Los periodistas culturales somos unos pelmazos. Nos pasamos la vida recordando a los demás lo que se están perdiendo si no han leído ya el último libro de Enrique Vila-Matas (una obra maestra: no se la pierdan) o el de Susan Faludi (con el trasfondo de los horrores de la intolerancia nazi en Hungría: brutal); si todavía no han visitado la exposición de Balthus en el museo Thyssen de Madrid (y han elaborado una tesis propia sobre los cuadros que pintó de su niña musa, Thérèse Blanchard, y su erotismo); si ya se han tragado entera no sé qué serie (por delante de breakingbads o housesofcards o narcos no dejo de recomendar a gritos Unabomber)…
Podríamos llenar estos 2.859 caracteres sólo con ejemplos.
También padecemos algo que podríamos bautizar como el síndrome de Stevenson, y es que nos place todavía más señalar aquellas joyas que están fuera del circuito mainstream y que, de no ser por nuestro sabio consejo, pasarían desapercibidas. Tesoros o joyas que nadie (después del editor o productor o director o comisario o galerista) conocería de no ser por nosotros, por nuestro radar entrenado, por nuestro ojo de halcón.
¿Es egolatría, pedantería, paternalismo, presunta superioridad intelectual…? La mayoría de los que conozco (podríamos incluir a editores, productores, directores, comisarios, galeristas…) sólo desean compartir el placer que les suministraron las obras de Vila-Matas, Faludi, Balthus o Sodrosky, o que experimentemos los mismos efectos que todas esas obras culturales perpetraron en su manera de pensar o sentir o ver el mundo. Efectos que duraron cinco minutos o días o semanas pero que finalmente les enriquecieron, les hicieron una micra más sabios, más críticos. Efectos que de algún modo les mejoraron o transformaron, les dieron nuevos puntos de vista o matices sobre la literatura o Vila-Matas, sobre la sexualidad o la pintura, sobre los riesgos del pensamiento binario en la política.
Esta bruma insensata, la última novela de Vila-Matas, explica la relación entre dos hermanos. Uno es un escritor de éxito, el otro es quien le suministra citas para sus obras: ¿toda literatura es copia? ¿Quién fue el último verdadero creador, antes de que todo empezara a ser un bis? Es fascinante.
“Cuando el enemigo no tiene cara, la
sociedad inventa una”, dice Faludi. ¿Les suena?
¿Qué frases aceptaríamos de los textos de Unabomber, el terrorista antitecnología que enviaba bombas a profesores universitarios y directivos de aerolínea, hoy, cuando estamos sepultados por la tecnología?
Una a una, soplo a soplo, recomendadas por un periodista cultural (o un editor o un productor o un amigo de padel) cada una de esas obras pudo o podría ser un nuevo y pequeño ojo de halcón en nuestro bagaje, con el que percibir con más luz la realidad.
Una pequeña y nueva arma con la que abordar otro libro o un nuevo día o legis-latura.