Amigorena: “Siempre pensé, y sigo pensando, que los políticos o lo hacen todo mal o no hacen nada”
Entrevista
El cineasta y escritor francés publica “El gueto interior”, historia biográfica sobre sus antepasados en Treblinka y el sentimiento de culpa
Francés de origen argentino, el escritor, director y productor de cine, ex marido de actrices como Juliette Binoche y Julie Gayet (pareja del ex presidente François Hollande), Santiago H. Amigorena rememora la historia de su abuelo, Vicente Rosenberg, un judío que abandonó Polonia en los años veinte dejando atrás a padres y hermanos para empezar una nueva vida en Buenos Aires.
El gueto interior (Random House/ en catalán Edicions 62) es una historia de culpa. ¿Su pecado? Callar para protegerse. Vicente se casa, tiene hijos, regenta una tienda de muebles… Ha descuidado el contacto con la familia y deja de responder a las cartas que su madre le escribe. Sólo lo hará después, cuando recibe las tres que ella le envía desde un gueto de Varsovia donde le relata el hambre, el frío, el miedo. Un día las misivas dejan de llegar… Una revelación literaria en Francia. En pocas ocasiones una misma obra ha estado en la lista de los tres grandes premios franceses: finalista del Goncourt y del Médicis, y nominada al Renaudot.
¿Qué sentimiento de culpa arrastran aquellos que no vivieron el horror de los campos de exterminio pero saben que sus antepasados sí?
Los campos lograron lo que pocos logran: que todos sientan culpa. Incluso los que sobrevivieron. El resto -con o sin antepasados que murieran en los campos- aún sentimos una culpa que no tiene que ver con la proximidad. No sentimos culpa personal sino algo así como culpa ajena, vergüenza ajena: una culpa por lo que es el ser humano.
¿El sentimiento de culpa se hereda, en las familias?
Es una pena, pero todo se hereda. Incluso el silencio, que debería ser lo menos transmisible. Pero, como decía, en el caso del Holocausto la culpa va más allá de la historia familiar.
Todo se hereda. Incluso el silencio”
Su abuelo, Vicente Rosenberg, fue un judío que llegó a Buenos Aires a buscarse la vida. ¿Por qué dejó de responder a las cartas que le enviaba su madre? Es difícil imaginar algo más cruel.
No responde a las cartas que le mandaba su madre antes de la existencia del gueto. Cuando “solo era” una madre judía insoportablemente posesiva. Responde a las tres misivas que le manda después de que la encierren en el gueto. Cuando recibe esas tres cartas, y entiende que su madre quedó encerrada -y como son las condiciones de vida en el gueto- Vicente se calla, pero responde a las cartas. Empieza a escribir cuando empieza a no hablar.
El libro, dice usted, parte de dos fuentes. Una, la obra de su primo Martín Caparrós, que se ha encargado de la traducción. ¿Cómo abordaron juntos el trabajo?
Cuando leí Los Abuelos, el libro de mi primo (cuenta la vida de sus dos abuelos desde sus nacimientos hasta el de él) pensé, y le dije, que algún día escribiría un libro entero sobre el período –él le dedica unas veinte paginas- en el que nuestro abuelo en común recibe las cartas de nuestra bisabuela.
Entonces Vicente Rosenberg ya era un personaje literario.
Existe en tres libros: el de mi primo escrito en español, Time Secret (escrito por nuestra tía Viqui Rosenberg, en inglés) y el mío, en francés. Para la traducción Martín trabajo solo, yo la leí cuando a él le pareció que estaba lista. Nos sentamos juntos durante días y la corregimos.
La segunda fuente, las cartas escritas por Gustawa Goldwag, su bisabuela, desde el gueto de Varsovia, a su hijo Vicente. ¿Cómo son esas misivas, el papel, la caligrafía? ¿cómo debemos imaginar en qué condiciones las escribía o dónde las guardaban?
Existen bastantes cartas que sobrevivieron al Holocausto. Se publicaron correspondencias entre gente que estaba en el gueto y gente de fuera, en otro barrio de Varsovia, en otro país de Europa, o en Brasil, EE.UU. o Argentina. De mi bisabuela, entre 1928 y 1942, hay muchas cartas. Largas, cortas, en sobres, postales. Mi abuelo las guardaba todas. Mi abuela Rosita se las dejo a mi tía Marta y, hace unos años, mi madre se las pidió a su hermana para pedirle a alguien su traducción. Recién en ese momento las pude leer. Durante años nadie las leyó porque nadie, en mi familia, habla polaco, ni Yiddish.
