
Su obra poética completa está recogida en el volumen Somos el tiempo que nos queda. Publicó además diversos libros de ensayos y crónicas de viaje y realizó diferentes adaptaciones de obras de teatro clásico castellano, entre ellas Abre el ojo, de Rojas Zorrilla, Don Gil de las calzas verdes, de Tirso de Molina, y Fuenteovejuna, de Lope de Vega, estrenadas respectivamente en Madrid en 1978, 1994 y 1998.
Presidió la sesión española del PEN Club Internacional, cargo del que dimitió en 1981, y en 1998 creó la Fundación que lleva su nombre. En su honor, se instituyó en 2004 el Premio Internacional de Ensayo Caballero Bonald.
Insumiso, crítico con el poder, maestro en el uso del idioma, socarrón, José Manuel Caballero Bonald superó los 90 con vigor para seguir escribiendo "porque es muy buena terapia para no desfallecer. O para no quedarte todo el tiempo mirando las musarañas", afirmó en una entrevista concedida en 2016 a La Vanguardia.
El poeta de la generación de los niños de la guerra, que siempre consideró la poesía "una defensa contra las ofensas de la vida" y que levantó su voz contra la injusticia o el abuso de poder, decía entonces sentirse "muy defraudado con todo lo que está ocurriendo" en España.
"El PP sigue atascado en su desván ideológico y el último espectáculo del PSOE es deprimente. Los barones y baronesas que pululan por ahí me hacen temer lo peor. Todo está, además, como desencajado. Las sucias maniobras contra la izquierda son una prueba más de que la derecha detesta, no soporta la convivencia civilizada", argumentaba entonces el poeta.