El arte marroquí salta la valla
desconocida Cultura vecina
El Reina Sofía descubre 70 años de rica producción creativa en el país magrebí
Chaïbia Talal (1929-2004) fue obligada a casarse a los 13 años. A los 14 tuvo un hijo, y a los 15 quedó viuda. Analfabeta y sin recursos, tuvo que dejarse las rodillas limpiando casas de la burguesía de Casablanca, donde por fuerza se había trasladado desde la aldea de Chtouka con motivo de su pactado matrimonio. Hoy, la autodidacta pintora que fue Talal está reconocida como una de las artistas más importantes de Marruecos. “No es una pintora naif como se ha dicho; es refinadísima. Lo que ocurre es que no pasó por la academia de Bellas Artes y se formó a sí misma”, subraya el director del Museo Reina Sofia, Manuel Borja-Villel, comisario de la exposición Trilogía marroquí 1950-2020: una amplísima retrospectiva coral con la que los creadores del país vecino saltan por fin la valla de nuestro clamoroso desconocimiento sobre lo mucho y variado que vienen haciendo desde antes de la independencia del país.
Con 250 piezas de más de medio centenar de autores, la muestra encierra unas cuantas historias, como la de Chaïbia Talal, casi siempre marcadas por fuertes contrastes y barreras derribadas. O por la simultánea presencia en territorios fronterizos pero diversos; en ámbitos a veces tan cercanos y dispares como África y Europa. O como la pobreza y el cosmopolitismo en el que se movió el gran escritor Mohamed Choukri (1935-2003), otro autodidacta que no aprendió a leer y escribir hasta los veinte pero a quien se debe la cruda e impactante novela autobiográfica Pan a secas ( Cabaret Voltaire), traducida a 48 lenguas.
“ Choukri es conocido por todos los marroquíes. Saben lo que escribió incluso sin haberlo leído. Lo aman en su rebeldía, en su fogosidad, en su vagabundeo sexual, en su sublime depravación. No reniegan de él a pesar de que su libro los retrata desnudos y horrendos”, explica el también escritor Abdellah Taïa. El otro comisario de la exposición, Abdellah Karroum, director del Museo Árabe de Árte Moderno en Doha, relata cómo Chukri se codeaba en Tanger con Jean Genet, Paul Bowles, Brion Gysin y otros miembros de la generación beat durante los años sesenta, “la época en la que los Rolling Stones conocieron allí a los músicos de Jajouka”, de gran influencia en algunas bandas occidentales de la época.
La artista más autodidacta
Chaïbia Talal se casó a la fuerza a los 13. A los 14 tuvo un hijo y a los 15 enviudó, analfabeta. Autodidacta, es considerada una de las grandes artistas del país
De ese mismo decenio data la actividad más efervescente de Mohamed Melehi (1936-2020), fallecido en noviembre pasado de Covid en París. Melehi es el paradigma de la tensión entre lo exterior y lo local que, de manera en parte inevitable por la situación y la historia del país, late en el alma de los artistas marroquíes. Hay en él y en otros como Mohamed Chabâa –señala Borja-Villel– una voluntad modernizadora y de adopción de formas abstractas e internacionales que al mismo tiempo contienen elementes de ornamentación vinculados a una determinada visión del mundo árabe”.
Melehi y Chabáa, con apoyo del también pintor Farid Belkahia, fueron quienes convirtieron la escuela de Bellas Artes de Casablanca “en el mito que es hoy”, indica el segundo comisario, Abdellah Karroum. Y no es casual que, aunque a Melehi y Belkahia se le considere inicialmente promotores de una corriente nacionalista opuesta a otra más proclive a las influencias externas, el primero pasara años estudiando y viajando por España y América mientras el segundo visitaba con frecuencia Praga y Chabâa culminaba su formación en Roma.
“Ellos nos miraban en nuestras ciudades pero nos veían desde una perspectiva que nosotros no reconocemos”; desde ese lugar en el que algunos intentaban absorber formas ajenas pero tomando conciencia de estar utilizando un lenguaje “prestado” e intentando expresarse con el suyo propio.
El escritor más auténtico
Choukri vivió entre pobres al tiempo que se codeó con la generación ‘beat’. Su obra cumbre está traducida a 48 lenguas
Esos debates y dilemas de frontera son parte esencial del arte de un país situado en lo que Borja-Villel denomina “umbrales”: los propios de una nación que hace de puerta entre Europa y África sin ser considerada del todo africana y para nada europea; un país árabe pero que no llegó a formar parte del Imperio Otomano y por ello quedó al margen de las conexiones panarábicas; un Estado que formó parte de Francia y de España y cuya sociedad tiene distintas lenguas maternas –árabe, bereber y francés, básicamente– a veces a un tiempo. Es “un modo de estar en todas partes”, aunque a veces en ninguna de un modo plenamente reconocido, que “hoy día adquiere una importancia especial”.
El título de la muestra, Trilogía marroquí , se debe a la división de la panorámica en tres momentos históricos bien diferenciados: la transición a la independencia (1950 a 1969), los Años de plomo (1970-1999) y la actualidad (2000-2020).
La primera etapa se corresponde con un tiempo de gran agitación en Marruecos durante el que, dentro del mundo artístico, el nacionalismo se tradujo en la exigencia de construir un discurso identitario al tiempo que se cuestionaba el academicismo artístico tradicional. Mientras la Escuela de Bellas Artes de Casablanca se modernizaba, Tánger se convertía en núcleo cosmopolita sin que la Escuela de Tetuán hubiera perdido su sello como centro formativo de la primera generación de pintores del país.
El nacionalista con mundo
Mohamed Melehi encarna la tensión de los artistas marroquíes entre lo moderno y universal, y aquello que les es más propio
En 1965, y como respuesta a la represión de la revuelta estudiantil de aquel año, nació la revista Souffles , dirigida por el poeta Abdellatif Laâbi y que tendría una importancia capital en los debates intelectuales y artísticos del momento... Hasta su cierre en 1972, en plena etapa dura del reinado de Hassan II: un periodo de unos tres decenios marcado por los conflictos internos, la arabización gradual de la vida cultural, la anexión del Sáhara occidental y el incremento del control estatal. Arte, literatura, teatro, cine y música experimentaron no obstante un desarrollo extraordinario del que la muestra da buena cuenta.
La etapa final se dedica a los artistas de la Generación 00 (2000 a 2020). Entre sus exponentes sobresale Mounir Fatmi con su obra Al Jazeera (2007), un cable de antena sobre madera y que por tanto pierde su finalidad: una manera de cuestionar la información que transmiten las imágenes difundidas por los grandes medios. En la misma línea de fuerte compromiso político y social, el itinerario termina con la proyección de la película Bab Sebta ( Puerta de Ceuta , 2019), de Randa Maroufi: un filme producido en un garaje que la artista convirtió en estudio para captar “los movimientos coreográficos de las personas que cruzan la frontera de Ceuta” y para plantear “preguntas sobre las escenas que hay detrás”. Un asunto peliagudo formulado desde un arte crítico que nos interpela también a nosotros: a los vecinos de este lado de la valla y, por una vez, desde este mismo lado de la valla.
La exposición podrá verse, en la tercera planta del edificio Sabatini del Museo, hasta el próximo 27 de septiembre.