Buscando en el pasado de su abuelo ¿qué episodio descubrió que más le inquietara o no hubiera imaginado nunca?
En le pasado de mi abuelo el episodio que descubrí y que más me inquietó fue el que más reconstruí, nadie nunca me había hablado de ello: su (casi) suicidio.
¿Y en el suyo?
En mí aún no he descubierto nada de verdad inquietante, nada que no hubiera imaginado. Escribí diez libros que hablan de mi pasado -desde 1780 hasta 1986- y uno que trata de mi futuro y termina con mi muerte, poco después de haber cumplido 124 años, en 2086. Ya ve, lo que escribo es siempre verdadero: lo recuerdo o lo imagino. Como decía Machado, “se miente más de la cuenta por falta de fantasía: también la verdad se inventa”.
Su trabajo como cineasta ¿influye en su estilo literario, en su mirada?
Es posible que mi trabajo como escritor influya en mi trabajo como cineasta, pero no al contrario. Quiero decir que siempre creí, como tantos, que mi destino era literario; el cine es solo una peripecia de mi vida.
Afirma que ha escrito este libro para calmar el dolor de tantos. Pero no para recordarlo, sólo para leerlo y olvidarlo. ¿Por qué y, sobre todo, qué debemos olvidar?
Siempre pensé, como Pasolini, que era más importante olvidar que recordar: que había más vida del lado del olvido. De la misma manera que del lado de la palabra hay más vida que del lado del silencio. O que del lado de la escritura.
Todo se debe olvidar. No como cuando niegas, sin pensar, pero igual que se olvida el dolor – pensando, escribiendo, hablando – para dejar de sufrir.
¿Olvidar el Holocausto?
Hoy en día, seguramente, la idea de que hay que acordarse del Holocausto para impedir que se reproduzca, es dominante con respecto a la idea que hay que olvidarlo para vivir en paz (con los alemanes que no son más nazis, con los franceses que hoy en día odian más a los árabes que a los judíos, o con nosotros mismos). Yo pienso distinto: creo que ya es tiempo de olvidar o, al menos, de pensar el Holocausto de un modo que permita imaginar el olvido.
Borges decía que el olvido es la única venganza y el único perdón.
También es la única salvación para el que se acuerda. Y, también como dijo Borges, la memoria está hecha de olvido. Así que quizás ya sea tiempo de plantear el problema de otro modo; tiempo de no separar de una manera tan clara olvido y memoria.
Creo que ya es tiempo de olvidar o, al menos, de pensar el Holocausto de un modo que permita imaginar el olvido”
¿Cómo están viviendo estos días en Francia la “desescalada” del coronavirus? ¿Cree que sus políticos lo están haciendo bien?
Siempre pensé, y sigo pensando, que los políticos lo hacen todo mal. O que no hacen nada. Son las dos únicas alternativas que se me ocurren para entender por qué el mundo es lo que es, con todos esos defectos evidentes, que nunca terminamos de cambiar (como la diferencia entre ricos y pobres). Admito que la vuelta de ciertas cosas, como ver gente en la calle, imaginar sonrisas bajo las máscaras o entrar en librerías abiertas, me recuerda que no todo era tan feo antes de coronavirus.
¿Teme que la extrema derecha le gane este torneo postcoronavirus al mundo?
Siempre hay que temerle a la extrema derecha, pero no, no creo que la extrema derecha fuera el principal problema antes del coronavirus y no creo que sea el principal problema después. El enemigo es más cercano, se nos parece más a todos, nos parecemos más a él. Dicen que las bolsas se están aprovechando un poco de la crisis; sabemos que la “economía real”, es decir los más pobres, la van a sufrir durante muchos años.
¿Qué le han dicho sus familiares del libro?
A mi madre y a mi tía Viqui, e incluso a mi padre, les costo leerlo: el libro contiene demasiado ficción para un personaje que ellos conocieron demasiado bien. El resto de mi familia lo va a empezar a leer ahora, en castellano o en inglés. Y a mi primo Martín, parece que le gusto. Incluso decidió traducirlo. Cuando terminamos de leer su traducción, nos pusimos los dos a llorar.