Cuando recibí L’incendiari de mots. Cartes inèdites, articles i poemes esparsos de Joan Salvat-Papasseit recuperados por Ferran Aisa y Mei Vidal fui a buscar si contenía alguna versión alternativa del poema Encara el tram del libro L’irradiador del port i les gavines (1921). ¡Hay una! Cançó de l’amor efímera se publicó en el diario El Día de Terrassa el 21 de febrero de 1920. Dice: “O bella inconeguda passatgera del tram / que tens un posat rosa i un esguard ple de sol; / que mostres una sina cobertora del dol / i et vesteixes discreta, la brusseta d’estam. / O bella inconeguda que ets menuda i audaç / i que sense companya t’arrisques a la platja / i no tems l’escomesa del fillol qui t’assetja / al domeny de les ones i te’n prega el teu braç. / O bella inconeguda que en sentir la malícia / de les ullades frèvoles, tota t’has commogut… / tancades les oïdes a mots que el vent s’ha endut, / bo i sospirant potser pel goig d’una carícia. / O bella inconeguda del tram t’he vist baixar / –i avui t’he somiada i et somiaré demà.”
¿Se imaginan la situación que retrata Encara el tram? Una chica que va en tranvía, lee. El cobrador intenta verle los ojos cuando gira la página y el poeta, que tampoco alcanza a verle los ojos, le mira las piernas (“Que les cames se’t veuen / i la mitja és ben fina; / i tot el tram ets tu.”). En la versión de 1920, el poeta le mira los pechos (“mostres una sina cobertora del dol”) y se imagina que a la chica le gusta que la miren (“en sentir la malícia / de les ullades frèvoles, tota t’has commogut…”).
Este poema de Salvat tiene un precedente en À un passante de Les Flors del Mal. El poeta que va un poco pedo (!), ve a una chica que pasa por la calle, con piernas de estatua y queda enamorado. Ay la dulzura que fascina y el placer que mata. La luz de un rayo y después la noche: es la belleza fugitiva que permite renacer momentáneamente al poeta crispado, extravagante y beodo. ¿Donde podrá volver a verla? ¿En la eternidad? Bien lejos de aquí, demasiado tarde, quizás nunca. Y termina Baudelaire: yo que te habría querido, tú que lo sabías...
Encara el tram, su hijuela Cançó de l’amor efímera y À un passante son poemas de la ciudad moderna en la que nadie se conoce, en la que cada día se producen miles de encuentros casuales. Los lugares más frecuentes son el tranvía, la calle y el bar. La gente coincide unos instantes, se miran, el hombre solo sueña una historia que dura un segundo. O mejor dicho: soñaba. En un mundo que cada vez más criminaliza el contacto visual, la chica lectora amenazaría al cobrador con denunciarlo a la compañía, al poeta le caería un pst con un movimiento de cabeza despectivo y al segundo poeta, por reincidente, quien sabe si un tortazo. Y Baudelaire, que encima estaba borracho... Como dice aquella canción genial de Georges Brassens ( La rose, la bouteille et la poignée de main): “le quatrième c’est plus mechant, se mis en quête d’un agent”. “Es la belleza fugitiva, la dulzura que fascina y el placer que mata”, gritaría Baudelaire, despeinado. “Anda, que te zurzan. Y los chicos de ahora a escribir de otras cosas, guapos.”, atajaría l’ ex.