Faltan horas para que los madrileños deban encerrarse en casa para no dar alas al enemigo número uno del momento, el Covid-19. El paseo que vamos a dar se reanudará en vivo en cuanto se pueda. Aquí lo contamos de momento por escrito, al fin y al cabo el lenguaje que da vida a los protagonistas. Con suerte y buen hacer de todos, pronto cualquier lector podrá de nuevo darse el garbeo en directo: el de la ruta de Fortunata por las calles de Madrid.
Viernes por la mañana, antes del toque de queda por pandemia. Ante un atento y variado auditorio de unas veinticinco personas, el hombre se planta ante el portal número 11 de la Cava de San Miguel y recita: “La moza tenía pañuelo azul claro por la cabeza y un mantón sobre los hombros, y en el momento de ver al Delfín se infló con él, quiero decir que hizo ese característico arqueo de brazos y alzamiento de hombros con que las madrileñas del pueblo se agasajan dentro del mantón, movimiento que les da cierta semejanza con una gallina que esponja su plumaje y se ahueca para volver luego a su volumen natural”.
La moza es precisamente la Fortunata de Benito Pérez Galdós. Y el hombre que repite la descripción se llama Juan Carlos González, historiador, buen conocedor de la obra del canario y fundador de la asociación Carpetania. González y la actriz Marina Sánchez vienen haciendo la ruta Madrid de Galdós , con Fortunata y Jacinta como hilo conductor, desde hace más de dos años.
La escena que cita el guía relata el primer y eléctrico encuentro de Fortunata con el dandi Juanito de la Cruz, que será su amante y está casado con Jacinta. Este encuentro tiene lugar ante la casa de ella y constituye uno de los pasajes clave de la novela. Un momento de flechazo con alusiones simbólicas de carácter sensual. Hay tensión erótica. Ella está comiéndose un huevo crudo y ofrece al galán lo que quedaba en el cascarón. “Por entre los dedos de la chica se escurrían aquellas babas gelatinosas y transparentes”, relata Galdós, y a Juanito tiene “tentaciones de aceptar la oferta”. Nuestro narrador, en línea con varios estudios del libro, identifica esa clara de huevo con un “elemento sexual” indicativo de la fertilidad de Fortunata. La novela subrayará ese aspecto cada vez más, en contraste con la esterilidad de Jacinta.
Antes de la suspensión del paseo, el guía nos recuerda la relación de Galdós con las terribles epidemias de su tiempo
Toda la historia es en gran medida un retrato de las mujeres de la época, de su situación en la muy machista sociedad decimonónica española; de su rol según el estamento de cada una. A Galdós, que nunca se casó pero tuvo no pocas parejas, “le gustan las mujeres” en todos los aspectos –recuerda el historiador– y siempre les dedica un amplio espacio en sus narraciones; a menudo en un primer plano, como es el caso. El recorrido por el Madrid del escritor y sus dos grandes personajes femeninos lo atestigua a cada paso. También en la parada frente al enorme piso de Jacinta y Juanito en la calle Pontejos, con vistas a dos calles. Los miradores se llamaban en la época “balcones de mujeres”. Porque entonces ellas no podían salir de casa solas, “a no ser que fueran beatas”, y pasaban ahí largas horas.
Las señoras españolas que Galdós retrata, o bien trabajaban sin parar como Fortunata y las de su clase o, si tenían servicio como Jacinta, se sentaban efectivamente en estos balcones a mirar, leer o hacer labores. Entre sus lecturas destacaban revistas “femeninas” como La Guirnalda “periódico quincenal dedicado al bello sexo” y en el que escribió Galdós, o La mujer en su casa . Así lo recuerda nuestro cicerone al pie del edificio donde Galdós sitúa la vivienda de Jacinta.
Las reservas para asistir a estos paseos de la asociación Carpetania, contratados por el Ayuntamiento de Madrid para el Año Galdós aunque suspendidos justo desde ayer por el coronavirus, se agotan siempre al poco de anunciarse. Sus organizadores atribuyen el éxito a la fuerte conexión que el mundo de Galdós tiene con el presente. Y la tiene por la sensibilidad que el escritor mostró hacia sus personajes femeninos, así como por su insistencia en problemas sociales y políticos que en absoluto nos son ajenos aunque hayan pasado más de cien años. “Él nos habla de los perdedores, de la corrupción, de los altos cargos elegidos a dedo. ¿Les suena?”. También nos habla del paro, como por ejemplo en Miau cuando Villaamil queda en situación de “cesante” y termina por suicidarse.
