El lunes, en Terrassa, Vicente Castro, conocido artísticamente como Parrita, falleció a causa de un derrame cerebral. Tenía 63 años y un pasado musical como guitarrista y cantante en el que confluían el flamenco, la rumba, la copla y la balada gitana. Como artista precoz cultivó el respeto y el afecto de gigantes como Camarón de la Isla y Paco de Lucía. Por convicción y por supervivencia, no se sometió a los dogmas que muchos puristas le exigían y practicó el tipo de fusión reservada a los que transforman cualquier canción, propia o ajena, en material intransferible (ejemplo: Que se metan en sus cosas ). Risueño, familiar, enorme, se sentía orgulloso de sus padres, sus hermanos, sus hijos y sus nietos. La versión de una canción de Cecilia ( Dama, dama ) le propulsó del barrio valenciano de Nazaret al éxito de un estilo lastrado por arreglos premeditadamente grandilocuentes. Un estilo que igual servía para animar el repertorio más lento de una noche discotequera como la banda sonora de una pista de autos de choque o el engolado intimismo de un confesionario radiofónico. Cuando, fuera del circuito oficial, Parrita regresaba a su flamenco primigenio, la admiración que provocaba creaba vínculos insobornables y reforzaba la devoción gitana por el cante de Marifé de Triana.
Parrita cultivó el respeto y el afecto de gigantes como Camarón de la Isla y Paco de Lucía
Descubrí a Parrita gracias a Santi, propietario del bar La Palma, en la calle de l’Espaseria. Flashback: 1984. Hacia las diez el bar está tranquilo y Santi prepara unos bocadillos extraordinarios, que más adelante consagrarán el concepto flauta . El bar, que tanto funciona por la mañana como reclamo para desayunos de barrio como imán noctámbulo, es la etapa obligatoria previa al Zeleste y acoge a una población flotante con vocación de naufragio. Aquí se ríe, se come y se bebe pero quien marca la liturgia es Santi, al que muchos apodan Obélix por razones antropomórficas Tiene dos tocadiscos y una colección de discos de un buen gusto ecléctico antes de que se pusiera de moda ser ecléctico. Una noche, bastante temprano, el bar está casi vacío. En una mesa hay una mujer sola, aparentemente triste, que recuerda las de los cuadros de Edward Hopper (que entonces empezaba a ponerse de moda y a ilustrar las portadas de casi todos los libros). Santi coge el disco de Parrita, me guiña el ojo y suena, tremenda, Mujer de noche . Es una balada con alma de bolero agitanado perfumado de cubata y una letra que hoy se interpretaría como machista. La aguja del tocata crepita sobre el vinilo hasta que suenan los violines, una guitarra, y la voz de Parrita: “Te sacias en las noches de placer y bienestar / para olvidar el fracaso que en su día te hizo mal”. El local es pequeño pero el estribillo se expande: “Eres mujer de noche / te gusta trasnochar / vivir de copa en copa / y darte a los demás”, y la voz consigue superar la cortina de humo de violines y sintetizadores. Acaba la canción y la mujer tipo Hopper le dice a Santi: “¿La puedes volver a poner, por favor?”