El fenómeno fan tenía en vida de Beethoven sus propios canales de comunicación. En los años en que gesta su 7.ª Sinfonía, una niña de ocho años le escribe para decirle que su música la hace “muy feliz” y le envía una billetera que ha hecho a mano con la ayuda de su institutriz. “Escríbeme con total confianza –le responde él–, iría antes a tu casa con los tuyos que a la de muchos ricos donde se adivina la pobreza de espíritu”. Son años en que irrumpe Goethe y el maestro alemán compone la música incidental para Egmont . Pero también escribe cartas apasionadas a una misteriosa dama a la que no envía las misivas: “Mi ángel, mi todo, mi yo... amada inmortal (...) ámame hoy, ayer, tú, tú, mi vida, mi todo, adiós”.
Cuando en 1813 se estrena la 7.ª han transcurrido cinco años desde la última, pero el genio se ha dedicado a otras obras capitales, como el Trío Archiduque o el Concierto para piano Emperador. Hitos cuyo triunfalismo contrasta con el tiempo que le toca vivir, la invasión napoleónica sobre Austria y el asedio de Viena, donde habita un pequeño cuarto en casa de su hermano.
“Es una sensación brutal la de escuchar el 2.º movimiento de la 7.ª pensando en los ‘Desastres de la guerra’”, dice Conde
“La música es para él una forma de evadirse de las dificultades, una vía por la que manifiesta su esperanza y que, como artista romántico que es, le da sentido a la vida”, afirma Mercedes Conde, directora artística adjunta del Palau de la Música Catalana. De ahí que al escuchar la 7.ª –la apoteosis de la danza, según la definió Wagner– sorprenda que “en medio de sufrimiento y la lucha por salir adelante, esto parezca una fiesta. Como si nada sucediera”.
Efectivamente, Beethoven aboca el yin y el yang. Está presente la danza y también la marcha fúnebre. Y aun siguiendo la estructura de la sinfonía clásica de cuatro movimientos, llama allegretto a lo que por su gravedad debería ser adagio. Esto es: el popular y muy cinematográfico 2.º movimiento. Sir John Eliot Gardiner cuenta el porqué de este detalle en su reciente documental por los 250 años de Beethoven. La cuestión está en el tono ritualista. “Es como una letanía de ritual cristiano, con su ritmo marcado, pausado y repetitivo –apunta Conde–, y aunque pueda chocar con el resto de la sinfonía (vivace, presto y allegro con brio), tiene al igual que el resto un carácter rítmico de danza. En el 1.º movimiento nos parece estar viendo una danza popular en un pueblo montañés que está de celebración. Las trompas nos transportan a las pinturas holandesas de los siglos XVII y XVIII, fiesta, taberna, perros por ahí y gente bebiendo”.
Pero hay quien ve en ese 2.º movimiento un homenaje a las tropas austriacas que lucharon contra las tropas napoleónicas en la batalla de Hanau, lo que apunta a ese binomio Ludwig van Beethoven-Francisco de Goya que la historia ha ido poniendo en claro. Ambos sordos, misántropos, inventores de un expresionismo con el que retrataron con música y pintura las guerras napoleónicas que les tocó vivir en uno y otro lado de Europa... “Si mientras escuchas ese 2.º movimiento de la 7.ª de Beethoven piensas en los Desastres de la guerra de Goya la sensación es brutal”, dice la directora artística del Palau.
Aunque de esta parte yin de la sinfonía quiere olvidarse rápidamente Beethoven, pues acto seguido dice basta de muerte y se entrega al desenfreno en busca de una danza orgiástica, casi mitológica. “Él mismo dijo haber aprovechado aquí los esbozos para una ópera sobre Baco que no llegó a escribir. El carácter dionisiaco es evidente. De hecho dejó escrito que se sentía Baco reencarnado para dar a la humanidad el vino que le permitiera olvidar las penas y la miseria que azotaba el mundo, al menos a quienes fueran capaces de descifrar los secretos de la música”, añade.
Al igual que Goya, que traza sus Disparates para olvidar los Desastres de la guerra , también Beethoven tiene una doble cara. El héroe prometeico, doliente y sacrificado con el que se le identifica se entrega a su vez a la fiesta dionisiaca.