El Madrid de Galdós , aunque obviamente distinto, es hoy reconocible
Esa conexión del autor con el presente la exacerbó con gracia la dramaturga Laila Ripoll en su reciente estreno Fortunata y Benito , donde la joven castiza aparece como una choni o poligonera de nuestros días. No en vano, en la novela, Juanito dibuja así a su amante ante su propia esposa, Jacinta: “Fortunata tenía los ojos como dos estrellas, las manos bastas de tanto trabajar, el corazón lleno de inocencia… Fortunata no tenía educación; aquella boca tan linda se comía muchas letras y otras las equivocaba. Decía asó su niñez cuidando el ganado”... En este punto el Delfín se para y pregunta a su mujer: “¿Sabes lo que es el ganado?” Porque Jacinta era “completamente ignorante” para muchas cuestiones. “No tenía ninguna erudición. Había leído muy pocos libros”, la describe el escritor. Eso sí, también era “una chica de prendas excelentes, modestita, delicada, cariñosa y muy bonita”.
El Madrid de Galdós , aunque obviamente distinto, es hoy reconocible. Los edificios y algunos establecimientos de la zona donde transcurre Fortunata y Jacinta , incluidas las casas donde situó a una y otra, están casi igual. Además, el escritor se esmeró en trasladar al lector no ya las imágenes de la urbe que vivió desde su llegada en 1862 sino también sus sonidos y hasta sus olores. “Por los ventanuchos abiertos salía, con el olor a fritangas y el ambiente chinchoso, murmullo de conversaciones dejosas”, dice en el capítulo 9. “Hoy el olor es a calamares”, matiza González en el paseo. El aroma se percibe a la altura de la Posada del Peine de la calle de Postas, que se cita en la novela, así como de la entrada a Botoneras desde la Plaza Mayor o cerca de la Antigua Relojería de la calle de La Sal. Todos estos lugares los conoció don Benito y también todos, con más o menos lavados, mantienen su aspecto original. Lo diferente son los ruidos, entonces más de voces nativas y tareas de los oficios y hoy más de motores y hablas de todo el mundo.
Tal como reseña el historiador, Galdós da cumplida cuenta de las diferencias en la sociedad del XIX. Lo hace a través de los personajes pero también de sus viviendas. Como las dos que habita la madre de Juanito, Barbarita. Pues ella “nació en uno de aquellos oprimidos edificios que parecen estuches o casas de muñecas” donde “los techos se cogían con la mano; las escaleras había que subirlas con el credo en la boca, y las habitaciones parecían destinadas a la premeditación de algún crimen”. Y no eran de los peores – Bárbara no era pobre–, pues estaban en el mismo barrio donde ella misma viviría tras casarse con don Baldomero, un casoplón en el número 1 de la calle Pontejos : “Ocupaban los dueños el piso principal, que era inmenso, con doce balcones a la calle y mucha comodidad interior”, con “número sobrado de habitaciones, todas en un solo andar desde el salón a la cocina”.
El recorrido del historiador González arranca del kilómetro O de Madrid
Otra parada obligatoria de nuestro recorrido es el restaurante Sobrino de Botín, en la calle Cuchilleros. Allí comían algunos personajes y el propio Galdós, a quien “con frecuencia se podía ver escribiendo o debatiendo en nuestro comedor de la entrada”, según el cartel colocado por el centenario de su muerte.
El escaparate de la sombrerería Medrano, fundada en 1832 en la calle Imperial, ayuda a visualizar los tocados de unos hombres y mujeres que “siempre iban cubiertos”. La rúa conduce de bajada a la calle Toledo, arteria principal en la obra de Galdós en tanto que morada y lugar de encuentro de sus protagonistas.
El recorrido del historiador González arranca del kilómetro O de Madrid, en la Puerta del Sol. Porque fue allí donde, a los dos años y medio de su llegada a la capital, Galdós vivió la noche de San Daniel, manifestación estudiantil que terminó con 9 muertos e hizo temblar el reinado de Isabel II antes de que la revolución de Septiembre de 1868 la empujara al exilio. Fortunata y Jacinta se desarrolla entre 1869 y 1876, en buena parte coincidiendo con el sexenio revolucionario. El historiador encuentra un paralelismo claro. La primera experiencia republicana de España acabó con la restauración de la monarquía, es decir mal para sus promotores. Lo mismo que el amorío entre Fortunata y Juanito. Ella muere desangrada tras entregar el hijo de ambos a Jacinta. Es “la sangre del pueblo” derramada en beneficio ajeno, apunta el guía.
En su despedida provisional por el coronavirus, el piloto de nuestra ruta rememora otra faceta galdosiana: la de sus narraciones de las epidemias que vivió, sobre todo las del cólera en 1865 y 1885. A la primer le dedicó un cuento: Una industria que vive de la muerte . Aquel brote mató a 120.000 personas: una cifra enorme pero ínfima comparada con la de la Gripe Española, que también vivió el autor y acabó con 300.000 personas en el país y con 50 millones en el mundo. Juan Carlos González lo recordaba ayer. Tal vez para que, hablando de Galdós y su España, midamos ahora nuestros lamentos, y nos cuidemos.