Un acelerador de partículas tras los enigmas del arte

La ciencia al servicio del conocimiento del arte y el patrimonio

La poderosa herramienta, bautizada Aglaé, se encuentra en las entrañas del Louvre

Es un Matisse inédito, sin ser completamente un Matisse. La Pourvoyeuse (La proveedora) es una copia de la obra homónima de Chardin, que cuelga en el Louvre. El joven Matisse plantaba su caballete de copista en el museo. Más de un siglo después la obra pasa chequeo unos metros por debajo de donde fue pintada. Sótano importante: si arriba cuelgan admirables obras de arte, debajo se las investiga, irradia, documenta; “se detectan falsos y se contribuye a la conservación de tesoros”.

La Vanguardia se pasea entre pantallas y ecuaciones. Un perito en maderas, por ejemplo, analiza roble milenario, víctima del incendio de Notre Dame. Su colega Gilles Bastian, historiador del arte, copista registrado en el museo y experto en paletas de pintor, se ocupa del Matisse temprano. Su cliente es el museo que lleva el nombre del pintor, que adquirió el cuadro y lo colgará, en noviembre, en la gran exposición de los 150 años del nacimiento del amigo/rival de Picasso.

Entre la pirámide que cumple a su vez 30 años y los jardines de las Tullerías, una calzada. Tras atravesarla y recorrer cien metros se llega a la Porte des Lions, otra entrada del Louvre, protegida por un par de fieras. Hay que descender una escalera lateral. Dos pisos más abajo, una doble puerta metálica protege la intimidad del C2RMF, centro de investigación y restauración de los museos de Francia.

Creado en 1999 para unir ciencia e historia del arte –el laboratorio de investigaciones y el servicio de restauración de los 1.219 museos etiquetados con la categoría de nacional–, cuenta con tres sedes.

Los talleres de restauración se reparten entre los 4.500 m2del castillo de Versalles y los 2.600 m2del pabellón de Flore en el Louvre. Y estos 6.500 m2situados bajo el museo son el predio del laboratorio en el que además del utillaje (rayos X, infrarrojos, análisis químicos, la física en su esplendor) cuenta la diversidad de intereses y formación de los 150 agentes. Porque se cruzan arqueólogos, historiadores del arte, físicos, químicos, fotógrafos, radiólogos, restauradores, documentalistas, con futuros doctores, que trabajan sus tesis.

Desde el 2017, dos salas contiguas atraen al profano con sus tuberías entrelazadas, grifos, una cuba horizontal, imanes, cajas misteriosas. Y, al lado, pantallas, cámaras, ordenadores. Es el reino de Aglaé, “único acelerador de partículas del mundo exclusivamente, dedicado al arte y el patrimonio”, como lo presenta, orgullosa. Claire Pacheco.

Ingeniera, hija de españoles, trabaja con cuatro colegas, expertos en mecánica, en electrónica, en datación de cerámicas y piedras. Sobre todo en “ir más allá de los límites: en ciencias duras sabes que lo imposible de hoy puede ser rutina dentro de cinco años”. Contraste del futurismo de las máquinas con estudios como el de unas piedras con 60 siglos a cuestas. Bretonas en apariencia hasta que el acelerador las sitúa en el sudoeste español. Y, sutileza, descubre, en ese pasado remoto, una ruptura de proveedor. “Por las razones que sean, las nuevas piedras son siempre ibéricas pero recolectadas 100 km más al norte”.

En total, un millar de piezas, casi la mitad son óleos, pasan anualmente y por diversas razones una batería de test, trámite previo a su fechado, autentificación o restauración. Composición de materiales y el envejecimiento de cada uno, determinados científicamente, facilitan la preservación.

Bastian, supervisor de los análisis a los que fue sometido el Matisse, une a sus conocimientos de historiador y de científico la práctica de copista. Así, unas manchas en el borde exterior de la tela de La Pourvoyeuse se revelan iguales a unas que él mismo ha dejado, con sus dedos manchados de pintura, en una de sus copias.

“El análisis de las capas de pintura confirmó una impresión visual, la de la simplificación de trazos. Más que una copia fiel, el joven Matisse parece buscar, ya, una síntesis de las formas, característica luego de su estilo y sensible, aquí, en ese fondo, con la sirvienta reducida a forma bocetada”, apunta Bastian.

En su trabajo cotidiano, Bastian cuenta con “una frontera temporal impresionante: la que separa las paletas de cuando cada pintor o taller preparaba sus colores a las posteriores, a partir del siglo XIX, con colores industriales”.

Un privilegio: recorrer el laboratorio de la mano de Michel Menu. Físico y químico, especialista en el análisis del color de la obra pintada, convencido de que la historia del arte del siglo XX “fue reducida a un estudio de imágenes cuando la materialidad de la obra es igualmente importante”.

Menu es algo así como miembro fundador del C2MRF que este año llega a sus dos décadas. Porque sus dos entidades existían ya. El laboratorio, concretamente, nació en 1931, “gracias a la generosidad de dos médicos argentinos”.

Menu empezó a mirar el arte con ojo científico hace justo cuarenta años. Y como el C2RMF cumple ahora veinte, el puede canturrear, con Serrat, que ahora tiene dos veces veinte años. Y un privilegio: “aunar descubrimiento científico y alegría estética”.

Aglaé ¿es chico o chica? Para Isabelle Pallot-Frossard, directora del C2RMF, “sería más bien un objeto masculino, porque se trata de un acelerador”. Pero Pacheco matiza: “hablamos de ella, cuando funciona; cuando plantea dificultades es él”. Además del sesquicentenario del nacimiento de Matisse no estaría de más celebrar, este año, el siglo del origen del acelerador. En 1919, en efecto, el físico Ernest Rutherford (1871-1938) transforma unos átomos mediante su bombardeo con partículas. Sucesivas experiencias demostrarán que las partículas aceleran gracias a componentes como campos eléctricos y magnéticos y un vacío de buena calidad. Pero como reconoce Pacheco, la gente se desplaza en coches y aviones y teclea en ordenadores y teléfonos sin estar al corriente de por qué funcionan. Lo importante de Aglaé sería más que nada su especialización, porque los más de 17.000 aceleradores que operan en el mundo, de baja, mediana o alta energía, trabajan en física nuclear, tratamientos de radioterapia para el cáncer, simulación de armas nucleares para distintos ejércitos. “En física fundamental permiten provocar una colisión de partículas cargadas (electrones, positrones, protones, iones…) y estudiar las partículas elementales generadas por el choque”, continúa Pacheco.

Como el cronista es más de letras que de cifras, la explicación remite con la velocidad de un acelerador de ideas a las partículas elementales de Houellebecq, humilde servidor del contubernio entre ciencia y literatura. Y reafirma la excepcionalidad de Aglaé, que desdeña las certezas de las ciencias duras para descifrar ambigüedades artísticas. Y la del C2RMF, que en estos tiempos de especialización y desmaterialización, funde en su laboratorio las ciencias duras y las humanas, la certificación de una firma y el temblor del arrepentimiento del pincel de un pintor.

“Sin otro límite –insiste Pacheco– que el de verificar a cada momento que podamos recoger un máximo de información sobre la obra sin causarle la más mínima mancha, el más pequeño de los orificios”.

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