Uno de los tópicos que sobrevuelan los libros de cuentos es el vínculo entre las diversas piezas. En ocasiones entra con naturalidad y en otras con calzador, ya sea porque el autor lo fuerza o porque el reseñista se inventa un vínculo para que cuadre con su lectura de la obra. Un nexo de unión puede ser una rémora, un machete que abra camino o una constricción oulipiana, como en el caso extremo de Xocolata desfeta (exercicis d’espill) de Joan-Lluís Lluís (La Magrana, 2010), que reescribe la misma historia de 123 modos diferentes. El libro que menos me convence de mi amado monstruo Javier Tomeo es Problemas oculares (Anagrama, 1990), en el que todos los protagonistas de los cuentos padecen miopía. En cambio, entre las lecturas de estos últimos meses pandémicos, hay una que me retorna por la naturalidad con la que parte de un vínculo para crear una obra literaria original. Es La plaga blanca d’Ada Klein Fortuny (L’Altra, 2020). AKF es el pseudónimo de una médico especializada en enfermedades infecciosas que, a diferencia de Oriol Mitjà, no quiere mezclar las cosas ni sacar a pasear el ego más de la cuenta. La operación es literaria. Resigue un vínculo concreto que comparten Anton Chejov, Franz Kafka, Katherine Mansfield, Joan Salvat-Papasseit, Paul Éluard y George Orwell. Esta constelación estelar, digna de una superliga editorial, viene relacionada por la enfermedad respiratoria que, hace un siglo, teñía el mundo de melancolía. La autora se dio cuenta de que algunos de los escritores que más le interesaban habían sido afectados por la tuberculosis. Eso activó la avidez investigadora de una lectora que, de repente, buscaba un objetivo concreto. La gracia principal de la obra es que los hallazgos suscitan conexiones estéticas interesantes que van más allá de la historia de la literatura y están muy bien escritas.
La tuberculosis, en realidad, es un pretexto para hablar de cómo afrontan la vida y la muerte estos seis artistas
Klein tiene la virtud de construir un relato novelesco que nos acerca a seis personajes de carne y hueso que, además, responden a seis grandes nombres de la literatura del siglo XX. Y lo hace desde el respeto descarado, que es el más verdadero. La plaga blanca no es un libro con espíritu notarial ni pretende ser una retahíla de minibiografías. La autora no se priva de interpretar las actitudes de sus investigados con el atrevimiento del novelista a partir de los datos que recoge y de sus percepciones lectoras. En el libro aparecen poemas, y en el caso de Salvat-Papasseit incluso forman parte del núcleo de estudio, pero la mayoría de las fuentes son cartas y otros paratextos. La tuberculosis, en realidad, es un pretexto para hablar de cómo afrontan la vida y la muerte estos seis artistas, de los cuales solo uno (Eluard) pasó de la edad que Gabriel Ferrater consideraba el límite máximo tolerable para acumular juventud. Orwell murió a los 47 años, encabezando una luctuosa cuenta atrás que completan Chejov (44), Kafka (41), Mansfield (35) y Salvat (30).